PARA NADIA
“Con mucho dolor les comunico que mi hija fue víctima de un asesinato, estoy destrozado, aún no lo puedo creer”. Con estas palabras escritas en el muro de FB de mi amigo Bernardo, inició un día que marcaría un antes y un después para una familia… para una ciudad, para todo un Estado.
¿Cómo se reacciona a semejante texto? No se puede dar un like o usar imagen alguna, tampoco escribir un mensaje solidario en tan pequeño espacio. Mensaje que, además, se pierde en el anonimato de una red social que cada vez sirve para socializar menos. Mi amigo no podía creerlo, su esposa tampoco, ni la sociedad entera. Era un domingo de marzo del año 2020. Irónicamente el día 8, cuando en todo el mundo se conmemora el Día de la mujer.
Conocí a Nadia cuando era una niña. Tenía una gran sonrisa y un rostro noble. Sus ojos denotaban inteligencia, curiosidad por la vida. Muchos temas le llamaban la atención. Tenía ganas de vivir. Igual que casi todas las personas, hombres y mujeres por igual, veía hacia adelante. Estudiaba y se divertía igual que cualquiera. Reflexionaba y se comprometía, tal como muchos adolescentes lo hacen cuando deciden qué van a estudiar o a hacer con su vida. Pero en algo sí era única. Era hija de sus padres, solo de ellos. Y la perdieron. Alguien dirá que la única condición para morir es estar viva. Pero nadie espera que te arrebaten a una hija de manera violenta, irracional, con un sin sentido aberrante. Un día se encuentra celebrando la vida en una fiesta con amigos y compañeras de la universidad y al siguiente ya no volverás a escuchar su voz. Ya no podrás decirle buenos días, ¿qué se te antoja comer?, te amo. No se puede dialogar con el viento. Porque tu hija ya no va a volver. No está de vacaciones en la playa, no fue de campamento, no está en una manifestación a favor de la no violencia contra las mujeres –una de las causas que con tanto entusiasmo y compromiso Nadia abrazaba–, no. Está muerta. Le arrebataron la vida como si fuera una estadística. Los periódicos en todo el estado de Guanajuato y en el país entero publicaron la noticia: “Nadia Rodríguez Saro Martínez, tenía 22 años, era estudiante de la licenciatura de Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana. La madrugada del 8 de marzo fue asesinada mientras viajaba en su vehículo a su casa en Salamanca”.
¿Quién o quiénes fueron los asesinos? No se sabe. Nadie sabe. Las autoridades no saben. No hay respuestas, que de todos modos no van a devolver la vida a Nadia, pero al menos sus padres y la sociedad entera encuentren algo de paz al saber la causa. ¿Fue una equivocación? ¿Estaba en el lugar incorrecto en un mal momento? Tal vez nunca se sabrá. Lo más preocupante es que así ha sucedido y sigue ocurriendo con otras mujeres de todas las edades en todo México.
¿Qué nos pasó? ¿Cuándo perdimos la humanidad, la moral, el amor al prójimo? ¿Dónde quedaron los consejos de nuestros padres: a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa? Como sociedad tenemos mucho que reprocharnos, somos indolentes ante el embate de la violencia de todo tipo. Aunque la que más duele sea la que afecta a nuestros hijos. Y no es un tema de políticos ni de partidos, ni siquiera es de ahora.
Esta actitud de indiferencia tiene años campeando en nuestro entorno. Las canciones, los programas de televisión, películas, redes sociales y hasta en los propios colegios de todo tipo y clases sociales hacen apología de la sexualización de niñas y niños como objetos. Se hacen chistes referentes a la edad mínima para iniciar en la vida de los adultos. No se respeta a jovencitas, ni a mujeres, ni a las ancianas. Somos, como sociedad, un fracaso en este sentido. Aunque también en otros más.
A Nadia le gustaba comprometerse con las causas en donde pudiera hacer una diferencia: los derechos de las mujeres, los derechos de los animales. Su solidaridad con las víctimas de violencia le impulsó a simular su muerte a través de un mensaje que también colocaban otras mujeres en sus redes sociales, para atraer la atención del mundo entero y crear conciencia del grave problema que sigue empañando a todos los países. Pero al parecer estamos sordos. Mujeres siguen muriendo en forma violenta, muchas veces a manos de personas cercanas y nadie hace algo.
“Mami, papi y hermanos, si algún día soy yo, quédense con la mejor imagen de mí, recuérdenme como yo a ustedes los recordaré, porque no soy un cuerpo tirado y lastimado, porque mi ser no vive en la foto que pasan los medios de comunicación creando morbo y mucho menos hagan caso a comentarios machistas que hablarán de mí en las redes sociales. Si algún día soy yo sepan que jamás me rendí, que pelee hasta mi último aliento y su imagen siempre estuvo presente. Que disfruté de mi vida, que reí y bailé hasta cansarme, que amé todo lo que hacía, que alcé mi voz y no me quedé callada, que realmente pensaba que el mundo podía cambiar, pero terminó quitándome la vida. Si algún día soy yo, por favor cuiden con el alma a mi sobrina porque yo quise ser un ejemplo para ella y, sobre todo, enséñenle a no vivir con miedo y a luchar por su vida, PORQUE SI ALGÚN DÍA SOY YO, QUIERO SER LA ÚLTIMA”. Publicó Nadia en su muro de FB días antes de su muerte.
¿Qué se le dice a un amigo, hermano, que ha perdido a su hija? ¿Cómo se consuela a una madre, a Blanca, que ya no volverá a ver a la niña que le tomaba de la mano para cruzar la calle y sentirse protegida? No hay palabras. Tal vez, acaso con el tiempo, decir lo siento ya ni siquiera signifique algo. Pero lo siento. Siento el desánimo de mis amigos porque su vida no volverá a ser igual. Siento su coraje por no encontrar respuestas. Siento su esperanza de que la muerte de Nadia al menos conmueva y remueva las conciencias de quienes siguen violentando a las mujeres y niños. Siento que no todo está perdido cuando veo a los compañeros de Nadia escribir cartas a su amiga de la universidad y publicarlas en un libro a su memoria. Siento orgullo de mi amigo Bernardo quien, en medio de la tragedia, promueve el recuerdo de su hija en eventos de motonáutica, donde gana premios que le dedica a Nadia… a su recuerdo. A ese recuerdo indeleble que siempre estará presente en sus padres, en su hermano, en su familia toda y, sobre todo, en la mente y el corazón de quienes la conocimos y la quisimos.
No nos quedaremos callados, han pasado dos años de su muerte prematura y seguiremos insistiendo en que el mundo puede cambiar, que su muerte y la de otras mujeres no ha sido en vano.
A tu memoria…
Julio Edgar Méndez
Celaya, 8 de marzo 2022.
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