domingo, 20 de mayo de 2018

ROBARON NUESTRO CORAZÓN



ROBARON NUESTRO CORAZÓN
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MI MEJOR AMIGO
Javier Alejandro Mendoza González

La gente pasaba junto a él, indiferente a su dolor.  A nadie le importaba su desgracia. Parecía invisible.  ¡Qué vergüenza me da reconocerlo!  En varias ocasiones yo también pasé junto a él sin darle ni siquiera una mirada de compasión.  El trabajo, las deudas y mil deberes más consumían mi tiempo, y creo que hasta mi sensibilidad humana.

Era muy temprano.  Esa mañana despejada me encontré con él una vez más.  Como de costumbre corría para alcanzar el autobús.  Tenía que llegar puntal al trabajo para esclavizarme por varias horas a cambio de unos cuantos billetes.  Por enésima vez chequé la hora en el reloj.  ¡Ya era tarde!  Entonces descubrí sus tristes ojos puestos en mí.  Ahí estaba, vivo; sobreviviendo.  Sentado solo en la banqueta esperaba la caridad que no llegaba.  Los seres humanos se han convertido en gente que no tiene dinero para ello, sólo para cosas caras, vanas e innecesarias.
Ese pequeño instante de casualidad cambió para siempre la vida: la de él, la mía.  No volví a ser el mismo.  Caminé despacio a la parada de autobuses.  No me importó llegar tarde al trabajo.  Mi mente ya estaba puesta en algo más importante.  Esa mirada inocente se quedó grabada en mí.  No me acusó.  No reclamó nada.  Sólo buscaba un poco de cariño.  Y yo tan egoísta, no lo daba.
De camino al trabajo siempre veía lo mismo: los mismos edificios, los mismos anuncios y un sinfín de personas con alma dura, como de metal.  Con tristeza y vergüenza bajé la mirada.  Entonces los descubrí.  Ahí estaban, entre los peligros de la calle; muchos ángeles más, ignorados como si fueran nada.

El día siguiente todo fue distinto o simplemente yo cambié.  Al salir rumbo al trabajo llevé conmigo un plato de comida.  Tomé sólo un minuto de mi valioso tiempo para buscar a quien logró despertar mis más nobles sentimientos.  Lo encontré, triste y solo, en el mismo lugar de siempre.  Le ofrecí alimento y una sonrisa.  Su agradecimiento fue infinito.  Al ver el resultado de un acto tan sencillo hice de ello una rutina que poco a poco sanó mi alma.
No sé en qué momento surgió el gran afecto que nos hizo pasar de ser dos desconocidos a considerarnos verdaderos amigos.  Quizás fue la noche en la que volví derrotado por los problemas cotidianos.  Creí que yo estaba mal, pero el día fue más pesado para él.  Tuvo que soportar frío, hambre e indiferencia.  Sin embargo, al verme olvidó todos sus males.  Yo ya era todo para él.  Su agradecimiento se convirtió en amor, el más grande y puro.  No lo podía ocultar.  Su evidente movimiento, ese rápido compás venía directamente del corazón.
Ya era inevitable sonreír al verlo.  Era parte de mí.  Así que lo llamé.  Me siguió con mansedumbre, confiaba en que no le haría daño.  Lo que hice fue abrirle las puertas de mi hogar.  Después de todo ya se había robado mi corazón.  Y desde entonces aquí está, dándome todo su tiempo y cariño.  ¡Lo fácil y humano que sería que cada persona hiciera lo mismo con uno de ellos!
¡Qué ironía tan bella!  Creí que al rescatarlo de las calles le salvaba la vida, cuando en realidad él fue quien salvó la mía.
Me siento orgulloso cuando salimos a pasear, aunque la gente sea tan tonta y se admire y mofe porque mi mejor amigo es un perro corriente.  No creo que a él le importe tanto.  Después de todo, yo tampoco soy tan fino, ni tengo pedigrí.



MIS MASCOTAS
Leticia Romero González

Tuve mascotas desde mi niñez. A mis hijos también los enseñé a amarlas. Tenemos: conejo, loro, agapornis y un cuyo. He tenido perro y gato.
Mi hija Lissy es la hermana de los animalitos. Un día llegó con una paloma herida de un ala y la curamos.  Duró unos días con nosotros y cuando se alivió la llevamos a la alameda y la soltamos. Otro día fui con mi hija Brenda a las tortillas y mi hija escuchó llorar un gatito. Yo estaba formada para mis tortillas y ella buscó al gatito. Había una camioneta y un carro y no lo encontraba. Cuando saló de la fila me dijo:
—Mamá, está llorando un gatito.
Y yo con mis prisas y mi hija empezó a llorar y a jalarme a que la ayudara a buscar al gatito y la ayudé, pero el gatito estaba metido en unos tubos que estaban arriba de la camioneta y no pudimos sacarlo.
También adoptamos un gato que era el galán de la cuadra. Un día entró corriendo con algo y yo grité “¡Ay, trae un pajarito en el hocico!, se fue al patio y se lo quiere comer”. Mi sorpresa fue grande. Al acercarme lo que estaba en el suelo era un gatito. Mi gato tuvo gatitos con una gata que vive a la entrada de la privada. El dueño de la casa tenia una camioneta, la gata tuvo cuatro gatitos y en una ocasión el señor se echó en reversa y mató a tres de los gatitos. Yo creo que mi gato pensó y le dijo a su gata “tú no cuidas a mis hijos, me llevo al que se salvó” y lo trajo a su casa. Después veíamos que le llevaba croquetas a su gatito. Sentí mucha ternura que cuidara de su hijo.
También tuve unos cotorritos de amor. Tuvieron muchos cotorritos y cuando empezaban a emplumar los echaban fuera del nido porque ponían más huevitos. A uno que era más grande que todos le pusimos el abuelo, porque cuidaba a los cotorritos que ya estaban afuera del nido para que no se pelearan o los cubría con sus alas para darles calor. Era hermoso el abuelo.
También tuve una tortuga que le pusimos por nombre Concha. Si bien dicen que las tortugas son lentas, Concha estaba en el patio de atrás y cuando abríamos la puerta corría desde donde estuviera y se metía y se escondía hasta que la encontrábamos. Se enterraba en el jardincito y cuando regaba las plantas salía como si naciera de la tierra. Le encantaba el agua. Las mascotas llegan a formar parte integral de una familia y su historia.



EL ENCUENTRO
Enrique R. Soriano Valencia

A mi familia y a mí nos encanta recorrer el mundo. Nos agrada el buen clima… pero sobre todo nadar, hacer nuestra el agua. Somos de compromisos formales: por mucho que deambulemos por ahí, cada año tenemos una cita en la isla Farallón, frente a la costa de California. Sin fallar, ahí nos reunimos cada año para escribir nuestro destino.
Este viaje es lo más esperado para nosotras. Viajar y conocer muchos lugares es fascinante, pero vernos es lo más valorado.
La reunión es impresionante. Al llegar, deambulamos por los rincones más cercanos y alejados a la isla, a disfrutar de la temperatura de las aguas, de la calidez del clima. Pero en espacial, a buscar un encuentro diferente… el amor de primavera.
Muchos admiran a nuestra familia y costumbres. Nos ven con temor, porque ganamos fama por violencia, pero no nos conocen bien. Desde la distancia nos observan y no se atreven a mezclarse con mi familia. Vaya que disfrutan contemplando nuestro estilo salvaje. A nosotros no nos importa. Que vean lo que quieran. Supongo que admiran la intensidad de nuestros encuentros, los cuerpos estilizados, la piel tersa que nos caracteriza y la forma en que el agua corre sin ninguna dificultad porque no llevamos nada. ¡Qué idiotez es esa! Usar algo al nadar, ¡absurdo!, irremediablemente absurdo. ¿Será por eso que nos observan furtivamente?
El nombre con el que nos bautizaron en inglés proviene de un vocablo alemán que significa mala compañía. Para los babosos somos indeseables… pero ¡los fascinamos! Y no es el único lugar donde no nos quieren: en Italia nos llaman con una palabra derivada de réquiem… ¡Con lo que significa ese vocablo! ¡Qué de mitos se forman para identificar a los diferentes! ¡Bah!, ni los tomamos en cuenta. Nos tiene sin cuidado cómo nos nombren. Ni un ápice de remordimiento, nos llamen como nos llamen. Somos así y siempre lo seremos, salvajes para ojos extraños.
Cuando empieza el encuentro, damos vueltas y vueltas; ellos al derredor de nosotras. Con desplazamientos lentos, suaves, medidos para seleccionar a la más apetecible a su parecer. Muestran lo mejor de sí mismos, son verdaderos machos: fuertes, aguerridos y sagaces. Su conducta es impecable; su gallardía, suprema; su anatomía, indescriptible; son ejemplo vivo de fuerza, de intensidad.
Giramos en sentido opuesto y cuando alguno nos simpatiza, hacemos errática nuestra dirección. Desde luego, eso forma otras ruedas que giran y giran en sentidos opuestos a alguna de nosotras.
De súbito, uno de ellos se lanza. Entonces vagamos juntos, si es el que esperamos. Forcejeamos un poco para que reconozca nuestro beneplácito; si no lo es, con toda la fuerza y hasta a mordidas lo alejamos. Cuando llega el esperado, el encuentro es de lo más sublime.
El elegido nos prende con toda la pasión de que es capaz. La resistencia es ficticia solo para sentir más lo poderoso de su anatomía. Sí, quizá somos masoquistas porque nos arrastran con toda su maravillosa fuerza hasta el mejor rincón. Nos llevan con forcejeos. Bruscamente dejamos que nos tumben en el lecho arenoso y allí nos zarandean con todo lo que tienen en su alma. Eso es pasión. Las marcas en la piel llegan a durar toda la vida, pero el momento sublime lo vale… lo vale y con creces.
Algunos idiotas que nos observan aseguran que los nuestros tienen dos penes. Me río de las imbecilidades. ¡Ya quisiéramos! ¡Es de lo que se vale para adosarnos! Las estrellas de mar son testigos… pero también lo son las olas que nos mecen y los cientos de pececillos que envidian toda la pasión expresada sin un ápice de recato.
Todo acaba… Como siempre, lo bueno dura muy poco. Después, los tiburones blancos nos relajamos y dejamos que nos arrastre alguna de las múltiples corrientes de este hermoso planeta que debía llamarse Mar.




EN CONCRETO… ARTISTAS CONSUMADAS
Soco Uribe

Las ranas del Estanque de los Sueños ya se habían hecho famosas en la región, debido a sus constantes presentaciones ante los demás animales, quienes las catalogaban como artistas de gran calidad.
Durante el día se ejercitaban practicando saltos de longitud y saltos de altura. Realizaban malabares en las ramas de los árboles o se lanzaban al estanque ejecutando piruetas casi olímpicas.  También, se saltaban sobre las hojas de los lirios y trataban de equilibrar su peso para que estas flores acuáticas las sostuvieran sin hundirse.  Hacían pruebas para ver quién atrapaba más insectos con la lengua.  Ponían a consideración de las demás ranas, sus artes del camuflaje para ver quien tenía los matices más parecidos a los objetos que les pusieran enfrente. Pero, lo que más las distinguía era que ideaban nuevos e ingeniosos espectáculos para montarlos en sus futuras presentaciones.
Por la noche, ensayaban sus cantos en un coro compuesto por decenas de participantes quienes, a pesar de las continuas quejas de sus vecinos, deseaban convertirse en artistas consagradas, lo cual las impulsaba a continuar transitando por los caminos del arte sin importar las críticas.
Cada vez que terminaba un evento, su vida regresaba a su tediosa rutina: comer y dormir. En realidad, esto no las llenaba de alegría.  Ellas habían nacido para ser artistas.
De pronto un día, aparecieron en sus dominios decenas de hombres equipados con extrañas máquinas.  La tranquilidad del Estanque de los Sueños, se volvió un infierno. El ruido y el daño que hacían esos aparatos era terrible. Uno de ellos pasó varias veces por encima de las plantas, las arrancó de raíz y las tragó de un bocado al abrir sus enormes fauces.  Otro de esos monstruos mecánicos, con una enorme trompa como si fuese un elefante gigante, comenzó a succionar el agua del estanque, eliminó el hábitat de las ranas, así como el de la fauna y flora de la zona.
Los asustados residentes del estanque corrieron a esconderse en los jardines de las casas contiguas al sitio de la tragedia. Día con día, el estanque, que una vez fue hermoso y lleno de vida, comenzó a transformarse en una horrible plancha de concreto donde edificaron un centro comercial. Las ranas restantes emigraron hacia otros lugares; aunque, el sitio con agua más cercano quedaba a varios kilómetros de ahí.  Ellas sabían cómo llegar.  Su instinto las conduciría hacia otro espejo de agua.  Pero sería una jornada azarosa. Durante el largo camino y bajo el sol inclemente, murieron una a una. Sus sueños de llegar a ser artistas consumadas, se esfumaron…en concreto. 



NUEVO AMIGO
Rosaura Tamayo Ochoa

Se murió mi querido “Gordo”. Me quedé sin gato y con el deseo de no tener uno más en mi vida. Sufrí tanto su pérdida, lloré mucho. Un día llegó una sobrina con un gato blanco, sin ninguna gracia, que había encontrado en la calle. Sin bigotes, flaco y mugroso. Me insistió tanto en que me lo quedara. Hice un esfuerzo sobrehumano y le dije que sí. En la primera oportunidad busqué a una persona que le gustaran los animales, para regalárselo. Acordamos que al día siguiente se lo entregaría. Esa noche tuve un sueño extraño. Escuchaba que el gato me hablaba muy seriamente y me decía que no quería irse de la casa, que quería vivir conmigo. Al siguiente día le dije a la persona, con toda la pena, que no le iba a regalar al gato porque él no quería irse.
Ahora sé que ese gato fue un regalo a mi vida. Abraza mis manos cuando escribo. Se acuesta en mi regazo mientras trabajo en la computadora, me acompaña cuando salgo a la calle. Soy una mujer feliz  acompañada de su gato “Peluso”,  que  eligió el hogar donde vivir.




*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.



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