ATRAPADOS POR EL MIEDO
-Cuento de Arturo
Grimaldo Méndez-
Cuando
aquel grupo de alumnos recibió la autorización para realizar una investigación
de fenómenos paranormales, en el interior de aquella antigua edificación,
gritaron de júbilo, sin pensar en las consecuencias que aquella aventura les
depararía.
Miguel,
Gregorio, Antonio, Ignacio y Andrés,
estudiaban en la Preparatoria Oficial de la ciudad de Celaya,
Guanajuato. Como parte del programa de la materia de Psicología, deberían
realizar un trabajo de investigación. El Proyecto se titulaba: “Percepción de
Sicofonías y Presencias Paranormales”.
Eligieron
para dicho trabajo, el antiguo convento de la orden de San Agustín, edificio
que funcionó como cárcel municipal por más de
cincuenta años; luego como Centro Cultural de las Bellas Artes y en la
actualidad como Casa de la Cultura.
Convertido
en una fortaleza, sus imponentes muros fueron testigo lo mismo de cantos
laudatorios, que de gritos de injusticia; de pasiones ocultas y desenfrenos,
que de odios y traiciones. Por ello, no es difícil pensar que en múltiples ocasiones
todo esto terminara en pleitos, motines y crímenes sangrientos al interior de
aquel lugar adaptado como reclusorio municipal. Sin embargo, aun cuando las
condiciones de aquella lúgubre construcción habían cambiado y ahora era un
concurrido lugar para el conocimiento del arte, la vida de los estudiantes que
osaron profanar nuestro refugio para realizar en su interior dicha
investigación, cambió a partir de la experiencia de terror que allí les
teníamos preparado.
La
noche del viernes trece de noviembre de 1983 ya los esperaba el empleado más
antiguo de la Institución. Don Florentino tenía más de cuarenta años de
trabajar en aquel lugar y conocía cada rincón como la palma de su mano. Parecía
que estaba acostumbrado a todos los misterios que en el interior de aquel
portentoso edificio se escondían.
─Buenas
noches, muchachos. ¿Ustedes son los que van a quedarse esta noche aquí? -les
preguntó el empleado.
─Sí,
-contestó uno de los chicos.
─Espero
que hayan traído los permisos. El de su escuela y el del director de este lugar
-volvió a decirles.
Otro
de los estudiantes le extendió ambos documentos y don Flor –como le decían de
cariño sus amigos- se encaminó a abrir la puerta principal de acceso. Apenas
unos minutos antes la había cerrado, pensando que tal vez ya se habían
arrepentido de hacer su “experimento”, puesto que no llegaron a la hora
acordad.
─¿Don
Florentino, desde cuándo trabaja usted aquí? -Le preguntó el más joven de
todos.
─Desde
siempre… ya ni me acuerdo cuántos años tengo en este lugar. Creo que hace más de cuarenta y cinco.
─¿Y
nunca lo han espantado? -preguntó un tercer curioso.
─No
me hagan decir cosas que no quiero, luego les vaya a ocasionar algún disgusto
con mis palabras y no puedan hacer su
trabajo -les dijo, mientras abría la puerta.
Se
voltearon a ver unos a otros, con cierto nerviosismo. Les invitó a pasar y
cerró el enorme portón de madera.
─Espero
que sepan las condiciones en que se autorizó hacer esta actividad… si no, les
recuerdo que no puedo dejarles llaves para salir; mañana vendré a abrirles. De igual manera, no
les podré indicar dónde están los controles de la energía eléctrica, por
seguridad de ustedes y de la Casa.
─No
se preocupe, traemos una lámpara -dijo
otro de los estudiantes.
─¿Sí
conocen las instalaciones, verdad? –volvió a preguntar el encargado del lugar.
─Sí, lo conocimos antes de que nos autorizaran
realizar nuestra investigación
-respondió quien dijo ser el responsable del grupo.
─Me
da un poco de pena no poder ayudarlos en otra cosa que no sea la encomendada, pero… bueno, aunque se enoje el Director, les
quiero pedir algo: Todo lo que vean y escuchen, jamás lo cuenten a nadie.
También les dejaré una escalera por si no soportan estar toda la noche dentro
de la casa. Con ella, pueden salir por alguna de las ventanas que da a la
calle.
Aquel
último comentario puso más nerviosos a los estudiantes, quienes ya no dijeron
palabra alguna hasta quedarse totalmente solos, a oscuras y encerrados en
aquella vieja edificación. En el interior de cada uno resonaban las palabras
que aquel buen hombre había pronunciado: por si no soportan estar dentro de la
Casa. ¿Acaso habían pensado sobre los misterios que había en su interior? ¿Se
imaginaban por qué don Florentino no quiso contarles nada de sus experiencias
en el interior del lugar? Y lo de la “ayuda” al dejarles la escalera… les decía
algo?
Muchas
de esas preguntas se quedaron en el aire y sin respuesta para los estudiantes.
La soledad y el silencio espeluznante que reinaba en nuestro recinto, les hizo
comenzar a desempacar sus pertenencias, sacar los instrumentos de trabajo y
comenzar la investigación desde el salón que les asignaron para su tarea. Miguel era el responsable principal
de aquella expedición. Luego, les recordó a cada uno las actividades que harían.
Minutos
después, Antonio tomó la palabra y dijo:
─Yo
traje un “jueguito” para hacer menos aburrida la velada. ¡Es la Ouija!
¡Queeé! -se oyó una expresión al unísono de los
demás.
─No
inventes, Toño, en eso no habíamos quedado
-le dijo Ignacio, con el miedo
reflejado en su rostro.
─Pensé
que trabajaría con hombres y no con “mariquitas”, -les contestó envalentonado
el bromista.
Veo
que tendré que guardar lo que tanto miedo les da a mis niños de kínder -dijo,
al tiempo que soltaba una sonora carcajada que retumbó en aquel bello
edificio de estilo Plateresco.
Convencidos
por tanta indirecta, y sobrepuestos de aquella impresión, jugaron por algunos
minutos, hasta que comenzó el turno del primero de ellos para iniciar el
trabajo encomendado.
─Tú,
Gregorio, iniciarás el recorrido la primera hora y a tu regreso, comenzarás el
llenado de los formatos de investigación. Anotarás tus observaciones y por
mañana las compartirás con todos.
“Goyo” -de cariño para sus amigos- debería recorrer uno de los pasillos más
largos de la planta alta de aquel lugar y en el salón más alejado, donde se
impartía la clase de música. Debería
estar viendo y escuchando lo que más pudiera.
Pasado
el tiempo, regresó, pero su rostro reflejaba una palidez que se confundía con
el escaso reflejo de la luna. Tomó lápiz, papel y anotó algunos datos.
Enseguida,
aún con la Ouija a su lado, Antonio se levantó, tomó la grabadora y se dirigió
a la planta baja del exconvento, en donde estaba una galería de arte. No esperó
indicaciones de Miguel, pues sabía perfectamente la tarea que le
correspondía. Allí había una exposición
fotográfica de Máscaras y Alebrijes, con motivo del pasado día de muertos. Él
grabaría durante sesenta minutos todo lo que pudiera. A su regreso al mismo
punto de reunión, los demás vieron que se cubría el rostro con sus manos y
movía continuamente la cabeza, como si negara algo; Hizo algunos apuntes, pero
nada pudo expresar.
Ahora
sería Ignacio quien debería hacer el tercer recorrido. Luego de llegar al lugar
que le correspondía, se vio rodeado de
monstruos, diablos, brujas y dragones que estaban en el taller de cartonería.
El tiempo de estancia en los lugares asignados, era el mismo para cada uno.
Pasada la hora, regresó, pero no pudo pronunciar palabra alguna. Sólo se
concretó a escribir un poco; después se recostó en su cobija y temblando de
miedo, se quedó dormido.
Para
Andrés, el menor de todos, la misión asignada era, tal vez, la más riesgosa,
pues debería internarse en un largo túnel, sucio y sombrío que estaba muy
alejado de las demás áreas. Lleno de carteles, cuadros, pintura, lámparas
fundidas, pinceles, esculturas inconclusas, caballetes rotos, herramientas y
basura, hacían de aquel lugar el más
tenebroso.
Pasado
el tiempo señalado, aquel joven no regresó
y de inmediato se dibujó una mueca de preocupación en los rostros de sus
compañeros.
─¿Qué
hacemos? -preguntó Miguel a los demás.
─Propongo
que vayamos todos a buscarlo -dijo
Gregorio.
─Yo
opino que le preguntemos a la Ouija -propuso Antonio, que era el dueño del
juego. Luego de consultar aquel artilugio, y de acuerdo a la respuesta dada
por el mismo, de que no estaba muerto,
bajaron todos a buscarlo.
Varios
minutos después, lo encontraron a medio túnel, desmayado, pero la luz de la
lámpara que accidentalmente quedó iluminando su rostro, hacía de aquella escena
algo espectacular.
Repuestos
del susto, lo intentaron reanimar, pero fue inútil. Lo subieron entre todos
como un pesado fardo. Ya colocado en su lugar, continuó durante varios minutos
inconsciente. Le dieron un poco de beber, le frotaron el cuello y la nunca con
alcohol y comenzó a reaccionar. Escribió algo por un breve tiempo. Después, se
durmió hasta la mañana siguiente.
Miguel
fue el último en conciliar el sueño,
pues como responsable del Proyecto, debería hacer una síntesis de todo lo
aportado por sus compañeros. Sin embargo, como ninguno de ellos había podido
contarle nada, decidió observar las anotaciones que cada uno hizo en sus
cuadernos de apuntes y asombrado, transcribió para el trabajo final.
“A
los diez minutos de estar en el salón de
música, comencé a escuchar unas notas suaves en un piano, como de una ceremonia
luctuosa o un funeral. Las teclas del instrumento se movían al compás de la
música que se tocaba, pero nadie estaba sentado en el banquillo ejecutando
aquella melodía.
No
pude controlar el miedo y menos aun cuando vi que una silueta como de una
mujer, apareció al lado del piano y me invitaba a acercarme hacia ella. Di la
media vuelta y salí corriendo, pero sentí cómo sus manos intentaban detenerme”.
(Gregorio)
Tal
vez por la oscuridad del salón donde
estaban trabajando, Miguel no se dio cuenta
que la camisa de su compañero estaba hecha girones por la espalda, como
si unas enormes garras lo hubieran jalado.
“No
puedo creer lo que vieron mis ojos. Cuando coloqué la grabadora en el centro
del salón de danza, me senté por unos instantes en la entrada del lugar y en el
aparato se comenzaron a escuchar unas melodías bellísimas que invitaban a
bailar. El cassette donde grabaría no había sido usado antes. Luego, desde el
interior de las paredes, aparecieron parejas de jóvenes que danzaban al compás
de aquella música. Sus esqueléticos cuerpos tenían una agilidad impresionante
para ejecutar toda clase de giros, saltos y pasos en la duela. Por un instante
me rodearon e impedían la salida del salón. Me cubrí el rostro con mis manos y
unos instantes después, habían
desaparecido. Corrí y olvidé la grabadora en el centro de la pista de
baile”. (Antonio)
Miguel
tampoco se percató que sobre la ropa de Toño, quedaron marcadas decenas de
manos, y un olor nauseabundo, como de un cuerpo putrefacto.
“Quisiera
que esto fuera un sueño, pero tengo que escribir lo que vieron mis ojos,
aunque me niegue a creerlo. Ha sido la
danza macabra más horrible que pude haber imaginado. Cada una de la figuras de
cartón comenzó a descender de las paredes de donde colgaban y las que estaban
en el piso, comenzaron a colocarse en el centro del taller. Las de mayor tamaño
destrozaron a las más pequeñas con sus propias garras y colmillos. Luego, con
ansia desmedida, comenzaron a comer las partes cercenadas. La sangre que
brotaba del interior de cada figura derrotada era interminable, como la misma
sed de los vencedores por consumirla. En medio de la batalla, alcancé a salir
corriendo de allí”.(Ignacio)
La playera blanca salpicada de sangre que
llevaba puesta Ignacio, daría mayor veracidad a su narración.
“Al
ir acercándome hasta el final del túnel, vi a un perro negro de gran tamaño que
se me quedaba viendo fijamente a los ojos. De los suyos, salía una llama de
fuego que hería mis pupilas. Seguí caminando lentamente hacia él para ver si
lograba asustarlo. Sin embargo, mi sorpresa mayor fue cuando a dos metros de
distancia comenzó a recular hacia la pared del fondo del túnel y se incrustó en
ella. Desapareció en ese momento. Después, intenté escribir lo que había visto;
sentí que todo me daba vueltas y ya no supe más de mí”. (Andrés)
Miguel
terminó de leer las anotaciones de cada uno de sus compañeros, pero ya no
descubrió el color rojo que aún tenían
las pupilas de Andrés y antes de que aparecieran los primeros rayos del
alba, lo venció el sueño. Con la claridad del nuevo día y con una calma
aparente en los rostros de cada uno, iniciaron el cierre del trabajo.
─Mientras
voy por la grabadora que olvidó Antonio en el salón, escriban sus observaciones
finales -comentó Miguel.
De
regreso, con el aparato olvidado, recorrieron la cinta. Escucharon lo grabado y
perfectamente todos comprendieron los sonidos captados. Primero, las fuertes
pisadas de un hombre, como de alguien que usa botas y espuelas. Luego, el
sonido de cadenas arrastrando a cada paso que daba. Unos minutos después, la
proximidad hasta el lugar donde se encontraba la grabadora. Finalmente, con
toda claridad, el sonido de las mismas pisadas que daban vuelta de aquel lugar
y se alejaban lentamente.
No
hubo comentarios. Ahora, además de las evidencias que nadie se atrevió a
comentar, les quedaba más claro que
nuestra presencia en estos lugares merece respeto, porque cohabitamos en una
misma dimensión; Por siglos, nosotros les hemos respetado. Sólo
pedimos que no traspasen estos límites.
Tal
como les había dicho don Florentino, a las nueve de la mañana llegó puntual para abrirles la puerta y dejar el
encierro. No le dijeron ninguna palabra. Salieron como si cada uno hubiera regresado del túnel del tiempo y
llevaran en sus mochilas miles de historias acumuladas.
Entregaron
el Proyecto y cada quien tomó un rumbo diferente en la vida.
Miguel se dedicó a escribir historias de
terror para una revista llamada Historias de Horror y Cosas Peores. Jamás las
ha publicado, sólo se recrea en ellas y ríe sin control cuando arroja al viento
las hojas rotas en donde las redacta.
Gregorio
es visitado con frecuencia por sus familiares en un Hospital Siquiátrico del
Estado de Jalisco.
Ignacio,
perdió el habla y se comunica sólo con sus manos y con expresiones faciales que
son un reflejo del terror que le marcó su rostro para siempre.
Antonio
sigue deambulando por las calles de distintos pueblos del Bajío, sin conocer a
nadie, sin responder a las preguntas que le hacen las personas. Jamás
suelta la Ouija que lleva consigo.
Andrés
está en recuperación en el Centro de Neurología y Enfermedades
Sicosomáticas del Estado de Querétaro.
Siempre se rehúsa hablar al respecto.
Yo…
por fin pude deshacerme de esas pesadas cadenas que tanto ruido hacen al andar.
*José Arturo Grimaldo Méndez nació en
la Comunidad de la Esperanza, municipio de Dolores Hidalgo Guanajuato. Ingresó
al Seminario Diocesano de Celaya donde cursó
el Bachillerato en el Colegio Manuel Concha. Estudió la
carrera de Licenciado en Administración de Empresas en la Escuela
Superior de Contaduría y Administración de Celaya y posteriormente cursó
una Maestría en Desarrollo Docente en la misma Universidad. Ha participado en diversos cursos y seminarios dentro del área
de formación humana. Es docente de tiempo completo. Es miembro del Taller
Literario DIEZMO DE PALABRAS. Ha publicado los libros “Mis Dos Amores”, obra narrativa
de investigación y el libro de poemas “Flores del Paraíso”.
Muy buena narración.
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