domingo, 6 de marzo de 2016

MÁS PECADO SERÍA QUEDARNOS CON LAS GANAS


MÁS PECADO SERÍA QUEDARNOS CON LAS GANAS
-La divertida narrativa de Luis Eduardo Vázquez-

Integrante del Diezmo de Palabras desde algunos años y poseedor de un enorme sentido del humor y de la ocasión, Lalo Vázquez ha sido vendedor de autopartes, conductor de programas de televisión, modelo, cantante y cantautor, actor de teatro y cortometrajes. Tiene una manera muy directa y sencilla para narrar situaciones cotidianas desde su particular punto de vista. No hay eufemismos ni  metáforas, su narrativa es lineal y con los adjetivos justos. En eso radica su efectividad. Los cuentos aquí presentados son parte de sus recuerdos y vivencias, pero también pueden ser anécdotas de cualquiera. Al menos de cualquiera que se haya atrevido a vivirlas.  Lalo nos dice con mucho acierto, “más pecado sería quedarnos con las ganas”. Vale.
Julio Edgar Méndez


TÍTERE
Lalo Vázquez G.

Como todos los días al caer la tarde, muchos de los chiquillos de la cuadra se juntaban a jugar fútbol. Eran alrededor de veinte escuincles correteando una pelota. Todos los vecinos eran muy amigables y la cuadra era muy segura por lo que los papás de los niños no tenían ninguna desconfianza de que les fuera a pasar algo.
Un día, mientras todos los chamacos jugaban, llegó a su casa una vecina que trabajaba de enfermera y al estar parada frente a su puerta, metió la mano a su bolsa para buscar sus llaves y se dio cuenta de que no las traía. Su mamá y su hijo, quienes vivían con ella, no estaban en el domicilio. Ellos normalmente regresaban a las diez de la noche, por lo que decidió pedirle a un chamaco vecino,  llamado Lalo, de los que jugaban futbol, “pues su casa estaba pegada a la de ella” que si no le hacía favor de meterse a la casa por la azotea, que se descolgara por la barda, que no pasaba nada, que ella tenía muchas macetas y que podrían amortiguar el golpe, que no importaba que se rompieran varias.
El chiquillo, de más o menos doce años, obediente, ni tardo ni perezoso se metió a su propia casa y se subió a la azotea. Caminó por una barda de unos seis metros de largo y llegó a la azotea de la casa de la enfermera, quien tendría unos 30 o 35 años de edad, llamada María Elena, que lo esperaba en la puerta de su casa.
Desde la azotea se asomó a la casa pero la oscuridad de la noche no le permitía distinguir nada, por lo que optó por descolgarse. Pero de lo que nunca se acordó la enfermera fue de que en el lugar donde se iba a descolgar se encontraban los tendederos de alambre y cuando el niño se soltó, los alambres lo hicieron quedar como títere: los brazos, las manos, la entrepierna, cuello y cabeza se le enredaron para hacerlo caer en las macetas que tenían helechos, los que sí muy atinadamente amortiguaron la caída. Eran tres macetones grandes de esos que tienen adornos de espejos. Al estar en el suelo y espantado por no ver nada, volteó hacia donde quedaba la puerta y solo se veía un hilito de luz por debajo y,  por el otro lado de la puerta, la enfermera gritando desde afuera:
—Lalo, Lalo, ¿estás bien? Abre, abre rápido.
Atontado por los golpes caminó entre la tierra, las plantas y pedazos de maceta rotos, alcanzó la puerta y pudo abrir. Inmediatamente entró la enfermera y prendió la luz y le dijo:  —¿Cómo estás, pues qué te paso?
El chico le dijo que se había atorado con los tendederos y ella dijo:   —Si, cómo es posible que nunca me acordé de los tendederos, pero ven conmigo.
Lo tomó del brazo y lo llevó a su recámara, un cuarto pequeño con una cama matrimonial y una colcha color rojo sangre. 
—¿Te duele mucho?, -preguntó la enfermera-, ¡a ver, quítate la ropa, voy a revisarte! A lo que el muchacho accedió, pero con un miedo en el corazón por temor a que le fuera a poner una inyección. Se quitó su camisita y se bajó los pantalones y ella le dijo: —Quítate todo por favor y recuéstate en la cama, en lo que tú te desvistes me voy a cambiar el uniforme.
El chiquillo se quitó sus zapatos con mucha pena ya que le apestaban sus patitas,  y se quitó los calzones y con más pena al descubrir que traían la famosa marca tan conocida, los hizo bolita y los metió debajo de la cama. Se recostó y se quedó derechito observándose los golpes que tenía en todas partes del cuerpo producidas por los alambres, en eso entró la enfermera vestida con un camisón  blanco, completamente transparente, un liguero y medias blancas de seda y sin ropa interior. Al pobre escuincle hasta los ojos se le torcieron, le empezó a latir el corazón a mil por segundo. Ella se sentó al borde de la cama, sus caderas rozaron la cintura del chico, comenzó a revisarlo y al poner sus manos sobre su cuerpo inmediatamente surgió una erección. De inmediato se dio cuenta María Elena. Sobándole el pene le dijo: —Estás muy lastimado, pero ahorita te voy a curar -se le acercó y le dijo- déjame checarte la cabeza. Lo tomó de la cabeza y le pegó los pezones a la boca, el chico no sabía qué hacer, era la primera vez que tenía unos pezones tan cerquita, estaba completamente paralizado, la enfermera continuó:  —A ver, vamos a ver. Le manoseó el pene para luego hacerle sexo oral, después abrió sus piernas se le subió encima y así pasó un rato hasta que la enfermera se acalambró y terminando le dijo: —Bueno, vístete, yo creo que para que te compongas bien te voy a tener que seguir curando. Mañana cuando me veas llegar te vienes a la casa para curarte.
El muchacho salió de la casa de María Elena con la sensación de miedo y con muchas ganas de orinar. No entendía cómo era esa curación, pero pensaba que si era de esa manera, la enfermera sabría muy bien el por qué.
Así siguió yendo a la curación durante los dos meses siguientes. Meses en que la enfermera lo hacía como títere. No lo dejaba juntarse con niñas y cuando ella le gritaba su nombre, él tenía que acudir inmediatamente, hasta que por fin un día la mujer y su familia se mudaron del barrio y nunca más se supo nada de María Elena. De igual manera el chamaco nunca le platicó nada a nadie de aquellas extrañas curaciones.


PRIMERA CITA
Lalo Vázquez G.

Antes de salir de casa se arregló y perfumó el pelo y la camisa. Luego se desabrochó el pantalón y se aventó un chisguete de perfume en las partes pudendas; salió corriendo pues era la primera vez que salía con esa hermosa mujer que, aunque estaba muy guapa, él sabía muy bien que tenía un carácter muy especial, más bien tirándole a malhumorada o mejor dicho, media mula. Pero como la chica aceptó pasar todo el día juntos, él no podía llegar tarde, así que a las nueve en punto ya estaba en la puerta de la casa de su conquista. Sonó el claxon del auto y la chica sacó la mano por la ventana haciendo una seña de “espérame tantito”. Espera que se prolongó casi una hora, pero cuando salió la dama, él pensó que sí valió la pena el tiempo perdido. Apareció con una minifalda azul marino y una blusa blanca escotada, que la hacía lucir muy sexi. Saludó y se dirigieron a desayunar a Sanborns. Ella pidió unos huevitos “a la albañil” con su jugo y cafecito con pan y él, para no dejarla morir sola, pidió lo mismo. Al terminar salieron de ahí rumbo a la Alameda a caminar. A ella se le antojó un elote y más adelante una nieve de chocolate. Se acercaron a ver la exposición de pinturas y después a los columpios. Cuando menos acordaron ya era la hora de la comida. Él le comentó que  sabía de un lugar donde preparan unos mariscos deliciosos y se dirigieron al lugar mencionado, y sí, la comida se veía apetitosa. Ella pidió unas tostadas de ceviche y un “vuelve  a la vida”, él solo un coctel de camarón y una cerveza para calentar motores y, entre bocado y bocado, tuvieron una amena plática y ahí se dio cuenta de que tenía posibilidades de llegar más lejos con su nueva conquista. Salieron del restaurante y llegaron al centro para ver algunos grupos de danza que bailaban  al aire libre. Después dieron una vuelta por los portales, él le compró un globo, le tomó la mano y ella lo aceptó. Como casi caía la noche el frío se hizo presente, se subieron al auto, avanzaron varias cuadras, de pronto se pararon sobre el Bulevar para saborear un rico beso. Ella, para enfriar la situación, le comentó de unas pacharelas que vendían por ahí cerca y que sería buena idea ir a cenar, él aceptó. Como el lugar apenas abría encontraron variedad de guisados. Ella pidió dos de tripas con frijoles y salsa, una de barbacoa con chile verde y una de queso con nopales y chile y su refresco de tapa rosca; él, solo dos de nopales. Al terminar de cenar, él ya con más confianza le pasó el brazo por el hombro. Subieron al auto y en un beso de amor él preguntó:  —¿Y ahora, qué hacemos?
Ella le contestó: —Llévame a donde quieras, pero que sea pronto.
Él rápidamente se detuvo afuera de una farmacia, se bajó y compró condones y le volvió a preguntar: —¿A dónde sea? Y la chica contestó: —Sí, pero rápido.
Se metió al primer motel que encontró, al llegar al cuarto la chica se metió rápido al baño. Mientras tanto él se quitó la ropa y se acostó en pose sexi a esperar que saliera su chica. La muchacha salió del baño y al verlo, le gritó: —¡Llévame a mi casa inmediatamente¡  Al ver la cara que puso y sin preguntar nada, se volvió a vestir. Se subieron al  auto y se fueron de ahí. Ninguno de los dos habló durante el regreso a casa. Al llegar a su casa la chica se bajó del auto dando un fuerte portazo y sin despedirse, se fue. Jamás le volvió a dirigir la palabra.


EL PADRE
Lalo Vázquez G.


—¡Lo hubiera hecho madre!, ¡lo hubiera hecho de todos modos!, si no hubiera sido con usted, seria con otra persona. Pero no se culpe usted, madre, hasta cierto punto soy yo el culpable por insistirle tanto. El cuerpo es débil, a veces uno no puede contenerse. La humanidad piensa que si uno es sacerdote no tiene derecho a hacerlo y hacerlo hasta llenarse es peor todavía. Realmente no podríamos llamarlo pecado porque no lo cometemos regularmente, usted y yo sabemos bien que es solamente de repente. Pienso que no es tan malo disfrutar de este bello placer de la vida, además no sería tan grave nuestra condena, en el remoto caso de ser condenados. ¡Madre!, tres no es pecado, es simplemente un número de buena suerte, recuerde usted que no somos los únicos que lo hacemos dentro de este convento, hoy me tocó a mí convencerla, pero en unos días seguramente será usted la que quiera convencerme, por eso es mejor relajarse y disfrutar el momento y así los dos quedaremos muy satisfechos, usted seguirá siendo la misma monja y yo el mismo padre. Más pecado seria quedarnos con las ganas y desaprovechar esta oportunidad que nos brinda Dios. Ande, madre, sin remordimiento, cómase su hamburguesa.

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