ALMA
MÍA
Herminio
Martínez
13 de
marzo 1949 – 17 de agosto 2014
La
escucho y no la veo,
alma
deshilachada nunca hubo otra
como
la mía: gota de oscuridad,
lágrima
amarga.
No
tengo corazón para sentirla,
no
tengo tierra ya para guardar su lluvia,
madura,
de la piedra brotan siglos,
edades
arrugadas, tiempos duros;
navego
en el océano donde un grito
partió
mi casa en dos, soy la materia
que se
consume sola
por no
herir de ceguera los rebaños
de
caricias que pueblan mis recuerdos.
A
veces, extendía la madrugada,
diciéndome:
ahí tiene su camino,
debe
marcharse ya, lo habla la ausencia,
no
busque más en mí lo que está muerto.
Ante
usted me hago a un lado
para
no revestir el cuerpo en chispas
de
esas, que, que como piedras al frotarse,
dejan
correr el verbo y arde el mundo.
Esa
carta de besos
que en
verde y triste historia
le
narraría mi vida,
ya no
existe
ni en
la estrecha cintura del relámpago,
ni en
el pecho erigido a mi deseo,
sin
embargo, señora, soy silencio
sin
lengua, sin rocío,
me
abrazo a la ola;
hecho
vidrio de sal me arrastro muerto
y como
si sufriera, resucito.
¿Quién
como yo, resiste tanto polvo?
¿Quién
como yo le duele tanto al día
cada
vez que se toca los crepúsculos?
Soy
una espiga huérfana de otoño,
alguien
que se hospedó en el duro viento
que es
la resignación hecha al olvido,
las
manos derretidas de la lluvia,
el
árbol de los hombres sin palabras,
los
padres del maíz y mi silencio.
Vengo
ya despidiéndome del aire
con un
adiós a mano entre dos mundos
sin
primavera, sólo ese traje sucio
que es
el invierno en su temblor de nieve,
que es
el morir en su fulgor sentado.
Dejé
plantar por último una cara
que
fue la mía cuando nos dimos manos
genitales
en piernas y en estómagos,
allí
donde crecía una enredadera
de
lámparas con hijos en el fuego.
Por
usted, alma mía,
vuelve
la luz del sol
a
nadar en el agua de mis ojos
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