domingo, 8 de marzo de 2015

PARADO EN ESTA ORILLA DEL MUNDO

El Sol del Bajío, Celaya, Gto.


PARADO EN ESTA ORILLA DEL MUNDO
Poesía de Martín Campa

Hace varios años, en el texto inicial de Poetas del Bajío, publicado en la revista Tierra Adentro, el maestro Herminio Martínez escribió: “...todos los hombres y las mujeres para algo hemos nacido: algunos nada más para acumular bienes materiales, otros para batirse a muerte en la arena de la política o lo político; pero otros más, como nosotros, quizá para cavar a punta de nuestra alma nuestro destino en la cantera de la ilusión, buscando la belleza. ¿O qué otra cosa si no hace el poeta?”. Y el poeta Martín Campa, llamado con cariño por Herminio, el pelón de hospicio, busca la belleza a punta de su alma. Es un escritor insaciable, pero también un lector que hurga entre líneas, es un “malabarista de la palabra”, como él mismo se describe.
Martín Campa Martínez es obrero y miembro del Taller Literario Diezmo de Palabras. Ha publicado y ha obtenido reconocimientos y premios. Uno de los libros de poesía más entrañables al mismo Herminio, MIENTRAS DIGO MI NOMBRE, lleva el título de un poema de Martín. Su “voz” es suave, plena de metáforas, maneja con maestría el lenguaje coloquial y campirano, pero con la elegancia de quien ya domina el oficio. “Se muere el ciego que ya no puede ver con el caracol de los oídos y el sordomudo que grita en letras del espíritu”. Martín escudriña cada domingo la página del Diezmo en El Sol del Bajío y nos devuelve una reseña inteligente, propositiva, madura. Sus opiniones valen y las hace valer con firmeza,  pero con la sensibilidad de aquellos poetas que “de tan resplandecientes,
llegamos a perder las tuercas de nuestro rojizo resplandor”.
Julio Edgar Méndez



ESCRIBAN SU ANTÍFONA

Martín Campa

Hijos de la madrugada, rompan todas las luciérnagas
para que vean cómo dentro de ellas
escritos están aún los nombres suyos.
Gocen, disfruten con las maracas de la gramática.
Llenen con ritmo de azahares
ese inmenso lucero que es su voluntad.

Vayan por todo el mundo aplastando quejumbres
de aquellos que aún no entienden por qué es la negrura
y con el cirio de su alma quemen los quinqués
que jamás han podido encender, desesperados.

Desgranen la mazorca de alegrías
y cuando llegue la tarde bébansela, cómansela,
abran su pecho, el corazón
pónganlo a brillar en las manos del huérfano.

Arránquenle la piel a los desconsolados
y no piensen jamás en la muerte y sus navajas,
acuérdense que sólo fallece aquel al que le toca.

Se muere el ciego que ya no puede ver con el caracol de los oídos
y el sordomudo que grita en letras del espíritu.

Se muere el que usa zapatos de escasez
y el señor que no tiene miedo ni un amo a quien glorificar.

Se muere aquel que se llama como el pecado
y se embriaga con el brandy de la desventura.

Se muere ese que no tiene nombre
pero sí unas inmensas ganas de ser fuego
en el vientre de las que venden, lujuriosas, sus manzanas.

Disfruten, gocen con la sinfonía que interpreta su ingenio.
Escriban su antífona sobre la corteza de las nubes.
Hagan sonar las piedras apócrifas
a donde viene a sentarse el viento.

Bailen hasta que sus pies se deshagan sin tinta.
Invítenme a mí también,
pero dejen que me vaya al rincón de los pesares.
No entristezcan su algarabía sólo por mi culpa.

A mí sólo déjenme en la habitación donde pernocta el silencio:
antiguo hechicero con espejo de agua y sombras.

Recuerden que los malabaristas de la palabra,
de tan resplandecientes,
llegamos a perder las tuercas de nuestro rojizo resplandor.



ALAS DE LUZ

Martín Campa

Gota de viento,
paracaidista del asombro.

Frágil  danzarina
que mece su cuerpo
imitando al verano.

Alas que semejan
una increíble
explosión de polen.

Equilibrista que tira su oro
sobre lo verde de la tarde.

Monarca que incendia
la pesadumbre
de nuestra existencia
con su diminuto vuelo de colores.

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TOLOACHE

Martín Campa

Es la hierba que brota en las costillas
del semáforo,
sobre la piel reseca del asfalto.
Por eso su clorofila huele
a asombro,
a ciudad recién lavada
por la lluvia.

Brazo verde que palpa el boulevard
en lo más íntimo
y amansa a los poetas
que han dormido
otra vez con el ansia.

Esta es la pócima pesada
para amarrar la voluntad.

La única y oscura medicina
que se yergue imponente,
como un ojo del llano entre murmullos,
a que las mujeres la visiten,
para que los hombres ya no duerman
al calor de otros vientres.

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PARADO EN ESTA ORILLA DEL MUNDO

Martín Campa

Parado en esta orilla del mundo
veo morir a los ángeles con sus milagros destrozados,
a los indigentes reír mientras ven cómo sus sueños
se les van ardiendo al igual que otro sol,
a los gatos, la lluvia.

Veo cómo las calles se embellecen
con esas flores de la indiferencia citadina
y cómo, en cada rincón,
la mala suerte nos asusta con esas grotescas máscaras
que usan los gendarmes.

Miro correr a aquellos obreros que con su alma
van protegiendo lo poco que les quedó de su salario
mientras la mentira,
que desde siempre ha estado gobernándonos,
camina oronda y sonriente y con su ropa nueva
por los mejores restaurantes de la urbe.

Veo también cómo la pena
va remachándole el hambre
a los inocentes que habitan los suburbios.
Y por fin, después de un rato,
veo el espectáculo que esperaba:
ahí viene Dios con sus potestades a caballo,
y entonces se detiene junto a un semáforo y dice:
“Espérenme mientras orino
sobre las rojas cuarteaduras
de esta ciudad impía”.



PARAÍSO DESMANTELADO

Martín Campa

UNO
Eva, préstame el estambre de tu sombra
para tejer nuevamente tu gloriosa hermosura
y el color de tu paraíso desmantelado.

Permíteme desempolvar el laberinto de tu oído
y recalentar la sal de tus océanos.

Concédeme restaurar tu cintura:
casa de nubes y pelícanos;
y reconstruir el oro de tu talle
para que no olvides nuestra historia.

Te regalo un ramo de sueños
y el humilde fulgor de mis recuerdos.
Mi dolor recién impreso en azogue.
Un peso de plata y otro de luna.
Un canto de selva, un canto de sol.

Te regalo mi mano izquierda, mi pie derecho;
el brillante secreto de mi palabra:
carne y voz de tormenta.

Te obsequio todo esto
para que sepas que me marchito sin tu presencia.
Y sepas también, Eva, que no ambiciono la plata
que guardas en la celda de tu ombligo,
pues sólo anhelo fallecer abrasado
con el reflejo del alcatraz
que ostentas bajo tu falda.

DOS
Muérete conmigo,
ánclame al sol que es llama en tu vientre.

Déjame apretarte el pezón izquierdo
hasta que mis dedos se ahoguen
en ese glorioso néctar
y bebamos esta noche de esa lluvia
que hoy nos obsequia el verano.

Déjame ser el impetuoso torbellino
que sin ti no es nadie;
sedúceme, carne en erupción por vez primera,
y traza (insaciable) un arcoíris en mi pelvis.

Flor de música enardecida,
sopla despacio en mis huesos
para arder nuevamente contigo,
mientras cabalgamos hacia ese precipicio
llamado frenesí.

Universo de aromas y secretos,
no pares que aún no termina esta fiesta.

Sigamos cayéndonos uno encima del otro.
Sigamos gozando hasta quedar contagiados
con esa fiebre que se cura
sólo con inyecciones de pasión.




¿TE ACUERDAS?

Martín Campa

Ahora ya no llueve como antes.
Aquellos sí que eran temporales
pues con unos cuántos manotazos
hacían que se enverdeciera el pueblo,
el alba y hasta los huesos de nuestros abuelos.

En una sola noche llenaban de esperanzas
y líquenes las calles, las cercas, las veredas
y el callejón donde jugábamos,
contra los del otro barrio, al fútbol.

De una sola pasada pulían los vidrios
de la escuela
donde la maestra Consuelo hacia aprendernos el abecedario
a punta de cariños.

En una sola entrega bendecían los árboles
en los que --a la hora del recreo--
nos subíamos para mecernos entre el viento.

Entonces los mayores dejaban su angustia
a un lado
y encendían los surcos para que la cosecha
se lograra.

Entonces era la época del júbilo,
camisas y zapatos nuevos.

Pero, ya ves, después vino el progreso:
los mentados inventos.

El tiempo cambió tanto y nosotros,
los que correteábamos a la luna por el monte
para hacerle cosquillas en la tibieza de sus huesos;
nosotros, los que acostumbrábamos
ayudarle todos los viernes
a don Nicéforo, el carbonero,
para que nos diera un peso para comprarnos ilusiones;
nosotros, los que éramos bien nocheros
y andariegos,
poco a poco hemos ido creciendo y, dicen las mujeres,

que hasta nos volvimos más hombres.

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