martes, 30 de abril de 2024

Cuentos para no caerse de la cama

 


Pequeños escritores celayenses presentan libro de cuentos 

El sábado 20 de abril se presentó el libro “Cuentos para no caerse de la cama”, escrito por niñas y niños celayenses integrantes del Taller Literario Diezmo de Palabras, o como ellos le dicen, El Diezmito. Cada uno de los cuentos que conforman este libro fue escrito con total libertad por cada uno de los pequeños. Desde unas abejitas, Chicho y Chencho, que buscan la convivencia pacífica con las invasoras moscas; una jovencita que descubre que tiene poderes especiales después de la caída de un meteorito cerca de su casa; la persecusión de unas extrañas muñecas; un ratoncito que sueña ser dentista; una leyenda original sobre la hacienda de Los Pavorrales, que nos lleva a conocer las costumbres de hacer alianzas a pesar de no estar de acuerdo los protagonistas;  un fantasma que se pasea entre los juegos infantiles; hasta un súper héroe que combate monstruos en la ciudad de Celayork, cada uno de los cuentos llevará a sus lectores, pequeños y grandes, a disfrutar un rato de lectura divertida, o hasta recibir uno que otro susto.




Los pequeños integrantes del Diezmito de Palabras han asistido con paciencia y dedicación a las reuniones del taller en la Casa del Diezmo. El taller de adultos ha sesionado por más de treinta y cinco años y es uno de los más reconocidos a nivel nacional. Desde el 2014 es coordinado por Julio Edgar Méndez.

En la presentación del libro “Cuentos para no caerse de la cama”, estuvieron presentes también algunos músicos de la Escuela de música Pequeño Mozart, apoyando con sus interpretaciones a los pequeños escritores. Fue una tarde de cultura y entretenimiento divertido.

Cada pequeño escritor fue presentado por una madrina o un padrino entre los escritores del Diezmo, quienes con mucho gusto hicieron una reseña de cada historia y los alcances de la literatura cuando se promueve desde la infancia. El anfitrión del evento, Charly Ramírez, en el restaurante La Tradicional de Yucatán, comentó que tal  vez ese día escuchamos la primera historia escrita por alguien que en el futuro será muy importante en la literatura nacional y podrá decir que su primera presentación fue en este maravilloso lugar de nuestra Celaya.

Los escritores que presentaron las historias de los pequeños hicieron énfasis en la calidad de los textos, producto del taller Diezmo de Palabras, el cual es un taller gratuito para todos los interesados. Arturo Grimaldo, uno de los escritores celayenses del Diezmo, comentó las habilidades que un niño obtiene al escribir: “mejora su capacidad de retener mejor la información, potencializa su aprendizaje y  les ayuda a mejorar su capacidad oral y narrativa”.

El cierre del evento estuvo a cargo del Estudio de Danza Angélica Fuentes, con la presentación de la pequeña bailarina Vaitiare, que interpretó la canción inmortal del maestro Cri Cri, Gabilondo Soler, La Muñeca Fea.

Al final, los pequeños escritores invitaron a los asistentes a adquirir su libro a través del Diezmo de Palabras o en la plataforma Amazon.

20/abril/2024




Aqui puedes leer más sobre el libro de Cuentos para no caerse de la cama:

https://diezmodepalabras.com/diezmito.html

martes, 15 de agosto de 2023

A la memoria de Herminio Martínez

 

 
Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanzas se formaron profesionistas, poetas, narradores, muchos hombres y mujeres de bien, narrador extraordinario con una memoria prodigiosa y una voz plena de matices, se podía escuchar al maestro sin sentir el paso del tiempo, con esa palabra siempre rica en expresiones lingüísticas, metáforas navegantes y buen humor.
 
 

EL PUEBLO DE LAS TORTUGAS

Por: Herminio Martínez

Mele era un niño pobre, acaso el más pobre de toda la región. Sus padres, honrados campesinos, todos los días le pedían a Dios por sus ocho hijos, para que se los cuidara mientras ellos se iban al trabajo.      Mele era el mayor y acostumbraba recorrer los campos en busca de flores, frutillas y algunas raíces comestibles, para llevarle comida a sus hermanos, quienes, por supuesto, tampoco podían ir a la escuela, porque vivían lejos, muy lejos de cualquier ciudad.

         —Mmmm –decía el menor-, qué rico, qué rico. Quiero más.

         —Y yo… -hablaba algún otro.

         —Y yo también… -continuaban los pequeños.

         —Mañana les traeré miel silvestre. Iré hasta la barranca de las rocas aullantes  o tal vez un poco más allá.

         Por la tarde, cuando los padres regresaban, sabían que su buen hijo tenía bien atendidos a sus siete hermanos, porque Dios lo apoyaba y un ángel de la guarda le iba marcando los caminos. Los ángeles de la guarda, en ocasiones, asumen la forma de animales para comunicarse con los niños. Éste fue el caso:

         Un día, mientras Mele vagaba por ahí, escuchó un lamento. Triste, muy triste. Una especie de queja que desgarraba el corazón.

         —¿Quién es? -preguntó.

         —Yo –respondió una joven tortuga-; estoy atrapada en las espinas. Ayúdame, por favor, no puedo liberarme.

         —Claro –respondió inmediatamente el joven-, ahora mismo, amiguita; no te muevas para que no te lastimes más.

         Y diciendo y actuando, en unos instantes se lanzó hacia las púas donde la pequeña criatura luchaba por salir, doliéndose, desesperada, por no poder ni siquiera ponerse boca abajo, como andan siempre las tortugas.

         —Ya casi, ya casi… -le decía, sin dejar de hacer lo que mejor le convenía por no lastimarla más-. Sólo un poco más. ¡Caramba!

         —Qué tonta fui; no sé cómo vine a meterme entre estas rocas.

         —No te preocupes. Ya casi está…

         Al rato, cuando por fin la tuvo entre sus manos, le habló compadecido:

         —Ya puedes irte, amiguita. Y ten mucho cuidado con estas plantas espinosas. Son como los gatos o… los tigres –agregó.

         —¡Gracias! ¡Gracias! –exclamó emocionada la tortuga-. Y ahora, ¿cómo y con qué he de pagarte? Estoy lejos de casa.

         —Me alegro que estés a salvo, amiguita -le habló Mele-; con esto me es más que suficiente. Yo también me hallo lejos de casa; todos los días salgo a buscar algo para que coman mis hermanos.

         —Lo sé.

         —¿Tú? –se sorprendió el muchacho.

         —En realidad, en el pueblo de las Tortugas todos lo sabemos: chicos y grandes no hacen sino hablar bien de ti.

         —Entonces tengo que irme, ya sabes cuál es mi obligación. Apenas comenzaba a recoger algunas hierbas.

         —Bueno, ¿y si te invito a casa? A mis padres les dará un enorme gusto conocerte. Comes con nosotros y después te vas.

         —Oh, no. A tu paso nunca llegaríamos. Mis hermanitos no pueden esperar; además, mis padres regresan por la tarde.

         —¿Y quién dice que iremos a mi paso?

         —¿Entonces?

         —Al tuyo. Tú me cargarás. Además, estoy muy fatigada y si me quedo aquí me comerá una zorra.

         —Es que…

         —¡Nada! ¡Nada! Cárgame ahora, ya.

         —De acuerdo, pero nos iremos rápido.

         —A tus pasos.

         Mele la tomó en sus brazos: parecía tan frágil, tan pequeña.

         —Tengo frío, arrópame -le pidió, temblando-. El niño la juntó a su pecho como si fuese un pajarito, una flor o una paloma enferma.

         “Pobre de ella –pensó-, en verdad es una tortuguita muy hermosa. La llevaré a su casa y enseguida continuaré buscando qué comer.

         —¿Por dónde me voy? –le preguntó.

         —Por el camino amarillo –respondió ella.

         Mele se dio cuenta que ante sus ojos había tres caminos diferentes: uno azul, otro negro y el tercero era amarillo, como el dorado de los trigos a la hora de la tarde o el cabello de las hadas cuando las peina el viento.

         —Toma esta moneda –le dijo la tortuguita, bostezando-, ella te indicará por dónde irte cuando yo ya no pueda contestarte, porque me habrá vencido el sueño. Estoy tan fatigada, mmm.

         —Descansa, amiguita; tú no te preocupes. Total, unas horas más que mis hermanitos se aguanten las ganas de comer, no importan.

         La tortuguita no le respondió más, pero el niño sintió cómo vibraba la moneda en su bolsillo.

         —¿Qué? -hizo.

         Y no terminaba de asombrarse, cuando se halló, de pronto, en un inmenso valle rodeado de arboledas oscuras y un horizonte azul, que a ratos destellaba, como si en él jugaran los relámpagos.

         —¿Eh?

         —¿Qué sucede? ¿Ya llegamos? –apenas si abrió un ojito la tortuga.

         —No lo sé.

         —Entonces continúa. Hazle caso a la moneda de oro. Estamos ya en el pueblo donde radicamos las tortugas.

         La llanura parecía estar hecha de espigas cuando las ha madurado el tiempo. Y sí, había muchas tortugas, que por donde quiera se asomaban, charlando, comentando.

         Al rato, la moneda dejó de estar inquieta y la tortuguita abrió los ojos para decirle al niño:

         —Ya llegamos, bájame aquí.

         —De acuerdo. Ya era hora.

         —¡Mamá! ¡Papá! –gritó.

Dos enormes tortugas aparecieron a la entrada de una pequeña cueva.

         —¡Hijita! –le dijo su mamá.

         —Ven acá, pequeña –le habló el papá.

         —Aquí está tu moneda –le dijo Mele.

         —No, es para ti –respondieron las tres tortugas.

         —¿Mía?

         —Sí, para que ya no tengas que salir a buscar raíces entre las rocas y los vientos. De ahora en adelante, cada vez que necesites algo, bastará que frotes la moneda y expreses tus deseos.

         —¿De verdad?

         —Prueba –le dijo la tortuguita, sintiéndose muy feliz entre sus padres-. Sujétala como si la fueras a rodar y expresa lo que más anhelas.

         —De acuerdo –respondió el niño-: Quiero estar en una hermosa casa, con mis papás y mis hermanos, delante de una enorme mesa de comida, frutas y agua fresca.

         —Gracias por todo –alcanzó a escuchar decir a las tres tortugas e inmediatamente se halló sentado ante la mesa de sus sueños, en una casa que también parecía estar hecha de sueños, compartiendo con sus papás y hermanos un banquete jamás imaginado, ni siquiera en sueños.

         Y a partir de entonces, aquella familia inició una existencia diferente. Cada vez que necesitaban algo, bastaba con pedírselo a la moneda mágica y ésta les indicaba qué hacer o qué no hacer, como, por ejemplo, si convenía viajar a otro país, visitar ciudades, ir al mar, socorrer a los más necesitados. En todo los complacía, porque ellos eran buenos y habían sufrido y nunca dejaban de ayudar a los necesitados de la tierra.

  


 

 
 

martes, 1 de noviembre de 2022

FUIMOS PUNTA DE FUEGO QUE UN DÍA SE HIZO CAMINO

FUIMOS PUNTA DE FUEGO
QUE UN DÍA SE HIZO CAMINO
Esquilo Campos

 

A manera de presentación


Ser voz sin mucha fiesta.
Como tú, palabra sencilla de pueblo.
No tener exceso de luz
ni perderse en caminos que quiebre la mentira.


 

PROLOGO AL POEMARIO DE ESQUILO CAMPOS

Agosto 2022

            Corría el año de 1973. Por los pasillos de la Escuela Preparatoria de Celaya de la Universidad de Guanajuato, todo era bullicio y algarabía, pues el año anterior una nueva generación había iniciado sus estudios medios superiores. Era una generación que inauguraba el ciclo de 3 años de bachillerato.

         Habíamos llegado a esa escuela que compartía espacio con la Licenciatura de Comercio y Administración de Empresas y la carrera de Secretaria Ejecutiva.

         En las aulas, en las canchas de basquetbol, la biblioteca y la cafetería transcurría la vida estudiantil, que de vez en vez se concentraba en el Auditorio de la escuela y en el Aula Magna, sitios emblemáticos de usos múltiples en donde se impartían lo mismo clases de teatro, presentaciones de grupos musicales o conferencias magistrales, que encendidos debates en las elecciones de dirigentes estudiantiles.

         Con vocaciones aun inciertas, orígenes diversos, y condiciones sociales y económicas precarias de la mayoría de sus alumnos, todo era incertidumbre y descubrimiento de nuevas experiencias. Cada hora, en el receso entre clase y clase, parvadas de jóvenes salíamos en tropel a convivir en las canchas deportivas que se encontraban en el patio central del complejo educativo a la espera del arribo del siguiente maestro.

         Allí, en ese micro mundo, surgieron los primeros noviazgos, las amistades, aventuras y acontecimientos que empezaron a moldear la personalidad de hombres y mujeres jóvenes en busca de su destino. Allí brotaron las vocaciones, en medio de parrandas humedecidas con la poca capacidad económica que teníamos, pues solo alcanzaba para cruzar la calle de Manuel Doblado y en una escapada consumir unas cuantas cervezas, por ciento de la marca Victoria, que en ese entonces era la bebida preferida de los albañiles que tomaban después de cobrar su salario semanal.

         Allí nos encontramos.

Él de estatura baja, complexión delgada, cabellos lacios y rebeldes, y una mirada que denotaba sorpresa ante lo que vivía y con una inmensa sed de conocimiento. Ya desde entonces, al hablar se le notaba el fuego por lo nuevo y la palabra, su nombre: Bernardino Quilo Melesio.

         Originario del sur de Celaya, El Sauz, pueblito vecino de Rincón de Tamayo, Arreguin de Abajo y la Cruz. De antepasados y padres campesinos, había crecido en las labores del campo en la falda del Cerro de la Gavia, cuidando animales y recogiendo mezquites, que hervidos era la golosina de los pobres en el campo de aquellos tiempos.

         Siempre con ropa desgastada por el uso y en la búsqueda permanente de libros aquí y allá para acceder a un mundo más allá del que conocía, formó parte de un pequeño grupo que empezamos a construir una amistad sólida y duradera: 49 años después, y  pese a que cada uno tomo rumbos diferentes en la vida, nos seguimos frecuentando, conviviendo, acompañándonos en las duras y en las maduras, lo que ha permitido consolidar una fraternidad de la que todos nos sentimos orgullosos.

         Bernardino muy pronto descubrió su amor por las letras. Participó en las clases de teatro que se daban en el Auditorio, y que dirigía el Mtro. Manuel Saldaña, escribió en el periódico estudiantil de la escuela y un día, sin más ni más, nos confesó que estaba escribiendo algunos poemas. Los firmaba con un seudónimo; ESQUILO CAMPOS, tal vez sin proponérselo, tomó como referencia al dramaturgo griego y lo complementó con sus recuerdos infantiles del campo que lo vio nacer.

         Muchas cosas ocurrieron en esos años. Por obra y gracia de las circunstancias, sin recursos económicos y enfrentando adversidades mayúsculas, terminó el bachillerato y su vocación afloró. Ingresó a la Escuela de Agricultura de la Universidad de Guanajuato que recién había iniciado actividades en Irapuato, porque había decidido perseguir un sueño, ser Ingeniero Agrónomo.

         Pero no abandonó su otra vocación, la poesía. Se dio tiempo durante su carrera y después, cuando se tituló, de asistir a talleres literarios para pulir su técnica, incrementar su vocabulario, conocer el arte de hilar palabras y expresar conceptos, pero sobre todo de abrir el corazón y el sentimiento para que sus más profundas raíces y vivencias pudieran irrumpir intensa y convincentemente.

         En cuanto tuvo oportunidad, se incorporó a diversos talleres de poetas. Inició con el padre José García Miranda y tiempo después ingresó al Circulo Literario Alfonso Sierra Madrigal en donde tuvo por compañeros, entre otros, a Félix Meza, Herminio Martínez, Eugenio Mancera, José Luis Soto y Cerritos Lucatero. Años después participó en el Taller Literario Diezmo de palabras.

         A lo largo de 49 años de amistad, aquel grupo de estudiantes hemos compartido las mieles y las hieles que la vida ha puesto en nuestro camino. Éxitos, aprendizaje, crecimiento personal, y también perdidas, fracasos, derrotas que han marcado nuestro trayecto de casi medio siglo.

         Bernardino Quilo decidió llevar una doble vida: la del Ingeniero Agrónomo Fitotecnista con la que cimentó su vocación profesional y construyó el futuro con su esposa y sus hijas, y la de Esquilo Campos, el seudónimo con el que dio rienda suelta a su talento, sensibilidad y capacidad creativa. Este libro que hoy está en tus manos sintetiza su obra y al leerlo, permite conocer a los dos personajes.

         El libro de poemas tiene tres tiempos, y en cada uno de ellos van cayendo las palabras como el maíz de las manos campesinas que frotan las mazorcas sobre la desgranadora hecha de olotes.

         El primero se llama “Al inicio del tiempo” y en él, Esquilo Campos va en la búsqueda de sus raíces. Los conceptos se van hilvanando, recordando los primeros años de vida en su pueblo, con el sol, la luna, la tierra y la vida campesina. Irrumpen las figuras del águila y la serpiente en el islote sobre el que se fundó Tenochtitlan, para recordar al más importante de los pueblos indígenas. De allí el autor levanta la mirada para tratar de entender la galaxia, el sistema solar, nuestro planeta y con hermosas frases se pregunta sobre el origen y la existencia humana. Somos polvo de estrellas, dice.

         El origen social de Bernardino Quilo rinde tributo a la tierra y a la justicia, a la libertad. Con la mirada puesta en las montañas y en las nubes el poeta agradece el canto del zenzontle y el canario y el amanecer de luz y esperanza.

         Hombre que valora lo que la vida le ha dado, no olvida en sus poemas a sus maestros y amigos; Herminio Martínez, el Lic. Guiza, el Prof. Jorge Peñaflor, nuestro amigo y formador Eduardo Ocampo y recuerda con nostalgia al bohemio del grupo, Alberto Flores. También a una de las parejas que se formaron en los pasillos de la Escuela Preparatoria y caminaron juntos por muchos años, Rosa María y Ricardo.

         Armando Manzanero nos había demostrado que en un cuerpo de baja estatura podía caber el talento, la sensibilidad y una inmensa capacidad de amar. Esquilo Campos lo vuelve a demostrar. El segundo tiempo del libro esta dedicado “Al amor”. En él las palabras van hilvanando frases hermosas que brotan de la inspiración del autor. Los poemas eróticos erizan la piel. Cuando escribe … “La noche y el sol de tu cuerpo”, vincula la frase con el agradecimiento a Pati, su compañera de vida, que construyó su hogar con el fuego de su alma y enlaza los atardeceres con el ocaso del sol, la admiración a la lluvia y a una mariposa monarca. La pasión y las caricias irrumpen en la piel de un cuerpo de fantasía. El erotismo es un faro rojo a la orilla de un mar embravecido, que recuerda la canción de Joaquín Sabina frente a una luz roja en una carretera cualquiera de España. “Estoy persiguiendo tu lugar húmedo” dice un poema y de pronto, con las notas de un son flamenco y unas curvas graciosas femeninas que bailan, irrumpen las palomas, que al igual que a José Alfredo, inspiran a Esquilo Campos para tomarlas de referencia en su cantar poético.

         El tercer tiempo tiene una intensidad sangrante y esta dedicado a “El dolor”.

         La ley de la vida dice que los hijos enterrarán a sus padres. Cuando ocurre lo contrario el dolor es inmenso, profundo, duradero. Cuando el autor le habla a Iván, su hijo, le dice: “No se que hacer con mi dolor, no se que camino tomar, perdí la voz, la ruta, recojo llantos para arrancar un sol y tenerlo siempre en casa”. El desgarro por la pérdida de su pequeño hijo se asemeja al grito de Jaime Sabines por su padre, al escribir su poema “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”. El encuentro poético con Iván expresa el lado más triste del ser humano y el vacío existencial acumulado de un padre huérfano de hijo que escribe “Estoy en el filo del llanto, en la hora siete de la tristeza de agosto. Corro desesperado hacia el vacío para encontrarme con la locura, varado en un llanto inútil”. Cuando la ley de la vida la quiebra en pedazos la muerte, todo se derrumba porque nunca habrá explicación frente a la perdida absurda, artera y desquiciante.

         Pero el autor encuentra un resquicio para el renacimiento de la vida. Inicia el abandono del dolor recurriendo a las fortalezas de su origen; el campo, la lluvia, las luciérnagas, la luz, el canto de los pájaros y sobre todo al amor, que es un canto a la vida. Va entendiendo al sufrimiento y entonces fortalece su espíritu para despedir a su madre, hermanas y esposos de ellas y reflexiona: “Acompañado de mi sombra, camino despacio, sin ruido, sin memoria y sin llanto”. Ha aprendido a convivir con la tristeza y con la muerte, y sereno, inicia las reflexiones del final de su vida. Entonces se permite escribir: “Al final del camino ya no queda luz, sentir pesado el tiempo, irse quedito sin llanto ni arrepentimiento”.

         Cuando el lector termine el último poema del libro de Esquilo Campos, caerá en la cuenta de que el autor ha tomado conciencia del final y ha empezado a escribir su epitafio con la paz que está por encima del tiempo.

 

Carlos Navarrete Ruiz

 

 

Diezmo de Palabras
 

Cuentos para no caerse de la cama

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