domingo, 13 de noviembre de 2016

ATRAPADOS POR EL MIEDO


ATRAPADOS POR EL MIEDO
-Cuento de Arturo Grimaldo Méndez-

Cuando aquel grupo de alumnos recibió la autorización para realizar una investigación de fenómenos paranormales, en el interior de aquella antigua edificación, gritaron de júbilo, sin pensar en las consecuencias que aquella aventura les depararía.
Miguel, Gregorio, Antonio, Ignacio y Andrés,  estudiaban en la Preparatoria Oficial de la ciudad de Celaya, Guanajuato. Como parte del programa de la materia de Psicología, deberían realizar un trabajo de investigación. El Proyecto se titulaba: “Percepción de Sicofonías y Presencias Paranormales”.
Eligieron para dicho trabajo, el antiguo convento de la orden de San Agustín, edificio que funcionó como cárcel municipal por más de  cincuenta años; luego como Centro Cultural de las Bellas Artes y en la actualidad como Casa de la Cultura.
Convertido en una fortaleza, sus imponentes muros fueron testigo lo mismo de cantos laudatorios, que de gritos de injusticia; de pasiones ocultas y desenfrenos, que de odios y traiciones. Por ello, no es difícil pensar que en múltiples ocasiones todo esto terminara en pleitos, motines y crímenes sangrientos al interior de aquel lugar adaptado como reclusorio municipal. Sin embargo, aun cuando las condiciones de aquella lúgubre construcción habían cambiado y ahora era un concurrido lugar para el conocimiento del arte, la vida de los estudiantes que osaron profanar nuestro refugio para realizar en su interior dicha investigación, cambió a partir de la experiencia de terror que allí les teníamos preparado.
La noche del viernes trece de noviembre de 1983 ya los esperaba el empleado más antiguo de la Institución. Don Florentino tenía más de cuarenta años de trabajar en aquel lugar y conocía cada rincón como la palma de su mano. Parecía que estaba acostumbrado a todos los misterios que en el interior de aquel portentoso edificio se escondían.
─Buenas noches, muchachos. ¿Ustedes son los que van a quedarse esta noche aquí? -les preguntó el empleado.
─Sí, -contestó uno de los chicos.
─Espero que hayan traído los permisos. El de su escuela y el del director de este lugar -volvió a decirles.
Otro de los estudiantes le extendió ambos documentos y don Flor –como le decían de cariño sus amigos- se encaminó a abrir la puerta principal de acceso. Apenas unos minutos antes la había cerrado, pensando que tal vez ya se habían arrepentido de hacer su “experimento”, puesto que no llegaron a la hora acordad.
─¿Don Florentino, desde cuándo trabaja usted aquí? -Le preguntó el más joven de todos.
─Desde siempre… ya ni me acuerdo cuántos años tengo en este lugar. Creo que  hace más de cuarenta y cinco.
─¿Y nunca lo han espantado? -preguntó un tercer curioso.
─No me hagan decir cosas que no quiero, luego les vaya a ocasionar algún disgusto con  mis palabras y no puedan hacer su trabajo  -les dijo, mientras abría la puerta.
Se voltearon a ver unos a otros, con cierto nerviosismo. Les invitó a pasar y cerró el enorme portón de madera.
─Espero que sepan las condiciones en que se autorizó hacer esta actividad… si no, les recuerdo que no puedo dejarles llaves para salir;  mañana vendré a abrirles. De igual manera, no les podré indicar dónde están los controles de la energía eléctrica, por seguridad de ustedes y de la Casa.
─No se preocupe, traemos una lámpara  -dijo otro de los estudiantes.
─¿Sí conocen las instalaciones, verdad? –volvió a preguntar el encargado del lugar.
─Sí,  lo conocimos antes de que nos autorizaran realizar nuestra investigación  -respondió quien dijo ser el responsable del grupo.
─Me da un poco de pena no poder ayudarlos en otra cosa que no sea la encomendada,  pero… bueno, aunque se enoje el Director, les quiero pedir algo: Todo lo que vean y escuchen, jamás lo cuenten a nadie. También les dejaré una escalera por si no soportan estar toda la noche dentro de la casa. Con ella, pueden salir por alguna de las ventanas que da a la calle.

Aquel último comentario puso más nerviosos a los estudiantes, quienes ya no dijeron palabra alguna hasta quedarse totalmente solos, a oscuras y encerrados en aquella vieja edificación. En el interior de cada uno resonaban las palabras que aquel buen hombre había pronunciado: por si no soportan estar dentro de la Casa. ¿Acaso habían pensado sobre los misterios que había en su interior? ¿Se imaginaban por qué don Florentino no quiso contarles nada de sus experiencias en el interior del lugar? Y lo de la “ayuda” al dejarles la escalera… les decía algo?
Muchas de esas preguntas se quedaron en el aire y sin respuesta para los estudiantes. La soledad y el silencio espeluznante que reinaba en nuestro recinto, les hizo comenzar a desempacar sus pertenencias, sacar los instrumentos de trabajo y comenzar la investigación desde el salón que les asignaron para  su tarea. Miguel era el responsable principal de aquella expedición. Luego, les recordó a cada uno  las actividades que harían.
Minutos después,  Antonio tomó la palabra y dijo:
─Yo traje un “jueguito” para hacer menos aburrida la velada. ¡Es la Ouija!
¡Queeé!  -se oyó una expresión al unísono de los demás.
─No inventes, Toño, en eso no habíamos quedado  -le  dijo Ignacio, con el miedo reflejado en su rostro.
─Pensé que trabajaría con hombres y no con “mariquitas”, -les contestó envalentonado el bromista.
Veo que tendré que guardar lo que tanto miedo les da a mis niños de kínder  -dijo,  al tiempo que soltaba una sonora carcajada que retumbó en aquel bello edificio de estilo Plateresco.
Convencidos por tanta indirecta, y sobrepuestos de aquella impresión, jugaron por algunos minutos, hasta que comenzó el turno del primero de ellos para iniciar el trabajo encomendado.
─Tú, Gregorio, iniciarás el recorrido la primera hora y a tu regreso, comenzarás el llenado de los formatos de investigación. Anotarás tus observaciones y por mañana las compartirás con todos.
“Goyo”  -de cariño para sus amigos-  debería recorrer uno de los pasillos más largos de la planta alta de aquel lugar y en el salón más alejado, donde se impartía la clase de música.  Debería estar viendo y escuchando lo que más pudiera.
Pasado el tiempo, regresó, pero su rostro reflejaba una palidez que se confundía con el escaso reflejo de la luna. Tomó lápiz, papel y anotó algunos datos.
Enseguida, aún con la Ouija a su lado, Antonio se levantó, tomó la grabadora y se dirigió a la planta baja del exconvento, en donde estaba una galería de arte. No esperó indicaciones de Miguel, pues sabía perfectamente la tarea que le correspondía.  Allí había una exposición fotográfica de Máscaras y Alebrijes, con motivo del pasado día de muertos. Él grabaría durante sesenta minutos todo lo que pudiera. A su regreso al mismo punto de reunión, los demás vieron que se cubría el rostro con sus manos y movía continuamente la cabeza, como si negara algo; Hizo algunos apuntes, pero nada pudo expresar.
Ahora sería Ignacio quien debería hacer el tercer recorrido. Luego de llegar al lugar que le correspondía,  se vio rodeado de monstruos, diablos, brujas y dragones que estaban en el taller de cartonería. El tiempo de estancia en los lugares asignados, era el mismo para cada uno. Pasada la hora, regresó, pero no pudo pronunciar palabra alguna. Sólo se concretó a escribir un poco; después se recostó en su cobija y temblando de miedo, se quedó dormido.
Para Andrés, el menor de todos, la misión asignada era, tal vez, la más riesgosa, pues debería internarse en un largo túnel, sucio y sombrío que estaba muy alejado de las demás áreas. Lleno de carteles, cuadros, pintura, lámparas fundidas, pinceles, esculturas inconclusas, caballetes rotos, herramientas y basura,  hacían de aquel lugar el más tenebroso.
Pasado el tiempo señalado, aquel  joven no regresó y de inmediato se dibujó una mueca de preocupación en los rostros de sus compañeros.
─¿Qué hacemos? -preguntó Miguel a los demás.
─Propongo que vayamos todos a buscarlo  -dijo Gregorio.
─Yo opino que le preguntemos a la Ouija -propuso Antonio, que era el dueño del juego. Luego de consultar aquel artilugio, y de acuerdo a la respuesta dada por  el mismo, de que no estaba muerto, bajaron todos a buscarlo.
Varios minutos después, lo encontraron a medio túnel, desmayado, pero la luz de la lámpara que accidentalmente quedó iluminando su rostro, hacía de aquella escena algo espectacular.
Repuestos del susto, lo intentaron reanimar, pero fue inútil. Lo subieron entre todos como un pesado fardo. Ya colocado en su lugar, continuó durante varios minutos inconsciente. Le dieron un poco de beber, le frotaron el cuello y la nunca con alcohol y comenzó a reaccionar. Escribió algo por un breve tiempo. Después, se durmió hasta la mañana siguiente.
Miguel fue el último en  conciliar el sueño, pues como responsable del Proyecto, debería hacer una síntesis de todo lo aportado por sus compañeros. Sin embargo, como ninguno de ellos había podido contarle nada, decidió observar las anotaciones que cada uno hizo en sus cuadernos de apuntes y asombrado, transcribió para el trabajo final.
“A los  diez minutos de estar en el salón de música, comencé a escuchar unas notas suaves en un piano, como de una ceremonia luctuosa o un funeral. Las teclas del instrumento se movían al compás de la música que se tocaba, pero nadie estaba sentado en el banquillo ejecutando aquella melodía.


No pude controlar el miedo y menos aun cuando vi que una silueta como de una mujer, apareció al lado del piano y me invitaba a acercarme hacia ella. Di la media vuelta y salí corriendo, pero sentí cómo sus manos intentaban detenerme”. (Gregorio)
Tal vez por la oscuridad  del salón donde estaban trabajando, Miguel no se dio cuenta  que la camisa de su compañero estaba hecha girones por la espalda, como si unas enormes garras lo hubieran jalado.
“No puedo creer lo que vieron mis ojos. Cuando coloqué la grabadora en el centro del salón de danza, me senté por unos instantes en la entrada del lugar y en el aparato se comenzaron a escuchar unas melodías bellísimas que invitaban a bailar. El cassette donde grabaría no había sido usado antes. Luego, desde el interior de las paredes, aparecieron parejas de jóvenes que danzaban al compás de aquella música. Sus esqueléticos cuerpos tenían una agilidad impresionante para ejecutar toda clase de giros, saltos y pasos en la duela. Por un instante me rodearon e impedían la salida del salón. Me cubrí el rostro con mis manos y unos instantes después, habían  desaparecido. Corrí y olvidé la grabadora en el centro de la pista de baile”. (Antonio)
Miguel tampoco se percató que sobre la ropa de Toño, quedaron marcadas decenas de manos, y un olor nauseabundo, como de un cuerpo putrefacto.
“Quisiera que esto fuera un sueño, pero tengo que escribir lo que vieron mis ojos, aunque  me niegue a creerlo. Ha sido la danza macabra más horrible que pude haber imaginado. Cada una de la figuras de cartón comenzó a descender de las paredes de donde colgaban y las que estaban en el piso, comenzaron a colocarse en el centro del taller. Las de mayor tamaño destrozaron a las más pequeñas con sus propias garras y colmillos. Luego, con ansia desmedida, comenzaron a comer las partes cercenadas. La sangre que brotaba del interior de cada figura derrotada era interminable, como la misma sed de los vencedores por consumirla. En medio de la batalla, alcancé a salir corriendo de allí”.(Ignacio)
La  playera blanca salpicada de sangre que llevaba puesta Ignacio, daría mayor veracidad a su narración.
“Al ir acercándome hasta el final del túnel, vi a un perro negro de gran tamaño que se me quedaba viendo fijamente a los ojos. De los suyos, salía una llama de fuego que hería mis pupilas. Seguí caminando lentamente hacia él para ver si lograba asustarlo. Sin embargo, mi sorpresa mayor fue cuando a dos metros de distancia comenzó a recular hacia la pared del fondo del túnel y se incrustó en ella. Desapareció en ese momento. Después, intenté escribir lo que había visto; sentí que todo me daba vueltas y ya no supe más de mí”. (Andrés)
Miguel terminó de leer las anotaciones de cada uno de sus compañeros, pero ya no descubrió el color rojo que aún tenían  las pupilas de Andrés y antes de que aparecieran los primeros rayos del alba, lo venció el sueño. Con la claridad del nuevo día y con una calma aparente en los rostros de cada uno, iniciaron el cierre del trabajo.
─Mientras voy por la grabadora que olvidó Antonio en el salón, escriban sus observaciones finales  -comentó  Miguel.
De regreso, con el aparato olvidado, recorrieron la cinta. Escucharon lo grabado y perfectamente todos comprendieron los sonidos captados. Primero, las fuertes pisadas de un hombre, como de alguien que usa botas y espuelas. Luego, el sonido de cadenas arrastrando a cada paso que daba. Unos minutos después, la proximidad hasta el lugar donde se encontraba la grabadora. Finalmente, con toda claridad, el sonido de las mismas pisadas que daban vuelta de aquel lugar y se alejaban lentamente.
No hubo comentarios. Ahora, además de las evidencias que nadie se atrevió a comentar,  les quedaba más claro que nuestra presencia en estos lugares merece respeto, porque cohabitamos en una misma dimensión; Por siglos, nosotros les hemos respetado. Sólo pedimos que no traspasen estos límites.
Tal como les había dicho don Florentino, a las nueve de la mañana llegó  puntual para abrirles la puerta y dejar el encierro. No le dijeron ninguna palabra. Salieron como si cada uno  hubiera regresado del túnel del tiempo y llevaran en sus mochilas miles de historias acumuladas.
Entregaron el Proyecto y cada quien tomó un rumbo diferente en la vida.

 Miguel se dedicó a escribir historias de terror para una revista llamada Historias de Horror y Cosas Peores. Jamás las ha publicado, sólo se recrea en ellas y ríe sin control cuando arroja al viento las hojas rotas en donde las redacta.
Gregorio es visitado con frecuencia por sus familiares en un Hospital Siquiátrico del Estado de Jalisco.
Ignacio, perdió el habla y se comunica sólo con sus manos y con expresiones faciales que son un reflejo del terror que le marcó su rostro para siempre.
Antonio sigue deambulando por las calles de distintos pueblos del Bajío, sin conocer a nadie, sin responder a las preguntas que le hacen las personas. Jamás suelta la Ouija que lleva consigo.
Andrés está en recuperación en el Centro de Neurología y Enfermedades Sicosomáticas  del Estado de Querétaro. Siempre se rehúsa hablar al respecto.

Yo… por fin pude deshacerme de esas pesadas cadenas que tanto ruido hacen al andar.



*José Arturo Grimaldo Méndez nació en la Comunidad de la Esperanza, municipio de Dolores Hidalgo Guanajuato. Ingresó al Seminario Diocesano de Celaya donde cursó  el Bachillerato en el Colegio Manuel Concha. Estudió  la  carrera de Licenciado en Administración de Empresas en la Escuela Superior de Contaduría y Administración de Celaya y posteriormente  cursó  una Maestría en Desarrollo Docente en la misma  Universidad. Ha participado en  diversos cursos y seminarios dentro del área de formación humana. Es docente de tiempo completo. Es miembro del Taller Literario DIEZMO DE PALABRAS. Ha publicado los libros “Mis Dos Amores”, obra narrativa de investigación y el libro de poemas “Flores del Paraíso”.

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