domingo, 8 de abril de 2018

PRIETO PICUDO



PRIETO PICUDO

Cada año, igual que cientos (o tal vez miles) de aspirantes a escritores, los compañeros que formamos el Taller Literario Diezmo de Palabras participamos en diferentes concursos literarios. Las convocatorias vienen de varias partes del mundo donde se habla español. En esta ocasión les presentamos dos textos del coordinador del taller literario. Uno de los cuentos recibió el tercer lugar en el Primer Certamen de Relatos Cortos “El Grifo”, en la ciudad de León, España. Se admitieron a concurso 376 relatos. Prieto Picudo es la marca de un vino de la región de Castilla. Lo definen como: “fresco, seco, extenso y persistente.” Vale.



PRIETO PICUDO
Julio Edgar Méndez

Siempre había querido recorrer el Camino de Santiago pero nunca se decidió a emprenderlo. Hasta ahora, ya en el ocaso de su vida, se animó a llevarlo a cabo. Como no tenía la menor idea de dónde empezar, decidió llegar hasta la ciudad de León, en Castilla, para darse una idea de las distancias y derroteros a seguir. No quiso desaprovechar la oportunidad para degustar los vinos de la región. Lo primero que buscó, recién se hospedó, fue un bar para calmar la sed. Le dijeron que visitara el barrio húmedo y hacia allá se encaminó. No le prestó mucha atención a la maravillosa catedral y a unas pocas cuadras encontró Casa Benito, un bar muy tradicional. Calmó su sed, pero el Prieto Picudo, las tapas y la vista de tanta chica estudiante le dieron otro tipo de hambre...  Los primeros tragos de vino fueron tal como lo ponderan: fresco, seco, extenso y persistente. Los siguientes ya no supo definir a qué sabían. Departió con peregrinos y peregrinas en ese pequeño bar con paredes de piedra y mesas al exterior. No se despegó de su banco en la barra toda la tarde. Pronto estuvo tan a gusto que intentó conquistar a cuanta chica se sentara junto a él y, como ya se sentía fresco, seco, extenso y persistente y no era mal parecido, el destino le preparó un peregrinaje al cuerpo de quien ni el nombre llegó a conocer. Todo el peso de una vida sorteada en blanco y negro se le vino encima cuando ella le habló del Facebook, de bloguear y dejarse un Twitt de pocos caracteres en el alma, de postear y subir videos, de  shows on-line y apps para dirimir las irrealidades de la postmodernidad. Ella tenía pareja, él  ya tenía hasta nietos, pero el calor de los cuerpos es un  termostato sin ojos. Ella, empujando apenas los diecisiete con todo el ímpetu de sus senos erguidos y él, arrastrando sesentaypico con cuerdas y clavos de hambre de vida, ginseng y vaselina. Pero el deseo apretujado entre vinos y tapas, Prietos y Rufetes, no perdona al más tieso. Era una noche propicia, ¿hay de otras? Era tan chica, tan bella; eran sus ojos, sus labios: almohadas abiertas al infinito horizonte de cama maldita. Todas sus décadas juntas querían hacer nido entre las piernas endurecidas de la mujer casi niña, a quien su novio miraba con ojos de borracho sin chispa. El muchachito no era competencia para este lobo feroz de mares extintos, catador de tintos, rosados y de todos los colores; recuerdos ganados en tantas batallas de sábanas cloreadas cada dos horas, sin distinciones de clases, que él había encendido a fuerza de besos y embrujos de un hombre con todas las mañas sabidas y si no, inventadas.
            Platicaron, se liaron las manos, cruzaron miradas de abajo hacia arriba, tocaron por unos instantes los cuernos de una luna impostora, ni siquiera preguntaron los nombres. Sería por curiosidad, sería el alcohol, sería el bulto imprudente que trepidaba a cada mirada de los senos adolescentes, o el hambre en las seniles pupilas gastadas de ver a tantos y a tantas mujeres perderse en el anonimato de un bar; pero la chica aceptó la propuesta. Su joven galán ni se inmutó con el bye de su pareja cuando ésta le dijo que se mudaba de sitio. Ya estaba acostumbrado a los gustos cambiantes y arteros adioses de su novia. Sólo una advertencia le hizo:
            —¡Vas a tener que cambiarle el pañal al viejito!
            Salieron en busca de lo que hallaron: él, su destino; ella, su farsa. En el hotel los miraron con ojos de sueño y reproche
            Voces destempladas y falsos gemidos salieron del televisor cuando lo encendieron junto con las luces del cuarto. Las atenuaron antes de descubrirse antagónicos, y mientras la paloma se quitaba las plumas sin más trámite que sus ganas y sus alcoholes, nuestro don Juan pedía una botella de vino. Tinto no había y a ella le daba lo mismo, así que se conformaron con un Albillo.
            Él era todo un seductor de oficio; la joven, una ignorante por puro gusto. La alcanzó en la cama justo antes de que ella tirara la última pluma de tela que le cubría apenas lo que con alegría atisbaba entre piernas. La abrazó, la besó en la frente, le lamió los párpados, le sorbió los labios. Sabía a cigarro, a sudor, a espanto de mujer ante un hombre con ojos sin prisa. Recorrieron juntos todos los valles, montes y cuevas que encontraron sin opuestas barreras.  Brindaron con dos, con tres, con cuatro, con diez tragos que ella no supo cómo fue que se resbalaron por todo su cuerpo. Empapada en alcohol, creyó que soñaba la lluvia de espejos que repetían cada retrato, mientras trataba de sobrevivir sin ahogarse en el mar del hombre experto, del hombre que nunca había siquiera soñado que existiera.
            Fue su instrumento en ese concierto de sexo, delicia tras delicia, fue la noche robada al futuro que no volvería. Mil vueltas le dieron al ruedo, cien sombras les mandó la mustia luna para cubrirlos. Esa madrugada inventaron su propia utopía. Una historia de cuentos contados a ras de un colchón entre ciento y diecisiete imposibles posturas y una ambulancia que recogió los restos del hombre más feliz de todos los muertos levantados esa semana en el Camino de Santiago.




EL NARCOMENUDEO
Julio Edgar Méndez

Le llamaban “el Narcomenudeo” por chaparro. Edelmiro Rovirosa tenía apenas un metro y veinte centímetros de estatura, pero todos de malicia. Le gustaban las mujeres altas y de cuerpo grueso, "grandotas pa´ que me peguen", solía decir. Tenía dos guarros, leales hasta la ignominia. Quizá debido al hecho de que eran sus parientes, o tal vez por los miles de dólares que ganaban a la semana. Era buscado sólo en ocho estados de la República Mexicana, en los demás no había necesidad, todo mundo sabía dónde vivía. Durante meses había estado bajo vigilancia de dos agentes especiales de la AFI, uno medio oriental y otro moreno hasta las cachas. Ambos expertos en artes marciales, en armas de alto calibre y en explosivos arranques de ira cuando algún ciudadano no les cedía el paso a su auto sin identificar. Dos fiscales especiales, uno azul y otro entre rojo y amarillo, vinieron, vieron y se dieron por vencidos, a la inversa de aquél famoso Julio César, de quien Suetonio dijera: "Marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos", pero eso es otra historia. La que nos compete es menos laureada, menos epopéyica, pero sucedió a la vuelta de la esquina.
            Edelmiro tenía una pequeña debilidad: El cine. Le gustaba ir a todos los estrenos, así que sus guarros tenían que vérselas difícil para burlar a los pobres guardias de los centros comerciales, quienes hacían como que no se daban cuenta de que aquellos traían sus cuernos de chivo debajo de unas gabardinas compradas en Milano, más calientes que la pólvora quemada y que se veían ridículas en medio del calor de Sinaloa. Cada semana de estreno, el Narcomenudeo entraba a la sala antes que las demás personas y tomaba todas las tres filas de asientos centrales para que nadie lo molestara. A su lado, siempre tenía a sus guarros y a dos mujeres. Dos güeras oxigenadas de brazos anchos, pechos grandes, enorme trasero y apetito voraz. Cada una con su paquete de palomitas extra grande con mantequilla, dos hot-dogs jumbo, tres Pepsis –light-  y cuatro nachos con mucho queso y mucho chile. Edelmiro sólo comía palomitas y su seis de cervezas. Soltaba mentadas o carcajadas según fuera el caso. Las personas que ya lo reconocían, preferían no entrar a la misma hora que él, porque cuando una película no le gustaba, aventaba las palomas, las latas de cerveza o lo que tuviera a la mano al pobre cácaro que, allá, en su cuartito de proyección, no dejaba que lo identificaran, a pesar de que más de una vez el Narcomenudeo había esperado afuera del cine, a ver si lograba reconocer al individuo para que sus guaruras lo golpearan. Creía, en su chaparra ingenuidad, que la culpa por las películas que no le gustaban era del proyectista. Pero en una ocasión, la película de El Padrino III le gustó tanto, que aventó por la ventanilla del proyector un montón de billetes de a cien dólares. Era un personaje a quien todos conocían, pero nadie lo reconocía cuando los agentes de la AFI buscaban a alguien que los ayudara a sustentar su caso. Repartía billetes en la calle a todos sus vecinos, ayudaba con útiles escolares y despensas a cuantos se lo pidieran; soltaba desprendidamente dólares a los periodistas, policías municipales, regidores, diputados locales y hasta al presidente municipal. Era pródigo con sus parientes, había construido dos hospitales con todos los servicios. Ya llevaba levantadas, hasta con laboratorios, más de veinte escuelas para niños pobres y de las zonas alejadas del estado. Pero cuando se le botaba la canica, mandaba quemar alguna escuela o cortarle la luz al hospital.
            Era caprichoso, irracional, expansivo, entraba a un restaurante y pagaba todas las cuentas de quienes estuvieran adentro. En una ocasión, se le ocurrió festejar su cumpleaños al estilo de aquel famoso narcotraficante fronterizo, en el estadio de fútbol. Tocaron diez bandas narco-corridistas, hubo globos y regalos para los niños, teiboleras para los no tan niños, estripirelos para las mamás de los niños, y ríos de cerveza Pacífico, que terminaron orinadas en el pacífico océano de Sinaloa. Y entonces lo agarraron.

            El gobierno federal necesitaba desesperadamente un golpe publicitario para terminar de cacarear su huevo del Acuerdo para la Legalidad, Igualdad y Fraternidad, de su muy particular revolución a la francesa contra el narco. Así que el golpe fue contra el narcomenudeo. Los dos AFIs, el chiapaneco oriental y su moreno pareja, recibieron órdenes de detener con cualquier pretexto a Edelmiro Rovirosa. Con tanta presión se les ocurrió un gran plan.

            Esa semana se estrenaba la película "Secreto en la Montaña", donde le dan en la madre al mundo Marlboro. Trata sobre dos vaqueros que, de la aburrición de cuidar ganado en invierno, decidieron explorarse las espaldas y más abajo.
Y ahí estaba el Narcomenudeo con toda su comitiva. Al principio decía en voz alta:     —¡No mames!, qué paisajes tan chidos. ¡Ira!, así me voy a construir una cabaña, ora que llene el cerro de nieve.
            Cuando de pronto, saz!, que empiezan las luchitas bajo la tienda de campaña entre los vaqueritos y el chaparro comenzó a vociferar: —¡Hijos de su...!, ¡Échenles agua!
            Uno de los agentes de la AFI, que andaba vestido con una playera de las Chivas rayadas y gorra del Necaxa -para despistar- se volteó y le dijo a Edelmiro:    —Ya cállate, primo, no dejas ver la película. Toda la poca gente que estaba en la sala, empezó a salirse de inmediato. Se hizo un silencio sepulcral. Edelmiro se levantó de su asiento y dijo a quien le había hablado: —Has de ser gay, que por eso te molestas. El agente se puso de pie también, su pareja le siguió y los guarros hicieron lo mismo. Las mujeres seguían comiendo palomitas.
            —No sabes con quién te estás metiendo, ¿Verdad? -Dijo el chaparrito ya con voz amenazante.
            El AFI respondió: —¿Y con quién me estoy metiendo? Porque tú estás muy chaparro, mejor deja a tus primos que den la jeta por ti.
            Los dos guaruras sacaron los cuernos de chivo y apuntaron a los agentes. Pero el chaparro estaba ya caliente y retó a los dos hombres vestidos de fanáticos del fútbol.
            —Mira, morro, pa' que lo sepas de una vez, yo soy Edelmiro Rovirosa, tu mero padre.
            No acababa de terminar de decirlo, cuando de todos lados surgieron agentes de la AFI y policías municipales.
            —¡Edelmiro Rovirosa, date preso!, -alguien dijo. Los dos agentes encubiertos sacaron también sus armas y mostraron sus charolas de identificación. El Narcomenudeo no podía dar crédito a lo que estaba pasando, ahí había algunos policías que conocía por pagarles cada mes para que cuidaran su zona. Pero no conocía a ninguno de los AFIs. Sin embargo, pidió que le dijeran por qué razón lo detenían. —Por delitos contra la salud, y tú mismo te has identificado, -alguien contestó.

            Todos los periódicos mostraron la foto de Edelmiro esposado, en medio de cuatro agentes a quienes les llegaba a la cintura. Los encabezados de la prensa decían: "Cayó gran capo del cártel de Sinaloa". Según las notas, manejaba una organización enorme, con ramificaciones en todos los estados; además de Colombia, Perú, California, Nuevo México y Arizona. Junto con él cayeron dos policías corruptos, un regidor, un diputado local y ningún otro personaje que de verdad valiera la pena.
            Ahora, el Narcomenudeo menudea desde el penal a toda su gente. Le proyectan películas en una sala especial del CEFERESO, y sus dos güerotas siguen comiendo palomitas y dando show porno a todos los custodios, quienes los ven por circuito cerrado aventarse las palomitas, los brasieres y los calzones; mientras Edelmiro les muestra por qué nunca le importó ser chaparro y le gustaban las mujeres grandotas, para que luego no se anduvieran quejando del tamaño de esa cosa, que parecía una tercera pierna.




*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.


**En la vinoteca Grifo de la ciudad de León, a las 18:30 del día 11 de junio de 2017, previa citación y de conformidad con las Bases del Concurso, se reúne el Jurado de referencia para fallar los premios de este certamen. Dicho jurado está compuesto por los siguientes miembros: 

Delfín Nava Castillo (vocal)
Emilio Pedro Gómez (vocal)
María Ruano Revilla (vocal)
Salomé Guerrero Rodríguez (vocal)

Actúa, como secretario, Fernando Carlos Pérez Álvarez

Se admiten a concurso 376 relatos, recibidos dentro de plazo. Leídos y valorados de modo individual por cada uno de los miembros del jurado, en esta reunión se procede a deliberar y valorar conjuntamente los relatos seleccionados y se procede a otorgar los premios con el siguiente resultado: 

Primer premio, para el relato titulado: 
“A TRES TRAGOS DEL ABISMO”
 Autor: David Rodríguez Gómez, de Valladolid.
Segundo premio, para el relato titulado:
“LA COLMENA DEL VINO”
 Autor: Pedro Víctor Fernández, de León.
Tercer premio, para el relato titulado:
“PRIETO PICUDO”
 Autor: Julio Edgar Méndez

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