domingo, 23 de agosto de 2015

POETAS DEL BAJÍO


POETAS DEL BAJÍO
-El Diezmo de Palabras en Tierra Adentro-

Poetas del Bajío, es el título con el cual Herminio presentó el trabajo de varios compañeros del Diezmo de Palabras a la revista cultural Tierra Adentro. Los poetas del Bajío, de los que incluimos sólo algunos textos, son una pequeña muestra del excelente nivel literario que siempre ha mantenido el taller fundado por Herminio Martínez hace más de dos décadas. Como pequeño homenaje a nuestro maestro, le invitamos a leer la obra de estos escritores, algunos de los cuales ya no asisten al taller, pero han dejado constancia de su paso y la reverberación inigualable de su obra.

“Todos los martes, desde hace algunos años, de seis a nueve de la noche, en la Casa de la Cultura de Celaya, Guanajuato, sesiona el Taller Literario Diezmo de Palabras, auspiciado por el H. Ayuntamiento Municipal, nuestro mecenas y apoyo principal en estos menesteres. Narradores y poetas, escritores todos ellos entusiasmados con la idea de andar la vida escuchando el lenguaje, acuden a la cita, procedentes de los barrios y colonias de la ciudad, igual que de las diferentes comunidades con que cuenta el municipio. Poco a poco nos hemos ido acoplando, entendiendo, haciéndonos a la idea de que todos los hombres y las mujeres para algo hemos nacido: algunos nada más para acumular bienes materiales, otros para batirse a muerte en la arena de la política o de lo político; pero otros más, como nosotros, quizá para cavar a punta de alma nuestro destino en la cantera de la ilusión, buscando la belleza. ¿O qué otra cosa si no hace el poeta? Con el tiempo hemos ido formando un libro, del cual ahora mismo ofrecen una muestra Guillermo Cervantes, Martín Campa, Arturo Rodríguez Martínez, Rafael Aguilera Mendoza, Flor Aguilera, Florencio López Ojeda, Martín Villarreal, Esther Chávez de Olalde, Gerardo Sánchez, Arturo de la Torre, Guillermina Carreño y José Ojeda Hidalgo. Como los locos, cada uno en su tema, asomándose a lo profundo de su historia personal (¿o qué otra cosa si no es la poesía?), nos llevan a conocer los agradables rumbos por donde su sangre chicotea al compás de la lluvia que, como el vino de la Ilíada, cae generosa sobre los sembradíos inmensos de la tarde, en estas tierras donde aún se cosechan cebollas de cuarenta kilos, alfalfas azules que alcanzan la altura de los tres metros y medio, coles con las hojas más grandes que orejas de elefante, zanahorias, lechugas, jitomates y milpas –como la imaginación– de grandeza extraordinaria. Una ventana al fondo de donde procedemos o donde nos morimos. La variedad de líneas y sucesos que pueblan estas páginas son prueba clara de ello, pues mientras unos nos llevan a los abismos de la indignación por los olvidos de siempre, otros nos hacen entender mejor las razones del cuerpo. Escriben como viven. Se parecen a sus palabras. A golpes de lenguaje nos recuestan y a golpes de lenguaje nos levantan de una brisa otoñal que resuena sus hojas como su dentadura un muerto. Un revuelo de alas se posa suspendido en nuestro entorno en espera de que cada uno tomemos nuestro par. Con ellos volamos a la vida, dejando atrás y lejos los instantes del tiempo metido en una esfera de cristal para pasar al mundo que estos poetas nos ofrecen. Sus crónicas son almas, en pena o riéndose, que también necesitan de nosotros, como nosotros de ellas. La mayoría de ellos son desconocidos y aún están inéditos. A excepción de Gerardo Sánchez, que ha publicado ya tres libros de versos en el Instituto de Cultura del estado de Guanajuato, ninguno ha visto todavía su nombre escrito en una portada. Son, pues, creadores nuevos. Jóvenes, muy jóvenes unos. Otros con un poco de más edad, pero también recientes en estas artes. De oficios varios y hasta disímbolos: Arturo Rodríguez Martínez, por ejemplo, fue jugador profesional de futbol en el equipo Celaya de la primera división, se fracturó una rodilla y aquí está hablando a gritos de Terrehembra. Martín Campa, de Rincón de Tamayo, es un pelón de hospicio, de quien se dice que se nutre únicamente con el fulgor de la estrella de la mañana; Rafael Aguilera Mendoza, ingeniero industrial, trabajó en Barcelona con don Juan Salvat, haciendo enciclopedias y enamorando mujeres entre las flores de las ramblas. Florencio López Ojeda es profesor jubilado, amigo personal de Francisco Toledo y de Rodolfo Morales, amén de sabio conocedor y reconocedor de las antiguas hablas que le dieron gloria al mundo mágico de los antiguos pobladores de México; Arturo de la Torre fue bracero en California, Illinois, Michigan, Texas y Colorado, de donde trajo el suficiente dinero para poner tres tortillerías en la ciudad; Guillermo Cervantes, cálido y silencioso, ha estado ya en tres universidades: Guadalajara, Querétaro y Celaya, estudiando letras y filosofía, hoy trabaja de obrero. Flor Aguilera se distingue por su bravura y carácter para enfrentarse a la vida: estudiando literatura en la Facultad de la Universidad de Guanajuato. Y los demás no se quedan atrás: unos venden perfumes falsos de casa en casa, otros estudian la preparatoria abierta o semiescolarizada y otros son de esos agricultores que dice la leyenda: siembran maíz cuyas matas pueden producir hasta veinticinco elotes cada una, y jícamas de las que una sola no cabe en la cajuela de un coche, y acelgas con hojas que para ser transportadas al mercado se necesitan tres niños de los que ya van en sexto. ¡Poetas del Bajío tenían que ser!”
Herminio Martínez

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CRUCIFIXIÓN DEL VIENTO
Guillermo Cervantes

Todos vieron cómo las alas
se le desprendían del cuerpo inerte,
deshecho
por dos impactos de hierro en llamas
y se alejaban en busca de su nido.
Todos regresaron a sus casas
conmovidos
y riendo,
difícil asegurar su inocencia.
De ahí el camino bifurcado
que aniquila cualquier confusión de bando,
risa y orden,
ternura y tiempo.
Que no se diga que somos traidores,
clamó el pensamiento colectivo.
Todos regresaron,
aún duermen.

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EL LUGAR DEL CRIMEN
Gerardo Sánchez

Las palabras finales de la víctima permanecen en el aire,
intactas,
afiladas en el silencio
pueden caer sobre alguno de los presentes.

Nadie se atreva a mirar arriba;
al muerto le cierran los ojos;
sólo él guarda la verdad,
la certeza con que vivirá el asesino.
Ahora son indisolubles.

El lugar del crimen permanece inmóvil,
detenido en un punto sigiloso,
por allí nadie escapará.

Qué silencio rodea a la víctima
cuando todos obtienen conclusiones,
saben que cualquiera pudo estar en su lugar
y muy en el fondo, como una perversidad inconfesable,
nos alegramos de no tener ninguna cercanía con el difunto.

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LAS NOCHES DEL MONTPARNASSE
Rafael Aguilera Mendoza

Para entrar al Montparnasse se necesita la palabra clave
o la recomendación de un parroquiano influyente;
un sujeto vestido de mariscal con mil botones
o de mono de cilindrero antiguo
impide la entrada con gesto adusto
o la franquea con sonrisa mefítica y rastrera,
según escudriña y juzga las posibilidades de consumo.
Los admitidos transponen el umbral,
abren las cortinas color vino.
Después del mural de escenas pornográficas
el capitán de meseros da la bienvenida
y la madre superiora las buenas noches.
Nos adentramos, sin el deseo preciso de adentrarnos,
sintiendo que nos miran todos.
En la penumbra surgen siluetas, rostros
de caballeros que salen muy frecuente
en las páginas de sociales a cuatro y ocho tintas;
el vendedor de seguros, el arquitecto,
el cura que cubre con peluca su tonsura,
el abogado famoso por transa y desalmado,
fariseos de la ley, ratas de la legalidad
que con tarjetas carnet e hipotecas
justifican malamente la vida;
respetables hijos de padre y madre de fornicación sagrada,
envueltos en este vaivén de sombras y luces fatuas,
envueltos en esta noche ciega sin porvenir ni huella.
Los músicos atacan indiscriminadamente:
tango, danzón y toda música bailable.
Uno, aturdido por el estruendo, se tropieza con las mesas,
enhebrados en un hilo de humo,
agua de colonia, tiempo y vértigo.
Circulan muchachas avejentadas prematuramente,
con los senos casi al aire y ausencia en su sonrisa
bordando en el vacío eróticas filigranas
con el bamboleo de sus caderas expertas.
Por efecto de la luz negra del ambiente
las brasas de los cigarros dibujan estelas fantásticas.
Uno se acopla al antro en pausas o al tercer trago
(el alucine en múltiples sabores).
Aquí está Roxana, de origen provinciano
(la Santa de todos los Federicos Gamboa del mundo);
todo perdió en el Montparnasse, hasta su nombre verdadero.
Personaje alado que muere poco a poco
clavada diariamente por el fálico alfiler;
Roxana está sentada con un parroquiano gordo y calvo;
sobre su blusa negra y escotada
una medalla de no sé qué Virgen
su chapa de oro reverbera
y sus pezones también tiemblan como haciendo señales.
El obeso, con sus regordetas manos,
le acaricia los muslos debajo del vestido;
y ella, aquiescente, el olor de su intimidad regala,
el cual sale como humo por los poros de su piel
mientras murmura una frase sobre el mal tiempo
y su mente la transporta al balcón de una provincia
cuando saludaba al sol con risa de muchacha.
Uno recuerda esos versos de Manuel Acuña:
“...Y antes era una flor... una azucena
rica de galas y de esencias rica,
llena de aromas y de encantos llena”.

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SEDUCCIÓN
Flor Aguilera

Descarna mi nombre,
ven,
derrámate,
ya es de noche,
acerca tus semillas;
toma de mi cuenca
el agua que han de beber tus lirios;
posa tus manos
sobre las cúpulas del pecho,
ven
deja que la luz descanse
en tus pupilas dilatadas,
devora la vigilia,
apriétame,
algo se esconde en nuestro lecho,
prueba mil veces de mi boca,
cierra los ojos
cuando el cansancio nos fustigue
pero toma los frutos
nacidos de mi vientre.
Cubre tus manos,
que nadie las mire,
marcha conmigo,
encájame en tus piernas,
escucha los latidos
de las altas caricias de mis senos;
marca mis hombros,
quiéreme,
existimos ¿verdad?
Tú entiendes el amor,
el silencio es sangrante,
escóndeme,
sácame el corazón,
colócalo en tu pubis,
rema en mí con el ansia,
jadea
y si quieres
después duerme.

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HOSPITAL
Martín Campa Martínez

¿Cara o cruz?
No se puede ni siquiera respirar
con el sabor deforme a parca
acechándonos desde la vigilia.
Ni con ese picante olor a asepsia
obstruyendo los pasillos del sanatorio
y la incertidumbre del paciente
semejante a la nuestra.
No hay manera de huir, no.
Sólo existe esa muerte
que recoge los pecados húmedos del agonizante
mientras recorre breve y golosa sus recuerdos
hasta inyectarle fiebre en lo profundo de la entraña.
Lo vuelve delirio, clavo, frío horizonte sin límites;
textura de la sombra donde descansa el tiempo
y carne para el buitre ¿o para el infinito?

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TRAVESÍA
Arturo de la Torre

Notas que se cuelgan aferradas a mis oídos
y, en los riesgos nocturnos,
recibo con avidez el compás musical
de los grillos:
Éstos allanan con holgura el tiempo,
comparten y reparten espacio y ritmo.
Rachas de cánticos en noches serenadas
toleran el paso del ser perdido.
La luz de la luna pasa tímida
a través de las nubes
y la noche enfría con sabrosura
el calor de los sentidos.
Rastrojos crujiendo sin saber

que un insecto cumple su destino.

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