Sol del Bajío, Celaya, Gto. 13 de enero de 2013
DIEZMO
DE PALABRAS
VENTANAS
ABIERTAS A OTROS MUNDOS
“El
libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento;
antorcha
del pensamiento y manantial del amor”.
Ruben
Darío
Una persona
acostumbrada a la lectura, puede leer un promedio de 50 páginas, durante una
hora, de un libro que le resulte muy interesante, aunque hay quienes son capaces de leer hasta 100
páginas o más. Si usted no tiene la costumbre y le interesa comenzar a
desarrollar este buen hábito, ya sea de forma personal o en sus hijos, puede
comenzar con media hora diaria de lectura; pongamos que con un promedio de 20
páginas mínimo. Si comienza con libros de cuentos –infantiles o de adultos-,
podría usted leer al menos dos o tres cuentos diarios. Si se trata de una
novela, lo que es muy recomendable para engancharse a la lectura y continuarla,
entonces podría leer un libro de 200 páginas en aproximadamente 10 días,
dedicando solamente media hora diaria. ¿Qué se puede hacer para fomentar y
desarrollar este hábito de la lectura? Busque libros que le atraigan por el
tema. Pida que le recomienden algunos títulos sus amistades, sobre todo
aquellos a quienes usted conoce como lectores habituales. Pero si aún le parece
una meta difícil el leer un libro de 200 páginas en 10 días, puede intentar leer
un libro al mes. Si empieza ya mismo en enero, para fin de año habrá usted
leído 12 libros, lo cual, le aseguro, habrá valido la pena. La Encuesta
Nacional de Lectura 2012 en México, arrojó un promedio anual de 2.94 libros leídos
por persona, pongamos 3 para no ser tan precisos. Si usted lee 12 libros este
año 2013, superará ese promedio en un 400%. Pero principalmente, usted o sus hijos
disfrutarán de historias interesantes y divertidas, de otras formas de ver la
vida; aprenderán cosas nuevas y vivirán grandes aventuras a través de las
ventanas abiertas que son los libros.
En el Diezmo de
Palabras, nuestro maestro Herminio Martínez nos recomienda cada semana un
libro. Esta ocasión, hemos preparado una lista de lecturas muy fáciles de
conseguir y que recomendamos para este año. Por supuesto usted tiene la última
palabra y las librerías y bibliotecas que hay en Celaya son muy completas, vaya
a visitarlas y ojalá este año sea de buena lectura.
LIBROS PARA LOS PEQUES
Y JUVENILES
Sería bueno empezar con
los clásicos, como los cuentos de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm: Blancanieves, La Cenicienta, Hansel y
Gretel y La Bella Durmiente. De
Charles Perrault: La Caperucita Roja, El
Gato con Botas. De Hans Christian Andersen: El Patito Feo, La Sirenita, El Soldadito de Plomo. De Oscar Wilde: El Príncipe Feliz, y para los
adolescentes pueden comenzar con El
Ruiseñor y la Rosa, El Cumpleaños de la Infanta y, sobre todo, El Fantasma de Canterville, donde el
fantasma es la victima de los sustos.
Pero también hay autores
modernos para niños y jovencitos: Manantial
de Cuentos Infantiles, de Herminio Martínez, Tomo 1 y 2 son una colección
de cuentos muy amenos para leerse a los peques o que ellos los lean fácilmente.
Ruidos en la Panza, de Mónica B.
Brozon, Alguien en la Ventana y Memorias
de un Amigo Casi Verdadero, entre otros títulos, han colocado a esta autora
como una de las mejores escritoras para niños a nivel mundial; o los libros de
Francisco Hinojosa: La Peor Señora del
Mundo o Una Semana en Lugano. De
Vivian Mansour, La Mala del Cuento o
el divertidísimo Familias Familiares.
También hay cuentos de autores de Celaya y Guanajuato: Cuentos de Magia y Misterio e Imagicuentos,
con geniales ilustraciones de artistas de nuestro estado.
Los adolescentes pueden
interesarse por los libros de Harry
Potter, de la autora inglesa J.K. Rowling. La trilogía de J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos. Juan Salvador
Gaviota, de Richard Bach es una buena opción. Los que ya tienen la
costumbre de la lectura quizá se animen por algunos clásicos de piratas como Sandokan, de Emilio Salgari; Los Tres Mosqueteros, de Alejandro
Dumas; los libros de Julio Verne son imprescindibles. Drácula, de Bram Stoker, un clásico de siempre. Los libros de
Antonio Malpica son excelentes para una noche de espantos: Siete Esqueletos Decapitados y Nocturno
Belfegor. Ya se puede iniciar con lecturas incluso como Demian, de Herman Hesse; las versiones
largas de La Iliada y La Odisea. O el siempre infaltable libro
de El Principito, de Saint-Exupéry.
Pero hay muchos más títulos que usted puede descubrir o seguramente conoce y
recomiende para jovencitos.
PARA LOS NO TAN JÓVENES
Para los adultos, hay
libros insustituibles: Cien Años de
Soledad, de García Márquez; Don
Quijote de la Mancha, de Cervantes Saavedra; El Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde; Rayuela, de Julio Cortázar; El
Alquimista, de Paulo Coehlo; Los
Miserables, de Víctor Hugo; El
Perfume, de Patrick Süskind; los cuentos de José Luis Borges; Metamorfósis, de Franz Kafka; La Divina Comedia, de Dante Alighieri; El Laberinto de la Soledad, de Octavio
Paz; La Jaula del Tordo, de Herminio
Martínez; Pedro Páramo, de Juan
Rulfo; Aura, de Carlos Fuentes; Confabulario, de Juan José Arreola o los
escritores de la generación del “crack”
mexicano: Jorge Volpi y su libro en Busca
de Klingsor o Ignacio Padilla, con El
daño no es de ayer. Una vez más, usted tiene la última palabra, o en este
caso, lectura.
El día de hoy les
dejamos con un cuento sobre sirenas y pescadores. Forma parte del libro Cuentos Pequeños, Grandes Sustos,
publicado por Ediciones La Rana, de Guanajuato. Que lo disfruten.
UN PESCADOR, UN BOTE Y
UNA SIRENA
Por Julio Edgar Méndez
Primero fue el sonido
de un barco en la soledad del mar oscuro; después, la callada carita de una
luna sonriente comida a la mitad por los soñadores hambrientos. Las olas iban
de un lado al otro como diciendo: “Ya voy, ya voy, espérame”. Entonces llegó la voz que quería
escuchar. Era un silbido suavecito que salía de en medio de las aguas hasta
convertirse en un canto. Aumentaba en volumen hasta que parecía salir de su
propia cabeza, pero no lo molestaba, era un susurro agradable, como el canto de
una madre, y que, sin embargo, le daba miedo. Igual que otras noches
anteriores, este miedo empezaba a subir por su pecho, trepar por su cuello,
besarle la boca, abrirle los ojos que él quería cerrar sin que el terror se lo
permitiera. Y como otras noches, desde que la había descubierto rodeada de
algas brillantes, con el pelo casi blanco y enmarañado alrededor del cuerpo,
los ojos amarillos y profundos, la boca roja llena de blancos dientes afilados,
una nariz extraña pero en un rostro muy bello, estaba aquella sirena.
La parte de ella que lo
miraba desde el agua, era sólo una cabeza cuyos reflejos lunares la hacían
brillar como perla en medio de su propia sombra acostada sobre el mar. A veces se había acercado al bote
para que él pudiera apreciar su cuerpo entero mientras nadaba a su alrededor.
No tenía cola de pez como en los cuentos que todos cuentan, ella era igual que
cualquier mujer, excepto por el cabello, un cabello que parecía formado por
hebras gruesas de oro blanco. Y como otras noches, ella cantaba suavecito dentro
de su cabeza y él se quedaba tieso hasta que de pronto el sol pintaba el
horizonte de rayas naranjas, rosas, violetas, azules. Nunca la veía de día. Ni
siquiera sabía si podría verla cuando él quisiera. Hasta ahora, su trabajo como
pescador había sido muy simple aunque a veces también peligroso; sobre todo
cuando el mar se enfurecía y trataba de ahogar a todos los pescadores de
aquellas costas, como para reponer con sus muertes la muerte de tantos peces
que noche a noche caían en sus redes. Pero ahora, Juan, el pescador, salía cada
noche por un rumbo distinto a los demás para ver si encontraba de nuevo a la
sirena que lo tenía atrapado sin anzuelo.
La primera vez que la
vio, se encontraba alejado del resto de los pescadores porque la red de su
barca atrapó varios peces grandes que iban en alguna migración y lo arrastraron
más allá de la bahía donde se sentía seguro. Ahora estaba en zona un poco
desconocida y de noche lo era más aún, cuando el mar aparenta dormir y sólo se
esconde en espera de comer barquitas y grandes barcos. Juan intentaba zafar su
red de todo el banco de peces que intentaban romperla, cuando le pareció ver un
rostro en el agua. Del susto soltó la red y los peces se la llevaron mar
adentro. Tenía miedo de volver a asomarse por la borda de la lancha, pero pensó
que tal vez sería un cuerpo ahogado. Se inclinó sobre el borde y se asustó más
cuando vio que ahora toda la cabeza estaba fuera del agua. Pero no gritó, se
quedó sin habla, casi sin respirar, con el terror a lo desconocido que se
apodera de nuestros huesos y sentimos que el tiempo ni siquiera avanza. La
sirena -porque era una sirena, no tenía la menor duda-, lo veía con sus grandes
ojos amarillos llenos de pestañas largas que parpadeaban lentamente. La piel no
tenía escamas como decían las historias, sino parecía una piel suave, como de
durazno, delicada. Y comenzó de pronto a silbar muy quedito, casi sin mover los
labios. Quedito. Poco a poco el sonido aumentó hasta que el pescador perdió el
sentido. Cuando despertó, su lancha estaba atada al muelle y los demás
pescadores lo veían extrañados. Comenzó desde entonces su fama de borracho y
mal pescador. Por las noches no pescaba nada y por las mañanas contaba
historias que nadie creía. Pero a Juan no le importaba. Sólo quería que llegara
la noche para salir en pos de su criatura marina. Porque a él le parecía bella.
Lo llenaba de miedo verle acercarse, pero más miedo le daba perderla. Que no
llegara a su cita alguna noche lo hacía desvariar sobre cómo vencer su miedo,
para hablarle de amores y sueños de amores. De sueños.
Pasaron así varias
semanas, hasta que Juan estaba en los puros huesos. Ya casi no comía, aparte de
que no pescaba nada, no tenía hambre. Por las mañanas dormía en su bote y por
las noches se internaba en la parte del mar que todos los otros pescadores
temían. Estaba solo, solo con sus temores, solo con esa voz dentro de su
cabeza, solo con su sirena. Ella nadaba suavemente alrededor de su lancha,
mientras Juan escuchaba relatos de mares remotos, tenebrosos abismos,
profundidades llenas de horrores desconocidos, de monstruos y bellezas marinas
que nadie jamás ha visto. Todo dentro de su mente, imágenes que lo petrificaban
y lo hacían sentirse como una estatua de arena sobre su propio cuerpo. Poco a
poco sentía que se iba desmoronando, una arenita caía desde sus cabellos hasta
que todas se precipitaban hacia abajo, hacia el mar. Entonces comenzó a sentir
que nadaba, el agua entraba y salía a través de su cuerpo. Ahora la luna se
veía abajo y no arriba. El cielo no tenía estrellas, tenía olas. Ahora la
sirena estaba a su lado, frente a sus ojos, con las piernas atadas a sus
piernas, con su cabello enmarañándose en todo su cuerpo de pescador ya sin
miedo. Porque ya no sentía miedo, ni estaba tieso, ahora se sentía vivo por
primera vez, toda la naturaleza crecía dentro de él mismo. El mar era él, el
cielo era él, los cantos de la sirena ya no eran para él, eran él mismo, ella
era él mismo, Juan ya no era Juan, era un pequeño pedazo de todo el universo
dentro del estómago de un ser tan horrible, como la horrible boca que lo
despedazó en segundos con todo y su bote.
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