POETAS DEL BAJÍO
-El Diezmo de Palabras en Tierra Adentro-
Poetas
del Bajío, es el título con el cual Herminio presentó el trabajo de varios
compañeros del Diezmo de Palabras a la revista cultural Tierra Adentro. Los
poetas del Bajío, de los que incluimos sólo algunos textos, son una pequeña
muestra del excelente nivel literario que siempre ha mantenido el taller
fundado por Herminio Martínez hace más de dos décadas. Como pequeño homenaje a
nuestro maestro, le invitamos a leer la obra de estos escritores, algunos de
los cuales ya no asisten al taller, pero han dejado constancia de su paso y la
reverberación inigualable de su obra.
“Todos
los martes, desde hace algunos años, de seis a nueve de la noche, en la Casa de
la Cultura de Celaya, Guanajuato, sesiona el Taller Literario Diezmo de
Palabras, auspiciado por el H. Ayuntamiento Municipal, nuestro mecenas y apoyo
principal en estos menesteres. Narradores y poetas, escritores todos ellos
entusiasmados con la idea de andar la vida escuchando el lenguaje, acuden a la
cita, procedentes de los barrios y colonias de la ciudad, igual que de las
diferentes comunidades con que cuenta el municipio. Poco a poco nos hemos ido
acoplando, entendiendo, haciéndonos a la idea de que todos los hombres y las
mujeres para algo hemos nacido: algunos nada más para acumular bienes
materiales, otros para batirse a muerte en la arena de la política o de lo político;
pero otros más, como nosotros, quizá para cavar a punta de alma nuestro destino
en la cantera de la ilusión, buscando la belleza. ¿O qué otra cosa si no hace
el poeta? Con el tiempo hemos ido formando un libro, del cual ahora mismo
ofrecen una muestra Guillermo Cervantes, Martín Campa, Arturo Rodríguez
Martínez, Rafael Aguilera Mendoza, Flor Aguilera, Florencio López Ojeda, Martín
Villarreal, Esther Chávez de Olalde, Gerardo Sánchez, Arturo de la Torre,
Guillermina Carreño y José Ojeda Hidalgo. Como los locos, cada uno en su tema,
asomándose a lo profundo de su historia personal (¿o qué otra cosa si no es la
poesía?), nos llevan a conocer los agradables rumbos por donde su sangre
chicotea al compás de la lluvia que, como el vino de la Ilíada, cae generosa
sobre los sembradíos inmensos de la tarde, en estas tierras donde aún se
cosechan cebollas de cuarenta kilos, alfalfas azules que alcanzan la altura de
los tres metros y medio, coles con las hojas más grandes que orejas de
elefante, zanahorias, lechugas, jitomates y milpas –como la imaginación– de
grandeza extraordinaria. Una ventana al fondo de donde procedemos o donde nos
morimos. La variedad de líneas y sucesos que pueblan estas páginas son prueba
clara de ello, pues mientras unos nos llevan a los abismos de la indignación
por los olvidos de siempre, otros nos hacen entender mejor las razones del
cuerpo. Escriben como viven. Se parecen a sus palabras. A golpes de lenguaje
nos recuestan y a golpes de lenguaje nos levantan de una brisa otoñal que resuena
sus hojas como su dentadura un muerto. Un revuelo de alas se posa suspendido en
nuestro entorno en espera de que cada uno tomemos nuestro par. Con ellos
volamos a la vida, dejando atrás y lejos los instantes del tiempo metido en una
esfera de cristal para pasar al mundo que estos poetas nos ofrecen. Sus
crónicas son almas, en pena o riéndose, que también necesitan de nosotros, como
nosotros de ellas. La mayoría de ellos son desconocidos y aún están inéditos. A
excepción de Gerardo Sánchez, que ha publicado ya tres libros de versos en el
Instituto de Cultura del estado de Guanajuato, ninguno ha visto todavía su
nombre escrito en una portada. Son, pues, creadores nuevos. Jóvenes, muy
jóvenes unos. Otros con un poco de más edad, pero también recientes en estas
artes. De oficios varios y hasta disímbolos: Arturo Rodríguez Martínez, por
ejemplo, fue jugador profesional de futbol en el equipo Celaya de la primera
división, se fracturó una rodilla y aquí está hablando a gritos de Terrehembra. Martín Campa, de Rincón de
Tamayo, es un pelón de hospicio, de quien se dice que se nutre únicamente con
el fulgor de la estrella de la mañana; Rafael Aguilera Mendoza, ingeniero
industrial, trabajó en Barcelona con don Juan Salvat, haciendo enciclopedias y
enamorando mujeres entre las flores de las ramblas. Florencio López Ojeda es
profesor jubilado, amigo personal de Francisco Toledo y de Rodolfo Morales,
amén de sabio conocedor y reconocedor de las antiguas hablas que le dieron
gloria al mundo mágico de los antiguos pobladores de México; Arturo de la Torre
fue bracero en California, Illinois, Michigan, Texas y Colorado, de donde trajo
el suficiente dinero para poner tres tortillerías en la ciudad; Guillermo
Cervantes, cálido y silencioso, ha estado ya en tres universidades:
Guadalajara, Querétaro y Celaya, estudiando letras y filosofía, hoy trabaja de
obrero. Flor Aguilera se distingue por su bravura y carácter para enfrentarse a
la vida: estudiando literatura en la Facultad de la Universidad de Guanajuato.
Y los demás no se quedan atrás: unos venden perfumes falsos de casa en casa,
otros estudian la preparatoria abierta o semiescolarizada y otros son de esos
agricultores que dice la leyenda: siembran maíz cuyas matas pueden producir
hasta veinticinco elotes cada una, y jícamas de las que una sola no cabe en la
cajuela de un coche, y acelgas con hojas que para ser transportadas al mercado
se necesitan tres niños de los que ya van en sexto. ¡Poetas del Bajío tenían
que ser!”
Herminio
Martínez
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CRUCIFIXIÓN
DEL VIENTO
Guillermo
Cervantes
Todos
vieron cómo las alas
se
le desprendían del cuerpo inerte,
deshecho
por
dos impactos de hierro en llamas
y se
alejaban en busca de su nido.
Todos
regresaron a sus casas
conmovidos
y
riendo,
difícil
asegurar su inocencia.
De
ahí el camino bifurcado
que
aniquila cualquier confusión de bando,
risa
y orden,
ternura
y tiempo.
Que no se diga que somos traidores,
Que no se diga que somos traidores,
clamó
el pensamiento colectivo.
Todos
regresaron,
aún
duermen.
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EL
LUGAR DEL CRIMEN
Gerardo
Sánchez
Las
palabras finales de la víctima permanecen en el aire,
intactas,
afiladas
en el silencio
pueden
caer sobre alguno de los presentes.
Nadie
se atreva a mirar arriba;
al
muerto le cierran los ojos;
sólo
él guarda la verdad,
la
certeza con que vivirá el asesino.
Ahora
son indisolubles.
El
lugar del crimen permanece inmóvil,
detenido
en un punto sigiloso,
por
allí nadie escapará.
Qué
silencio rodea a la víctima
cuando
todos obtienen conclusiones,
saben
que cualquiera pudo estar en su lugar
y
muy en el fondo, como una perversidad inconfesable,
nos
alegramos de no tener ninguna cercanía con el difunto.
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LAS
NOCHES DEL MONTPARNASSE
Rafael
Aguilera Mendoza
Para
entrar al Montparnasse se necesita la palabra clave
o la
recomendación de un parroquiano influyente;
un
sujeto vestido de mariscal con mil botones
o de
mono de cilindrero antiguo
impide
la entrada con gesto adusto
o la
franquea con sonrisa mefítica y rastrera,
según
escudriña y juzga las posibilidades de consumo.
Los
admitidos transponen el umbral,
abren
las cortinas color vino.
Después
del mural de escenas pornográficas
el
capitán de meseros da la bienvenida
y la
madre superiora las buenas noches.
Nos
adentramos, sin el deseo preciso de adentrarnos,
sintiendo
que nos miran todos.
En
la penumbra surgen siluetas, rostros
de
caballeros que salen muy frecuente
en
las páginas de sociales a cuatro y ocho tintas;
el
vendedor de seguros, el arquitecto,
el
cura que cubre con peluca su tonsura,
el
abogado famoso por transa y desalmado,
fariseos
de la ley, ratas de la legalidad
que
con tarjetas carnet e hipotecas
justifican
malamente la vida;
respetables
hijos de padre y madre de fornicación sagrada,
envueltos
en este vaivén de sombras y luces fatuas,
envueltos
en esta noche ciega sin porvenir ni huella.
Los
músicos atacan indiscriminadamente:
tango,
danzón y toda música bailable.
Uno,
aturdido por el estruendo, se tropieza con las mesas,
enhebrados
en un hilo de humo,
agua
de colonia, tiempo y vértigo.
Circulan
muchachas avejentadas prematuramente,
con
los senos casi al aire y ausencia en su sonrisa
bordando
en el vacío eróticas filigranas
con
el bamboleo de sus caderas expertas.
Por
efecto de la luz negra del ambiente
las
brasas de los cigarros dibujan estelas fantásticas.
Uno
se acopla al antro en pausas o al tercer trago
(el
alucine en múltiples sabores).
Aquí
está Roxana, de origen provinciano
(la Santa de todos los Federicos Gamboa del
mundo);
todo
perdió en el Montparnasse, hasta su nombre verdadero.
Personaje
alado que muere poco a poco
clavada
diariamente por el fálico alfiler;
Roxana
está sentada con un parroquiano gordo y calvo;
sobre
su blusa negra y escotada
una
medalla de no sé qué Virgen
su
chapa de oro reverbera
y
sus pezones también tiemblan como haciendo señales.
El
obeso, con sus regordetas manos,
le
acaricia los muslos debajo del vestido;
y
ella, aquiescente, el olor de su intimidad regala,
el
cual sale como humo por los poros de su piel
mientras
murmura una frase sobre el mal tiempo
y su
mente la transporta al balcón de una provincia
cuando
saludaba al sol con risa de muchacha.
Uno
recuerda esos versos de Manuel Acuña:
“...Y
antes era una flor... una azucena
rica
de galas y de esencias rica,
llena
de aromas y de encantos llena”.
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SEDUCCIÓN
Flor
Aguilera
Descarna
mi nombre,
ven,
derrámate,
ya
es de noche,
acerca
tus semillas;
toma
de mi cuenca
el
agua que han de beber tus lirios;
posa
tus manos
sobre
las cúpulas del pecho,
ven
deja
que la luz descanse
en
tus pupilas dilatadas,
devora
la vigilia,
apriétame,
algo
se esconde en nuestro lecho,
prueba
mil veces de mi boca,
cierra
los ojos
cuando
el cansancio nos fustigue
pero
toma los frutos
nacidos
de mi vientre.
Cubre
tus manos,
que
nadie las mire,
marcha
conmigo,
encájame
en tus piernas,
escucha
los latidos
de
las altas caricias de mis senos;
marca
mis hombros,
quiéreme,
existimos
¿verdad?
Tú entiendes
el amor,
el
silencio es sangrante,
escóndeme,
sácame
el corazón,
colócalo
en tu pubis,
rema
en mí con el ansia,
jadea
y si
quieres
después
duerme.
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HOSPITAL
Martín
Campa Martínez
¿Cara
o cruz?
No
se puede ni siquiera respirar
con
el sabor deforme a parca
acechándonos
desde la vigilia.
Ni
con ese picante olor a asepsia
obstruyendo
los pasillos del sanatorio
y la
incertidumbre del paciente
semejante
a la nuestra.
No
hay manera de huir, no.
Sólo
existe esa muerte
que
recoge los pecados húmedos del agonizante
mientras
recorre breve y golosa sus recuerdos
hasta
inyectarle fiebre en lo profundo de la entraña.
Lo
vuelve delirio, clavo, frío horizonte sin límites;
textura
de la sombra donde descansa el tiempo
y
carne para el buitre ¿o para el infinito?
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TRAVESÍA
Arturo
de la Torre
Notas
que se cuelgan aferradas a mis oídos
y,
en los riesgos nocturnos,
recibo
con avidez el compás musical
de
los grillos:
Éstos
allanan con holgura el tiempo,
comparten
y reparten espacio y ritmo.
Rachas
de cánticos en noches serenadas
toleran
el paso del ser perdido.
La luz de la luna pasa tímida
La luz de la luna pasa tímida
a
través de las nubes
y la
noche enfría con sabrosura
el
calor de los sentidos.
Rastrojos
crujiendo sin saber
que
un insecto cumple su destino.
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