YA NADIE ESCRIBE CARTAS DE AMOR
(Parte 2 de 2)
“El palomar de las cartas / abre su imposible vuelo / desde
las trémulas mesas / donde se apoya el
recuerdo, / la gravedad de la ausencia, / el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas / navegando hacia su centro.
/ Donde voy, con las mujeres / y con los hombres me encuentro, / malheridos por
la ausencia, / desgastados por el tiempo.
Cartas, relaciones, cartas: / tarjetas postales,
sueños, / fragmentos de la ternura,
/ proyectados en el cielo, / lanzados de sangre a sangre
/ y de deseo a deseo.”
Miguel
Hernández, Carta (fragmento)
Aquellas
cartas que se leyeron en la Casa del Diezmo y después volaron en globo hasta
llegar a quien corresponda, siguen su ruta hasta nuestros amables lectores. Esta es la segunda parte.
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JULIA:
Los
días se escapan y no sabemos cómo, a tal grado de que han pasado cinco años y 6
meses desde que te nos fuiste. ¿Qué te obligó a renunciar? La vida cansa, quizá
sea verdad. Supongo que todos nos cansamos en algún momento y dejamos de
intentarlo.
Sin
embargo, con el tiempo no llega el olvido, eso es un hecho en mis días, y te
recuerdo de sonrisa coqueta y mirada inquebrantable, es imposible no
extrañarte, extraño jugar con los cabellos grises que pendían de tu cabeza y
recuerdo tus quejas porque tu cabello no era completamente blanco como lo
hubieras querido, extraño los regaños, llegar a la casa de la abuela y decir:
“Ya llegué, Julia”, y darte el respectivo beso en la mejilla, para después
sentarme a tu lado.
Aún
no termino la bufanda que comenzamos, no sé si algún día lo haga y sigo sin
saber hacer buñuelos; los duendes ya
crecieron y hay niños nuevos en la familia; me gradué, por fin lo hice y Blanca
se casará en unos meses, tú deberías estar aquí para presenciar todo eso; me
duele tu ausencia, todos los días, me duele cuando veo que algunas cosas se han
quebrantado y somos tan frágiles que de intentos no vamos a poder vivir. Sin
embargo, estas letras no son para quejarme sino para decir que hubo una mujer
extraordinaria en mi vida a la que amo y amaré: tú.
Tu
ausencia sigue siendo un golpe a la memoria, un insulto a mis días en el
espejo. Pero te cuento, estoy
aprendiendo a hablar de ti sin llorar en el intento.
Es indudable que nos duele que no estés,
Julia, pero también es indudable que nos quedaron un sinfín de historias y que
sonreímos al recordarte y hablar de ti.
Te recuerdo con el amor que nos enseñaste a
sentir, a tu manera, a nuestra manera. Te abrazo y te amo, de aquí a donde
estés, doña Julia.
Tu
negra,
Berenice
Patiño Roa
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CARTA
DEL PRIMER NIETO A LOS 10 MESES
Abuelita,
sé que el hecho de mirarme te llena de infinita felicidad. Ahora sólo hago
sonidos, no hablo, pero me doy cuenta del mundo y del gran amor que me rodea.
Soy un pequeño feliz, que ha aprendido antes que otra cosa a sonreír. Me siento
un niño amado y esperado, con una infinidad de cunas en forma de brazos, siento
su calor y disfruto cada palabra. Mi hermanita con sus gritos me despierta
hasta el alma, pero sé cuánto me quiere. Mamá, siempre me llena de cariños y
besos, siente la distancia cuando está trabajando, por eso cuando llega me
quiere dar los besos atrasados que no me dio. Mi joven papá me ve como el niño
más hermoso de la tierra, juega conmigo y me hace reír mucho. Se duerme a mi
lado y me encanta despertarlo picándole los ojos o subiéndome sobre de él.
Agarrarle sus manos y doblar sus dedos. Me enseña sonidos como los de un león,
me hizo amigo del perro y del gato. Tiene muchos amigos y ellos me sonríen y me
llaman por mi nombre. Pero, cuando llego a tus brazos el mundo cambia, las olas
se tranquilizan. Me llenas de una atmosfera de paz y amor. Me dices que me amas
y me lo demuestras, queriéndome cada día más. Un día voy a crecer y te diré
cuanto te amo y quiero con palabras y acciones. Todo lo que estás sembrando en
mí, un día florecerá en lo que tú llamas “Mi bebé de amor”. Ahora sólo me toca
disfrutar los abrazos, besos, cariños y, sobre todo, el amor que me das.
Rosaura
Tamayo Ochoa
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REMI
RAFAEL:
Amado
Remi, nieto, amigo y cómplice de aventuras.
Ayer
por la noche cuando me comunicaba por Facetime con tu mamá y tu papá, nos
interrumpías la conversación, porque querías verme y saludarme y contarme de
tus cosas. Eso me gustó mucho, pues vi que me recuerdas con cariño.
Remi,
les diste tanta lata para que te dieran el Iphone, que al fin cedieron a tu
insistente petición. Pues bien, ya en tu poder cancha y aparato, con tus
pequeños dedos lo manipulaste con entusiasmo y sin ton ni son; tanto, que lo
apagaste tres veces y tres veces tu mami restableció la comunicación. Hasta que
a la cuarta vez, se ve que tu papá se cansó de seguirte el juego y te mandó a
la camita.
Con
tanta interrupción, pero sobre todo, por la barrera que nos separa no pudimos
platicar mucho. En la despedida, en broma le dije a tu mami: que antes se decía
que los “niños venían al mundo con su torta bajo el brazo”. Y ahora le digo que
vienen con un Iphone en la mano.
Esa
barrera, Remi, es el idioma, pues tu vocabulario en inglés, en concordancia o
correspondencia con tus tres años de edad, no es muy extenso. Y tu aprendizaje
del idioma español está en su primera etapa. Aunque sé que en casa, tu mami
casi siempre te habla en español. Estoy enterado que entiendes todas las palabras
cotidianas elementales y que en casa tu
mami te habla en inglés solo cuando te regaña porque hiciste alguna travesura.
Además,
Remi, tu infantil lengua de tres años no se ha desarrollado cabalmente, y por
lo tanto, no pronuncias bien algunas palabras, ni en inglés ni en español.
Pero
pensándolo bien, Remi, tú y yo no tenemos problemas de comunicación pues el
mutuo amor que nos une rompe las barreras del idioma y hasta el de la
distancia.
Amado
nieto, amigo y cómplice de aventuras, esa comunicación incompleta fue ayer.
Hoy, me visitó el azul pájaro melancólico y me contagió con su nostálgico
canto. Y por eso, te pregunto: ¿Tu tierna mente infantil se acuerda de nuestros
juegos con la pelota redonda y con la ovoide?
¿Te
acuerdas cuando jugábamos a las luchitas? Tú, con un traje y máscara de
Spiderman. Verdaderamente te posesionabas del papel del héroe. Pero a veces, me
daba por pensar si era el hombre araña el que se posesionaba de tu pequeña
alma. Saltabas de una silla al sillón, del sillón al sofá; pretendías escalar
paredes. Rompiste (¿o debo decir rompimos, como buenos cómplices?) un florero y
dos o tres cacharros de cristal. Luego nos la teníamos que ver con tu mami.
Rodábamos
por la alfombra trenzados en una lucha feroz. Sin dar ni pedir cuartel. Y
siempre resultabas el vencedor. Seguramente en tu tierna mente me asignabas el
papel del más terrible de los villanos. ¿Te acuerdas, Remi, del bosque de los
arándanos silvestres? Cortabas indiscriminadamente frutillas maduras e
inmaduras. Tenía que estar yo muy atento de que no comieras de las verdes.
¿Te
acuerdas del par de ardillas juguetonas subiendo y bajando del tronco del
árbol? ¿Del pájaro amarillo y rojo que cayó de su nido, y lo tuvimos en las
manos? Planeamos llevarlo a casa y ponerlo en una jaula, luego, sorpresivamente
se te escapó y se fue volando. Pero yo bien vi (y me hice el disimulado) que tú
le otorgaste la libertad. ¿Te acuerdas del Bosque de los Cedros Gigantes? Yo
noté que ciertos tramos sombríos te causaban miedo; pero nunca te quejaste.
En
un amplio claro del bosque viste un cervatillo, con tu carita asombrada y en
susurros me dijiste: “papi, papi. Allá está Bambi”.Yo te hice señas de guardar
silencio, saqué mi cámara fotográfica, y con el click de la foto, el cervatillo
nos descubrió y corrió rumbo a la espesura; se detuvo a unos veinte metros,
como esperándonos. Lo seguimos y el venadito avanzó unos metros y una vez más
permaneció quieto parado. Avanzamos hacia él, cuando estábamos a poca
distancia, reanudo su huida, y cerca de donde los árboles y la maleza se cerraban,
“donde la espesura de los árboles nos impedían ver el bosque” volvió su cabeza,
nos miró, dejó de huir, como jugando con nosotros. Por instinto, seguimos en
pos de él. Caminamos, cada paso nos era más difícil. Tú aguantabas como todo un
hombrecito de tres años. Pero de súbito, comprendí que nos podíamos perder o te
exponía a algún posible peligro. Nos regresamos a casa, muy a tu pesar.
¿Te
acuerdas, amigo y socio de aventuras? Yo, sí me acuerdo de todo, porque te amo.
Me
recordaste, Remi, sangre mía,
el
aspecto lúdico de la vida,
tu
sonrisa, tu risa carcajada.
Tú,
amado nieto, sangre de mi sangre.
-Posdata:
Dile a tu mami, cuando te lea esta carta, que me envíe a vuelta de correo
algunas de tus fotos; pues tu imagen y tu sonrisa tienen la magia de zurcir las
roturas de mi fatigado corazón.
Rafael
Aguilera
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PARA
MI ESPOSA FIEL.
Escribo
esta carta para ti, mujer, cuya belleza no está en el tamaño de tus senos, ni
en la perfección de tus caderas; menos aún en la cintura milimétrica que
enloquece al cuerdo y aumenta el insomnio al desvelado. Decidí usar la pluma
para escribir lo que nunca pudo salir de mis labios, en un pretérito sombrío de
añoranzas locas. Para expresar las palabras que jamás me atreví a decir frente
a tu cara, por temor a que fuera descubierta
mi falsedad; por miedo a reconocer que me había equivocado, pensando que
sería feliz al lado de un ser imaginario, cuyos labios retocados me enseñarían
a besar. Por pensar que un cuerpo perfecto llenaría la ausencia de amor en un
corazón egoísta y sediento de ser amado. Por creer que en unos ojos azules
miraría el profundo cielo. Por imaginar que en un pelo ondulante se enredaría
mi pasión. Muchas veces llamé loca a mi razón, por hablarme de una belleza
escondida en ti. Por insistir en que
debía mirar con los ojos de la pureza y con la mirada del alma cristalina
la grandeza escondida en lo profundo de
tu ser. Voltee a ver la flor y me olvidé de saciarme de su aroma. Cargué de
vagas ilusiones mis espaldas y fui incapaz de sembrar en tierra fértil la
semilla de la esperanza.
Tanto
tiempo de espera para poder decir, ¡Te necesito! Cuántas noches de indiferencia
para descubrir el amor que guardabas para mí. Fuiste paciente para que yo viera
la ceguera de mis ojos. Me hablaste con
miradas de inquietud. Me llenaste de caricias inmerecidas. Diste luz a mi vida
y alegría a mi pasión vencida. Fuiste tatuando en mi pecho, a golpes de
ternura, el deseo de expresarte una palabra convertida en súplica. Súplica
gestada en el vientre de mi orgullo: PERDÓN. Perdón por no haberte amado desde
mi noche oscura. Perdón por negarte mis besos robados por el viento. Perdón por
alargar las horas a tus días con mi ausencia. Perdón por no haber escuchado la
música orquestada por los latidos de tu corazón. Perdón por no haber
reconocido, que tu existencia llenaba mi vida inútil y carente de razón. Perdón
por la tardanza de saber que allí estabas, para darme tu perdón.
Desde
hoy y para siempre contigo.
Arturo
Grimaldo
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A
QUIEN CORRESPONDA:
Una
vez preguntaste qué es el amor. Dices que no lo puedes describir. Yo tampoco,
pero debe ser lo que siento por ti. Es como tener sed y beberte todos los días.
Sentir hambre de estar a tu lado, buscar tus ojos cada mañana y tus labios
antes de dormir. O tal vez sea esa tremenda necesidad de escuchar tu voz para
saber que eres real, que nada es imposible si me dices que puedo hacerlo todo.
Puede incluso ser un poco de tantas cosas como risa sin motivo, llanto de
alegría, tristeza también, ese piquetito en el corazón cuando dices cosas que
pertenecen al pasado y que formaron la mujer que ahora toma mis manos para
ponerlas sobre su regazo y escribe conmigo el presente. O acaso sea el futuro
que se refleja en cada beso, en cada abrazo, cada vez que comenzamos de nuevo
una historia extraña de dos desconocidos que saben casi todo el uno del otro.
No sé que es el amor, pero si es tan sólo una pequeña porción de lo que siento
por ti, es el sentimiento más maravilloso que se llega a sentir por alguien. Es
la suma de tantos momentos, de experiencias buenas, malas, mediocres, de
caricias, de mentes y de ideas que de tan distintas se parecen. Es papel y
lápiz para que escribas un diario en mi alma, es la tinta que deja huellas
sobre cada poro de tu piel cuando entregada me dices “te amo”. No es egoísmo,
pero si la libertad de saber que hacemos lo que hace feliz al otro. No es celos
absurdos, pero sí la comprensión de entender que somos uno y no caben más. No
es pasión por un cuerpo, pero sí la luna creciente que inunda nuestras
sensaciones al saber que somos perfectamente compatibles desde un extremo de la
pasión plena hasta el erotismo total. Pero sólo porque el amor, ese sentimiento
indescriptible, nos llena de excitación al descubrir que tocarnos es jugar a
ser eternos. Ahora lo único que sé es que no hay palabra más exacta –por lo
incomprensible– para decirte una y otra
vez: te amo. ¿Hay algo más qué decir?
Julio
Edgar Méndez
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