FICCIONES
Me preguntáis como me volví loco. Fue así. Un día, mucho antes de que nacieran algunos dioses, desperté de un profundo letargo y descubrí que me habían robado todas mis máscaras -si; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando: “¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!” ... Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó: “Miren! ¡Es un loco!” Alcé la cabeza para mirarlo, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras... Fue así que me enloquecí. Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser...
EL LOCO, Khalil Gibran
El loco es quien nos mira desde el espejo. Nos señala con dedo flamígero los derroteros de la bacanal de nuestras neuronas. “Debauchery” intelectual, aunque el ánima se prenda en vilo, en deseo de ser y estar. Pero el cuerpo no es una ínsula, ni el deseo es un Robinson esperando las huellas sobre la arena. Nos mira, sí, pero no ve. Las páginas de nuestra vida no pueden ser escritas desde el revés de un destino desconocido. La montaña no se mueve, pimienta o no de por medio, la movemos nosotros. En el Diezmo de Palabras celebramos el pronto retorno de nuestro Maestro, Herminio Martínez, quien ha vencido al monstruo y removido las montañas. Lo festejamos con estas ficciones del diario acontecer que, a veces, se escriben solas. No es obra de locos, es trabajo de cuerdos.
Julio Edgar Méndez
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BUENA PUNTERÍA
Por Martín Campa
Juan buscó la piedra más redonda. La colocó en su resortera y, afinando su puntería, la lanzó hacia las ramas de un árbol. Fue cuestión de segundos o quizá de suerte para que una fruta cayera al suelo haciendo ¡splaf! al abrirse por la mitad. Entonces, después de un rato, comenzó a salir un hilillo amarillento de entre sus gajos; un hilillo que poco a poco se transformó en un río pegajoso que comenzó a cubrir las vecindades, avenidas, el mundo entero. Después de un rato Juan no volvió a saber de nada ni nadie de él.
Había iniciado otra inundación universal.
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EL LENGUAJE DE LOS GENIOS
Por José Luz Rentería González
Iba caminando por el Bulevar, cabizbajo, silabeando una tonada. Absorto en mis pensamientos. De pronto alguien me llamó “¡Loco!”. Sin hacer mayor caso seguí en mi mundo interno, hablando con mis personas imaginarias. Y fue entonces que todo comenzó. Para transformar la impresión de aquella palabra lanzada contra mí. Deduje inmediatamente que aquella persona no había sido otro que mi Padre cósmico, quien por un instante tomó la imagen de aquél hombre para llamar mi atención. Y la pregunta surgió: ¿Qué es la locura? Albert Einstein, Salvador Dalí, tan solo por mencionar un par de casos en que a los genios se les ha considerado chiflados por salirse de la cotidianidad, de la recta conducta, incluso de la moral. Yo mismo, soy un demente por vivir en soledad y enredarme una soga al cuello -subsistiendo pagando abonos y prestamos-. Por cargar una mochila desgastada por las penas y sinsabores, donde guardo todas mis cobardías y secretos. No hay mayor loco que aquél que tiene consciencia de su propia locura. Ella es la razón de todo lo que ha sido creado. Es el lenguaje que los hombres utilizan para comunicarse y hacer posible que los sueños sean una realidad.
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CULPA
Por Brenda E. García Valencia
Las alas de la indiferencia cubrieron mis ojos cómo párpados espesos. Opacaron el pasado donde se iluminaban las cuencas repletas de inocencia.
Ahora la culpa me ahoga como una fuente de lágrimas provocadas y me hunde en el fango combinado con la tierra de mis máscaras. Sólo puedo tragar la miseria de las risas que fingí y besar el látigo del tormento de quien en su nombre he construido murales corpóreos con tintas obscenas. Miro en el espejo de la verdad cuando punzante traza en sus imágenes las raíces del remordimiento. Ya no podré ocultarme en el hábito del autoengaño. Únicamente fabricaré la atadura del perdón con la soga de mi suicidio.
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CALEIDOSCOPIO
Por Rosa Delia Guerrero
De niña me acostumbre a encontrar máscaras en vez de rostros en los adultos. La tía Elena utilizaba a menudo la de un demonio. Mi hermana Sofía tenía cara de luna clara, para ella era lo mismo el día que la noche, vivía en un mundo dibujado en papel. Cuando había invitados en casa, me imaginaba un carnaval, cada uno utilizaba un personaje diferente; al más leve soplo la careta caía en el tiempo y surgía un nuevo protagonista sobre la misma piel. Así desfilaban los arlequines, entre velos y antifaces, ocultando nuestras fingidas existencias. Con el paso de los años me acostumbré a ver artificios de identidades, colores en blanco y negro vistos a través de un orificio de cuento. Aprendí a dejar sobre mí un único rostro, el sostén de mis sueños y de lo que soy. Frente al espejo, hoy, sólo queda mi esqueleto como un maderamen de cartón.
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EL CUENTO INMADURO
Por Enrique R. Soriano Valencia
Érase una vez un cuento que deambulaba por la mente de su autor. Sufría porque no hallaba de qué integrarse. Hurgaba en cada rincón de aquel pobre cerebro para encontrar palabras y temas de los cuales nutrirse, pero no había mucho de dónde escoger. Todo con lo que se topaba eran restos de viejos relatos que solo le ofrecían lugares comunes, frases desgastadas e ideas de otros autores. Y las escasas palabras ni siquiera tenían el sentido preciso. Un vocabulario pobre lo exponía a idéntica condición. No podía surgir así. Eso lo destinaría a morir muy rápido en los recuerdos de los lectores. Años llevaba ahí, sin encontrar una salida digna. El autor sabía perfectamente de él, sentía muy claro su desasosiego, pero poco contribuía. Quizá nunca conseguiría materializarse en un texto digno, pero la esperanza lo mantenía vivamente inquieto. Cada información, cada dato nuevo, de inmediato era revisado con gran detalle y acuciosidad, incluso a espaldas del autor. Ahí residía su esperanza, algo con lo cual… ser; fortalecerse hasta aparecer en el inconsciente del autor y lograr surgir al mundo. El proceso para integrarse, para lograr la conformación, era lento… muy lento. En momentos le desesperaba, pero no tenía más remedio que estar sometido a la voluntad de su autor, a la muy baja voluntad e interés por conocer más, analizar temas, discutir ideas con otros o leer a autores de renombre. Todo ello algo dejaría en la mente de su creador y poco a poco crecer. Así, estaba irremediablemente en sus manos. No tenía existencia por sí mismo, a pesar de bullir. Era prisionero de una necesidad desatendida. Su avidez no tenía la respuesta requerida.
¿Cuánto tiempo seguiría así?, ¿nacería? El autor era el menos calificado para responder. La inmadurez del Cuento se mantendría indefinidamente, hasta que tal vez, un día, hiciera su aparición en esa mente tan descuidado, una buena idea con la cual arroparse y lucir ante los demás como es debido.
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OCTA-CASA
Por J. Félix Sánchez Bárcenas
Una tarde fui invitado a una muestra de arquitectura. Al llegar, todo era expectación por las maquetas, dibujos y diseños. La multitud los observaba, analizándolos de distintos ángulos y puntos de vista. Las construcciones de edificios, casas, espacios verdes, calles y demás, eran de un género muy modernista. Había de muchísimos modelos y estilos. Por ejemplo: Había una casa que era totalmente redonda como una esfera, con ventanas y puertas por todos lados, la llaman: La Casa Globo. Otra era una casa grande, como un condominio de donde se despliegan varias secciones pequeñas formando un castillo –pero guardando un orden simétrico- hasta formar un un octágono. Le llaman Octa-casa. Había también un sinnúmero de viviendas invertidas, animales mitológicos, objetos de apariencia extraterrestre que parecen sacados de un sueño, pesadilla o de una mente fuera de la realidad. ¿Yo? Prefiero mi casa del Infonavit.
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JORGE Y MARIANA
Por Berenice Patiño
Mariana llevo por nombre, la pureza no me ha sido concedida, gozo con el pasado, el placer lo encuentro cada noche en sábanas que nunca son las mismas. Escribo desnuda, uso por tinta la pulpa de las uvas machacadas con mis pies. Escribo para salvarme de las caricias que le otorgué al último hombre que fingió quererme mientras nos entregamos. Por un momento conocí el temor y recordé a todos lo que se han marchado, muchos de ellos sin mirar atrás. Resistí el silencio, permití los juegos, me condujo al recuerdo del primer amante, los dedos buscaron consuelo en mi piel, penetraron en la mirada y ocultaron en mi sonrisa el cansancio.
Escapó de nuevo, detrás de las mentiras vomitó una promesa; volvería, no por mí, sino por lo que mi cuerpo le ofrecía, abierto a los roces del ayer, al encanto que se encuentra en las palabras. Volvería para devorar esto que no soy, que no reconozco, cuando en la cama se dibuja mi silueta impregnada del olor a recuerdos y cigarrillos. Jorge abandonó los sueños, sus horarios le impidieron volver. Renuncié a los reclamos, a los celos, y a la nostalgia.
Me quedé sin nada, usando el collar de invenciones que abandonó en mis piernas, esbozando desenlaces que permitan volver a la mujer de humo y concedan libertad a la ceguera.
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