FUIMOS PUNTA DE FUEGO
QUE UN DÍA SE HIZO CAMINO
Esquilo Campos
A manera de presentación
Ser voz sin mucha fiesta.
Como tú, palabra sencilla de pueblo.
No tener exceso de luz
ni perderse en caminos que quiebre la mentira.
PROLOGO AL POEMARIO DE ESQUILO CAMPOS
Agosto 2022
Corría el año de 1973. Por los
pasillos de la Escuela Preparatoria de Celaya de la Universidad de Guanajuato,
todo era bullicio y algarabía, pues el año anterior una nueva generación había
iniciado sus estudios medios superiores. Era una generación que inauguraba el
ciclo de 3 años de bachillerato.
Habíamos
llegado a esa escuela que compartía espacio con la Licenciatura de Comercio y
Administración de Empresas y la carrera de Secretaria Ejecutiva.
En las aulas,
en las canchas de basquetbol, la biblioteca y la cafetería transcurría la vida
estudiantil, que de vez en vez se concentraba en el Auditorio de la escuela y
en el Aula Magna, sitios emblemáticos de usos múltiples en donde se impartían
lo mismo clases de teatro, presentaciones de grupos musicales o conferencias
magistrales, que encendidos debates en las elecciones de dirigentes
estudiantiles.
Con vocaciones
aun inciertas, orígenes diversos, y condiciones sociales y económicas precarias
de la mayoría de sus alumnos, todo era incertidumbre y descubrimiento de nuevas
experiencias. Cada hora, en el receso entre clase y clase, parvadas de jóvenes
salíamos en tropel a convivir en las canchas deportivas que se encontraban en
el patio central del complejo educativo a la espera del arribo del siguiente
maestro.
Allí, en ese micro
mundo, surgieron los primeros noviazgos, las amistades, aventuras y
acontecimientos que empezaron a moldear la personalidad de hombres y mujeres
jóvenes en busca de su destino. Allí brotaron las vocaciones, en medio de
parrandas humedecidas con la poca capacidad económica que teníamos, pues solo
alcanzaba para cruzar la calle de Manuel Doblado y en una escapada consumir
unas cuantas cervezas, por ciento de la marca Victoria, que en ese entonces era
la bebida preferida de los albañiles que tomaban después de cobrar su salario
semanal.
Allí nos
encontramos.
Él de estatura baja, complexión
delgada, cabellos lacios y rebeldes, y una mirada que denotaba sorpresa ante lo
que vivía y con una inmensa sed de conocimiento. Ya desde entonces, al hablar
se le notaba el fuego por lo nuevo y la palabra, su nombre: Bernardino Quilo
Melesio.
Originario del
sur de Celaya, El Sauz, pueblito vecino de Rincón de Tamayo, Arreguin de Abajo
y la Cruz. De antepasados y padres campesinos, había crecido en las labores del
campo en la falda del Cerro de la Gavia, cuidando animales y recogiendo
mezquites, que hervidos era la golosina de los pobres en el campo de aquellos
tiempos.
Siempre con
ropa desgastada por el uso y en la búsqueda permanente de libros aquí y allá
para acceder a un mundo más allá del que conocía, formó parte de un pequeño
grupo que empezamos a construir una amistad sólida y duradera: 49 años después,
y pese a que cada uno tomo rumbos
diferentes en la vida, nos seguimos frecuentando, conviviendo, acompañándonos
en las duras y en las maduras, lo que ha permitido consolidar una fraternidad de
la que todos nos sentimos orgullosos.
Bernardino muy
pronto descubrió su amor por las letras. Participó en las clases de teatro que
se daban en el Auditorio, y que dirigía el Mtro. Manuel Saldaña, escribió en el
periódico estudiantil de la escuela y un día, sin más ni más, nos confesó que
estaba escribiendo algunos poemas. Los firmaba con un seudónimo; ESQUILO
CAMPOS, tal vez sin proponérselo, tomó como referencia al dramaturgo griego y lo
complementó con sus recuerdos infantiles del campo que lo vio nacer.
Muchas cosas
ocurrieron en esos años. Por obra y gracia de las circunstancias, sin recursos
económicos y enfrentando adversidades mayúsculas, terminó el bachillerato y su
vocación afloró. Ingresó a la Escuela de Agricultura de la Universidad de
Guanajuato que recién había iniciado actividades en Irapuato, porque había
decidido perseguir un sueño, ser Ingeniero Agrónomo.
Pero no abandonó
su otra vocación, la poesía. Se dio tiempo durante su carrera y después, cuando
se tituló, de asistir a talleres literarios para pulir su técnica, incrementar
su vocabulario, conocer el arte de hilar palabras y expresar conceptos, pero
sobre todo de abrir el corazón y el sentimiento para que sus más profundas raíces
y vivencias pudieran irrumpir intensa y convincentemente.
En cuanto tuvo
oportunidad, se incorporó a diversos talleres de poetas. Inició con el padre José
García Miranda y tiempo después ingresó al Circulo Literario Alfonso Sierra
Madrigal en donde tuvo por compañeros, entre otros, a Félix Meza, Herminio Martínez,
Eugenio Mancera, José Luis Soto y Cerritos Lucatero. Años después participó en
el Taller Literario Diezmo de palabras.
A lo largo de
49 años de amistad, aquel grupo de estudiantes hemos compartido las mieles y
las hieles que la vida ha puesto en nuestro camino. Éxitos, aprendizaje,
crecimiento personal, y también perdidas, fracasos, derrotas que han marcado
nuestro trayecto de casi medio siglo.
Bernardino
Quilo decidió llevar una doble vida: la del Ingeniero Agrónomo Fitotecnista con
la que cimentó su vocación profesional y construyó el futuro con su esposa y
sus hijas, y la de Esquilo Campos, el seudónimo con el que dio rienda suelta a
su talento, sensibilidad y capacidad creativa. Este libro que hoy está en tus
manos sintetiza su obra y al leerlo, permite conocer a los dos personajes.
El libro de
poemas tiene tres tiempos, y en cada uno de ellos van cayendo las palabras como
el maíz de las manos campesinas que frotan las mazorcas sobre la desgranadora
hecha de olotes.
El primero se
llama “Al inicio del tiempo” y en él, Esquilo Campos va en la búsqueda de sus
raíces. Los conceptos se van hilvanando, recordando los primeros años de vida
en su pueblo, con el sol, la luna, la tierra y la vida campesina. Irrumpen las
figuras del águila y la serpiente en el islote sobre el que se fundó Tenochtitlan,
para recordar al más importante de los pueblos indígenas. De allí el autor
levanta la mirada para tratar de entender la galaxia, el sistema solar, nuestro
planeta y con hermosas frases se pregunta sobre el origen y la existencia
humana. Somos polvo de estrellas, dice.
El origen
social de Bernardino Quilo rinde tributo a la tierra y a la justicia, a la
libertad. Con la mirada puesta en las montañas y en las nubes el poeta agradece
el canto del zenzontle y el canario y el amanecer de luz y esperanza.
Hombre que
valora lo que la vida le ha dado, no olvida en sus poemas a sus maestros y
amigos; Herminio Martínez, el Lic. Guiza, el Prof. Jorge Peñaflor, nuestro
amigo y formador Eduardo Ocampo y recuerda con nostalgia al bohemio del grupo,
Alberto Flores. También a una de las parejas que se formaron en los pasillos de
la Escuela Preparatoria y caminaron juntos por muchos años, Rosa María y
Ricardo.
Armando
Manzanero nos había demostrado que en un cuerpo de baja estatura podía caber el
talento, la sensibilidad y una inmensa capacidad de amar. Esquilo Campos lo
vuelve a demostrar. El segundo tiempo del libro esta dedicado “Al amor”. En él
las palabras van hilvanando frases hermosas que brotan de la inspiración del
autor. Los poemas eróticos erizan la piel. Cuando escribe … “La noche y el sol
de tu cuerpo”, vincula la frase con el agradecimiento a Pati, su compañera de
vida, que construyó su hogar con el fuego de su alma y enlaza los atardeceres con
el ocaso del sol, la admiración a la lluvia y a una mariposa monarca. La pasión
y las caricias irrumpen en la piel de un cuerpo de fantasía. El erotismo es un
faro rojo a la orilla de un mar embravecido, que recuerda la canción de Joaquín
Sabina frente a una luz roja en una carretera cualquiera de España. “Estoy
persiguiendo tu lugar húmedo” dice un poema y de pronto, con las notas de un
son flamenco y unas curvas graciosas femeninas que bailan, irrumpen las palomas,
que al igual que a José Alfredo, inspiran a Esquilo Campos para tomarlas de
referencia en su cantar poético.
El tercer
tiempo tiene una intensidad sangrante y esta dedicado a “El dolor”.
La ley de la
vida dice que los hijos enterrarán a sus padres. Cuando ocurre lo contrario el
dolor es inmenso, profundo, duradero. Cuando el autor le habla a Iván, su hijo,
le dice: “No se que hacer con mi dolor, no se que camino tomar, perdí la voz,
la ruta, recojo llantos para arrancar un sol y tenerlo siempre en casa”. El
desgarro por la pérdida de su pequeño hijo se asemeja al grito de Jaime Sabines
por su padre, al escribir su poema “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”. El
encuentro poético con Iván expresa el lado más triste del ser humano y el vacío
existencial acumulado de un padre huérfano de hijo que escribe “Estoy en el
filo del llanto, en la hora siete de la tristeza de agosto. Corro desesperado
hacia el vacío para encontrarme con la locura, varado en un llanto inútil”.
Cuando la ley de la vida la quiebra en pedazos la muerte, todo se derrumba porque
nunca habrá explicación frente a la perdida absurda, artera y desquiciante.
Pero el autor
encuentra un resquicio para el renacimiento de la vida. Inicia el abandono del
dolor recurriendo a las fortalezas de su origen; el campo, la lluvia, las luciérnagas,
la luz, el canto de los pájaros y sobre todo al amor, que es un canto a la
vida. Va entendiendo al sufrimiento y entonces fortalece su espíritu para
despedir a su madre, hermanas y esposos de ellas y reflexiona: “Acompañado de
mi sombra, camino despacio, sin ruido, sin memoria y sin llanto”. Ha aprendido
a convivir con la tristeza y con la muerte, y sereno, inicia las reflexiones
del final de su vida. Entonces se permite escribir: “Al final del camino ya no
queda luz, sentir pesado el tiempo, irse quedito sin llanto ni
arrepentimiento”.
Cuando el
lector termine el último poema del libro de Esquilo Campos,
caerá en la cuenta de que el autor ha tomado conciencia del final y ha empezado
a escribir su epitafio con la paz que está por encima del tiempo.
Carlos Navarrete Ruiz
Diezmo de Palabras