domingo, 20 de marzo de 2016

POETAS DE MICHOACÁN

POETAS DE MICHOACÁN

A MANERA DE PRESENTACIÓN
Hablar de la literatura en el estado de Michoacán, o de la ciudad de Morelia, es hablar de una larga tradición, que algunos remontan a épocas prehispánicas como las de Curicaveri, Caltzontzin, etcetéra. O bien hay algunos más que lo hacen a la época de la colonia, José Manuel Martínez de Navarrete; otros más a la época de la insurgencia con la naciente mexicanidad, por ejemplo Francisco Manuel Sánchez de Tagle, entre muchos más. Podríamos recorrer el siglo XIX y los nombres abundan; desde el famoso Amado Nervo y los modernistas o, podríamos iniciar hablando del siglo XX con Donato Arenas López. Lo cierto es que a finales del siglo XX, el índice demográfico de las letras michoacanas se fue a la alza, y los nombres de los vates michoacanos ya recorren esta “re-pública” de las letras mexicas, desde Ramón Martínez Ocaranza, “El Chino” Sanzón Flores, Concha Urquiza entre varios, en la narrativa José Rubén Romero y Javier Vargas Pardo “Céfero”. Más recientemente Homero Aridjis, Gaspar Aguilera, Francisco Javier Larios, Neftalí Coria, Antonio Mendiola, -sólo por decir algunos- y llegaríamos a las generaciones de los finales de siglo, con poetas no tan noveles, cuya lista sería extensa.
Mejor me ciño al guión del programa que los amigos del “Diezmo de palabras” de Celaya, Guanajuato, nos han solicitado, por medio de mi amigo Martín Campa Martínez, gesto que agradezco y quedo muy agradecido; me han pedido autores que no hayan publicado, pero cuya calidad sobresalga; quizá el pedimento sea por las noticias de las mafias en las letras, la falta de honradez en las instituciones culturales del estado de Michoacán o de los olvidos del destino, así que los dejo con algunos amigos:
Comenzaré por hablarles de Gaby Mandujano, ella es doctora, le conocí hace un par de años, hemos hecho taller juntos, compartido lecturas públicas, es una escritora no sólo dedicada, sino con un estilo propio, mucha gente se la pasa buscando ese estilo, hay otros que nacen con él; su escritura va del juego erótico a la búsqueda interna, escapa del tono confesional de muchas mujeres y es directa tanto en su poesía como en su narrativa.
Después tenemos a José Luis López, él es egresado de la Escuela Popular de Bellas Artes, es un pintor muy conocido y de larga trayectoria, además de tener la maestría en Filosofía de la Cultura, y tiene su propio estilo que oscila entre el tono erótico de Miller, pasa por Bukowsky y llega al realismo sucio muy a la Carver. Un escritor que no se tienta el corazón escribiendo cosas cursis, como él mismo lo dice, sino que describe el mundo como él lo ve: horroroso.
Después tenemos a Arturo Bocanegra, un joven egresado de filosofía, con una muy particular manera de escribir poesía, va del tono casi de prosa, hacia el juego verbal de una poesía que lo descubre y nos devela la vida que comparte.
Después tenemos a Márku Kárany, un joven oriundo de las regiones purépechas, una poesía poderosa, una voz que no grita, que canta muy en el tono de las pirekuas, una palabra amorosa, que no escatima en la moralidad de su entorno, sino que encuentra su libertad en la escritura.
A Erik Moya lo conocí por casualidad en la red, lo invité a las lecturas que hacemos los miércoles en el Monotipo y nos atrapó con sus palabras que van del verso a la prosa poética, es egresado de la Escuela de Lenguas y Literaturas Hispánicas.
Faltan muchos nombres, muchos escritores que comienzan a encontrar un lugar donde dar a conocer sus trabajos. Lo hacemos de manera independiente, alejados de las amañadas instituciones culturales y de las mafias que les pueblan. Y quiero agradecer a Julio Edgar Méndez, coordinador del taller literario “Diezmo de palabras”, por darnos esta oportunidad de publicar nuestras letras en esta página.
Marco Antonio Regalado



ALGO QUE EMPECÉ Y NO SÉ CUANDO TERMINE
Gabriela Mandujano

Mi hija piensa que las horas
sólo tienen cincuenta y nueve minutos,
piensa que a todas las horas les falta un minuto,
que las manecillas del reloj cargan pesadas horas
que hay un minuto perdido entre una mirada,
un regaño y su escondite secreto.
Intento explicarle la relatividad del tiempo,
le digo que su sonrisa amarilla dura veinticuatro horas,
que sus lágrimas forman témpanos,
que sólo se derriten en primavera,
que su vestido limpio dura menos de un minuto.
Le cuento que el tiempo se escurre
como agua entre los dedos
y que a veces el tiempo como el agua se congela;
se vuelve sólida y tajante como una madrugada.
También le susurré que se evapora el tiempo
en un cuento de niños, en un abrazo o en muchos besos.
Intenté explicarle que su ida a la escuela durará años,
que las rondas hacen pequeñas a las noches,
                                                                        delgadas,
minúsculas.
Le expliqué que los amores de invierno,
sin cobijas, duran varias primaveras.
Que la menstruación ha durado siglos
y que la taza de té para cólicos de la abuela
es simplemente eterna.
Le expliqué que cuando voy a trabajar, soy yo por cuatro horas,
que el resto, sólo soy un robot activado por un bolsillo roto,
donde caen las horas a un agujero que da a una alcantarilla de la calle,
le dije que ella sería niña la mitad de su vida,
que sería mujer cada noche de luna llena
para evitar que los lobos la devoren,
le mostré que el embarazo humano
dura veintiún años y a veces más;
pues hay personas que nacen a los cuarenta,
a los sesenta o que mueren sin salir del útero.
La invité a dar un paseo por el parque
desde donde se ve el reloj
plácidamente inmóvil, muerto.
Desde sus manitas enlazadas con las mías,
le fuimos dando cuerda a este inmenso reloj que es la vida.

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Arturo Bocanegra

Las traigo locas,
bien putitas,
mojaditas,
solidarias,
activas,
andan tras mi gran acervo,
mi lengua cariñosa,
verbo en acción
furtiva andante…
Me marcan,
mandan mensajes,
dejan inbox…
Me coquetean,
me miran,
se me acercan,
se despiden cariñosas,
repegan toda su figura contra mi ser…
Me atienden,
me sirven,
las cojo a todas,
las abrazo,
las apapacho,
las acaricio,
las excito,
me las como a mordidas,
con desesperación,
con anhelo,
las introduzco en mí,
las disfruto …

No sé qué haría sin ellas,
estaría tal vez perdido en un almacén,
descansando como papel viejo, flácido,
sin aventuras,
sin amantes,
sin placer: “Las Palabras”


A VOS:
Márku Karány

Le comparto, con mucha insistencia las fases y facetas de mi Vida...
Hay un espacio y lugar para alguien como usted; al lado, enfrente, encima, abajo y a la izquierda de esta Andanza...
¡La locura está servida!
Si mira la puerta cerrada, opte por saltar por la ventana: El agua está hirviente en la Cocina; Traiga sus ojos; Falta ese Café aromático que es su esencia.
¡Mi Alma la llama!
A  Vos:
Le comparto los fragmentos y pizcas de mil y una nada...
Traiga ese café de usted...
Esta noche tomaremos Chocolate y le Tomaré...
Y usted posiblemente ya no tenga que marcharse.
Probablemente decida quedarse.
¡Me enamoré!
Hace frío.
Su nariz se pone roja, sus labios se agrietan...
Siento como su latir se agita y sus
cachetitos se sonrojan.
La hoguera está ardiendo.
¡No puede ser correcto que no despertemos de lado a lado!
¡Amanda..!
Mire que linda noche.
¿Recuerda nuestras madrugadas?
Entra por la ventana, cual si fueses tú el Rayito de Sol de alguna Pirekua...
Mis brazos anhelan ser tu madriguera.
Vos, por favor:
No tardes. Llega y quizá;
Ya no te vayas.

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FORASTERO
Erik Moya

Mi padre es forastero. Pilotea la nave de los padres forasteros. Deja de existir por semanas, meses, años. Resucita cuando la soledad se ha comido parte de sus testículos. Para ensamblar las partes que le faltan levanta el teléfono y llama a nosotros sus dos hijos. Los dos hijos encajan: mi hermano en el testículo derecho y yo en el izquierdo y vuelve a su nave de padre forastero. Nos aniquila y nos expulsa en baños públicos, en la tela de sus calzones o en la pared vaginal de no sé qué pinche prostituta. Por eso mi madre le regaló las llaves de su nave y le dijo que se llevara lejos a su espíritu forastero. A ella la he colocado en un pedestal, le limpié la sangre de aquellas semanas, de aquellos meses, de aquellos años.
Mientras se fabrican hijos no se piensa en cuántas veces morirán por culpa de ellos.




JANIS JOPLIN Y LOS JOTKEIS
Luis López

Deambulaba yo por la calle como siempre, ya sabes, con un sentimiento de náusea en las tripas. Sales a la calle ¿y qué ves, qué encuentras? La vecina avienta cubetadas de agua en la banqueta, una anciana pasea sus infinitamente odiosos perros falderos, los ha vestido con suéter y faldita rosada, la camioneta retacada de policías hijueputas, el ciego que grita de hambre y avanza abriéndose paso a bastonazos. No deja de ser asombrosa la adaptación humana al horror.
Vibra el teléfono celular, es Marco, dice que le caiga a su casa, que lleve unas chelas, que la Caro está deprimida. Encamino rumbo a la comer, compro un six y un charanda. Marco vive en un depa allá por ciudad universitaria, puedo llegar caminando en media hora, cosa de enfilar por la avenida, atravesar el puente sobre el río de aguas negras, que no son negras, son de un color café marrón espumoso, y flotan bolsas de basura, ropas desgarradas, animales muertos. Luego hay que girar a la izquierda por la taquería grafitiada, esquivar los esqueletos de carro que los mecánicos intentan resucitar. El horizonte es un telón pintado por siluetas de postes y edificios grises.
Estamos comiendo galletas de mota, ya acabamos con las chelas. Carolina y Marco observan el paisaje que se mete por las ventanas, una atmósfera amarilla naranja nos envuelve. Color urinario. Planetas en formación bullen en el caldo espeso de la tarde.
El plan era cocinar jotkeis pero la masa, abundante en sustancia canabinoide se ponía tiesa en el horno de microondas. Tal vez le faltó levadura o qué se yo, pero resultaron galletas verdes. Marco Antonio vigilaba la ventanita luminosa que guardaba en su interior la sana alimentación, girando y girando sin sentido. Comí una, dos, cuatro sin sentir nada chido, comí cinco o seis más.
La música de Janis Joplin rebota contra las paredes. La bruja cósmica alarga la frase, alarga el aullido. Se queja de soledad, su famosa soledad. La voz viene de lejos, muy lejos, como salida de un pozo de muerte, nadie responde su plegaria, tiene el cuerpo sólidamente atado con alambre de púas y sus manos sangran. Pide que le arranques otro pedazo de corazón, si eso te hace feliz beibi. Empiezo a sentir miedo. La Janis chilla como un gato apuñalado en el vientre, y los gritos son blues cósmico, son agujas en la carne, clavos, bayonetas erizas.
Resbalo de mi silla y caigo atravesado por los dardos venenosos de la Janis. Las explosiones de música se incrustan en la carne como vidrios rotos. Me pongo a reflexionar sobre la antigua mitología del corazón en pedazos. Intento levantarme del subsuelo pero resbalo una y otra vez.
Carolina cuenta la historia de su gato. El bicho apareció un día en su casa, como salido de ninguna parte. Lo bautizó con el nombre de Janis por su aspecto escuálido y quejumbroso. Janis el gato bisexual. Lo mataron los vecinos, lo envenenaron. El cadáver fue encontrado en un lote baldío, ya roído por los gusanos. Nos reímos mucho con esa anécdota.
Luego hablamos de suicidios ejemplares, recordamos a los miembros del club de los veintisiete, al ahorcado, al que saltó frente al tren subterráneo, al que se metió un cañón de escopeta por el hocico, intercambiamos recetas de anfetaminas con alcohol, hay que abrir la llave del gas. El amor mutila el cuerpo con finas mentiras.
Carolina habla de extraterrestres, tal vez ella es extraterrestre, come galletas verdes, ¿o es carne roja de un plato? Marco está a punto de caer, pero se aferra con ambas manos a la orilla del irrisorio abismo, hace años que olvidamos una galleta que gira y gira como un planetoide adentro de la caja luminosa. Empieza a echar humo y todos comprendemos la metáfora.

La Janis chilla, y cada estridencia, cada llanto de niña triste se convierte en filo cortante. Sé que eres infeliz, niña muerta, niña azul.  Y la guitarra clava sus clavos, lluvia de llanto,  y los metales ladran contra la rabia de la batería, y los dientes del piano muerden la noche, y las estrellas lanzan su lamento afilado, filamento…


domingo, 13 de marzo de 2016

HONDURAS Y LIVIANDADES


HONDURAS Y LIVIANDADES
-Mujeres de Palabras-

“Yo soy cóncava y convexa; dos medios mundos a un tiempo: el turbio que muestro afuera, y el mío que llevo dentro. Son mis dos curvas-mitades tan auténticas en mí, que a honduras y liviandades toda mi esencia les di”. Con estos versos la inmortal poeta mexicana, Pita Amor, precursora de la liberación sexual femenina, definía en los años cincuenta la perfecta contradicción que algunas mujeres muestran en su carácter. Pero es que son tan misteriosas, incomprendidas y lamentablemente desconocidas, que los hombres apenas alcanzamos a aceptarlas –en el mejor de los casos- o amarlas, si es que así se puede llamar a la domesticación del hombre/mono. En nuestro taller literario tenemos el enorme gusto de contar con varias compañeras cuyas voces son divergentes en apariencia, casuales en su lirismo y completas en su inacabada versión de ellas mismas. Estos son sus textos. Vale.
Julio Edgar Méndez


CENIZAS
Paola Juárez

Te dejo mi silencio,
la humedad amarga de mis lágrimas,
el dolor que callé y grité,
una, dos, tres, infinitamente.
Te dejo las horas más tristes de mi vida,
el hastío de mis tardes solitarias
que nunca comprendiste por falta de interés.
Te dejo mis mañanas somnolientas,
un recuerdo en mi taza de café
y cenizas de cigarro olvidadas con las cuales pretendí llenar el pozo sin fondo que a tu lado fue mi corazón.
Te dejo lo más oscuro de mi vida,
mi luz fue menguando junto a ti.
Te dejo las raíces más secas de mi alma,
lo más putrefacto de mí; lo mejor lo llevo conmigo.
Sin ti volaré en libertad.

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MUJER SIN ZAPATOS
Rosaura Tamayo

Mujer que no usas zapatos y los traes colgados del cuello, tus pies descalzos y empolvados se levantan con el alba y se duermen tardía la noche. Tus dedos ya no los sientes. ¿Cómo no vas a usar zapatos? la verdad no los usas, estás acostumbrada a pisar sobre los zapatos del hombre. Él camina, tú como sombra detrás de él. Te rezagas como muchas otras, pensamiento efímero de sexo débil. Deberías por un momento mirar al cielo, no a la tierra, al pavimento o las piedras. Quítate esos zapatos pesados sobre tus hombros -piensas que sólo eso mereces- y ponerte unos a tu medida; voltea y ve que también dejas huellas al caminar. Dejas marcas en la arena y en el corazón de madre, huellas de ternura en voz y actos, pies pequeños y tu inteligencia grandiosa, peso menor pero magna tu fuerza femenina. Superas todo y todas aquellas adversidades de la vida. Fueron muchos años de ser una mujer sin calzado, sin voz ni voto, tus pies ya tienen grietas y sangran. Se  podrán curar, midiéndote no de la tierra al pelo sino de tu corona al infinito, como ese mismo amor de madre y mujer. Aprender que cada una tiene sus propios zapatos mandándolos hacer a la medida de la inteligencia y del amor que te tienes. Y jamás volverte a sentir descalza en tu camino por la vida. 

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ENSAMBLE DE AMOR
Laura Margarita Medina

Ésta es la última tonada de mi vientre.
 Surge de la bruma del pasado.
Tú, como se acaricia a un niño,
recorrías mis hemisferios
mientras mí desbocado corazón
se anclaba a tus deseos.
Te amaba y me dejaba llevar
por la corriente de tu río.
En un beso
entregamos  todo nuestro ser.
La estrechez de mi cintura
enloquecía tus antojos,
mientras tus manos juguetonas
tocaban ansiosas los volcanes de mis senos
con los que te endulzabas cada noche.
Tus dedos adormecían mi cuerpo
 y tu respiración era nota de magia en mis oídos.
 Pude sentirme como un ave
cuando acurrucaba el alma entre tus brazos
y así dejarte deslizar en mi cálido tesoro.
Ése, que se prende hoy por un instante
para grabarte sólo en letras de recuerdo.


ENUNCIADOS DE NATURALIA
Diana Alejandra Aboytes

Sol que camina.
Ave que ríe.
Tierra que escucha.
Agua que canta.
Montaña que sostiene.
Fuego que acaricia.
Lluvia que llora.
Sangre que germina.
Fruto que muerde
Luna que arrulla.
Raíces que gritan.
Sombra que sueña…
Mujer.

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AQUEL POETA
Zhely Alceda

—Qué bueno que llegas, te esperaba. ¡No!, por favor no digas nada, sólo escúchame; sé que vienes del trabajo y estás cansada, intentaré ser breve. Te dejé un poco de carne sobre tu plato y te hice un café como tanto te gusta -dos de café, una de azúcar, agua tibia hasta la mitad-. ¿No quieres cenar? Seguro vienes de estar con él…
 ¡Espera!, no quiero reprocharte ya nada; es solo que…
 Dime, ¿cómo te fue en el día?… Entiendo, no quieres hablar. Lo haré yo.
 Es solo que te he estado observando, ya no me miras más, casi no reconozco tu aroma y no dejas ya silueta entre las sábanas; se quedan los platos sin tocar y el café sin tomar; ni el gato busca tu caricia mientras sobre el sillón te pierdes en alguna lectura; tu ropa parece llena de polvo y tus zapatos acabados. A veces, mientras duermes, toco tu cuello intentando sentir esos latidos de un corazón que no distingo.
 Por favor, no bajes la mirada, no tienes nada por lo cual debas sentir vergüenza. Te he descubierto suspirando a la luna por él, viendo su rostro en las estrellas, besando el sol; aquél sol que también besa él.
 Lamento mucho haberte tenido aquí, atada, todo este tiempo. Yo solo quería hacerte feliz; fracasé.
 Creo que ya es tiempo de que vayas con quien ilumina tu sonrisa y alimenta tus alegrías… ¿Qué haces? ¡No, para! ¡No necesitas fingir! No comas esa carne fría ni tomes ese café viejo, no mires hacia atrás ni preguntes qué será de de mí; voy a estar bien. Deja la ropa en el suelo y los trastes en cualquier rincón, no te molestes en abrir las cortinas ni pienses más en el gato que alguna vez te regalé. Anda, seguro está esperando en esa cama, donde tus sueños duermen hace tiempo. Espera, solo un favor más… Alcánzame aquella copa y tráeme la botella, la de siempre…

Ella lo vio y se desvaneció, así como se desvanece un recuerdo, así como se desvanecen las memorias; así se fue ella. Así le dijo adiós aquel poeta a su amada cuando entendió que no podía hacerla feliz, ni siquiera esa versión de ella, la que cobraba vida desde su imaginación.

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NOMOFOBIA 
Patricia Ruiz Hernández

Una fuerte lluvia me sorprendió en el centro de la ciudad.  De inmediato las calles se anegaron, provocando largas filas de autos que avanzaban con lentitud. Numerosas personas, sin la previsión de portar paraguas, se resguardaban del aguacero donde podían; otras, caminaban resignadas a empaparse. Por mi parte, abandoné la banca del parque, donde esperaba a mi amiga Estela, la siempre impuntual Estela, quien, con seguridad, llegaría muy tarde con alguna creativa y fantástica excusa. Me apresuré a mandarle un whatsapp. Al cruzar la calle, sentí un golpe en el cuerpo, al voltear vi un automóvil. Por la nula visibilidad no distinguí al conductor, sólo escuché la bocina estridente que me atacó con agresividad y respondí en el mismo sentido, gritando palabras ofensivas que saqué de mi abundante repertorio. Con el susto encima, me puse a salvo en la banqueta. Bajo una cornisa metí mi cuerpo tembloroso. Noté que la breve pestaña sería insuficiente para protegerme de la copiosa lluvia. Decidí llamar a Estela para saber si venía en camino. Fue cuando recibí la más desagradable sorpresa: ¡Mi celular se había quedado sin batería! Grité: “¡Maldito aparato!, ¿por qué me haces esto?” No me importó exhibirme como iracunda y estúpida al hablarle a un objeto. Con frecuencia, cuando algún artefacto fallaba, acostumbraba decir en voz alta: “¡Maldita sea, no me falles! Hoy no, por favor, ¡anda!” Si se observa bien, esta conducta no es tan inusual, pues, de acuerdo a las estadísticas, a las que soy aficionada, el noventa por ciento de las personas le hablan a su computadora, a su celular o a su automóvil en situaciones similares. Me reproché por no haber comprado una batería portátil. Tenía que implementar un plan de emergencia, así que caminé a buscar una cafetería. Por suerte había una a pocos metros. Entré a ella con el único propósito de encontrar un enchufe para conectarlo. Con urgencia, elegí una mesa ubicada cerca de una conexión. “¡Me trae un café americano!”, le grité  a la atareada mesera que hacía malabares para atender a los clientes. Cada pocos segundos, consultaba la carga, pero no prosperaba. Me vi atrapada en una madeja caótica de pensamientos. “¡Qué mala suerte! ¿Cuántas cosas estarán pasando en estos momentos?” Ya tenía hambre de novedades.  Estela acostumbraba informarme de un joven que me gustaba y era su vecino; ella lo espiaba por la ventana y me ponía al tanto de lo que hacía. Además, estaba la fiesta del sábado; todo el mundo hablaba de ella, cada minuto había comentarios de mis amigos. Pensé que cuando recuperara la conexión tendría que ponerme al día. Y eso no sería nada fácil. Seguro llegaría despistada a la conversación y me dirían con burla: “Bienvenida al tema”. Era imperioso comprobar si Estela me había enviado algún mensaje para explicar su retraso. Mi congoja y ansiedad crecían hasta el infinito. La paciencia no era una de mis virtudes. En aquellos momentos, se podría decir que era habitante de una isla desierta o viajera en un universo distante. Luego, recordé la despedida de soltera de Mirna. Me moría de ganas por ver las fotos que la autoproclamada fotógrafa del grupo prometió compartir y no lo había hecho.  ¡Qué angustiosa espera! Yo y mi maldita impaciencia se ahogaban en un mar turbulento. Finalmente, fui consciente de que caminaba en círculos con esos pensamientos repetitivos. Mis emociones mutaron de la desesperación a la calma. Repasé la explosión de enojo que había tenido, cuando por un impulso irracional habría tirado el aparatejo a la basura. Mis amigos decían que tenía tendencia al melodrama. Recordé un video donde aparecía una mujer que enloqueció en el tren metropolitano cuando su celular se quedó sin batería. Ella lo golpeaba contra el asiento y gritaba sin importar que la observaran.  ¿Así de loca me veía? ¡Qué falta de lógica y sentido común! Estela, como buena amiga, era conocedora de mis debilidades, me dijo un día: “Padeces nomofobia”, “¿eso qué es?” pregunté, “es el miedo a estar sin el teléfono”, contestó. Nunca lo había enfocado de esa manera; ciertamente, era incapaz de observar con objetividad la situación cuando yo misma era parte de lo observado. En la cafetería transcurría el tiempo y el teléfono seguía muerto. El aullido de la sirena de una ambulancia llamó mi atención.  Miré por la ventanilla. Visualicé a un pequeño grupo de personas, quienes con morbo echaban un vistazo a lo que parecía un accidente. La lluvia había menguado y permitía la visibilidad de la antes nublada calle.  Salí para ser parte del grupo de fisgones. Una mujer estaba tirada en la calle. Me acerqué y con enorme tristeza vi que, ¡era yo! Estaba descalza. Di un rápido vistazo a la escena. Mis zapatos negros de tacón estaban tirados cerca de la alcantarilla. Mi cuerpo ya era como una estatua encantada que mantenía cerrado el puño con el invaluable teléfono aprisionado. Absurdamente, sólo atiné a preguntarme por qué aún nadie me cubría con una sábana. 


BONSAI
Rayo Rincón

Retuerce la sangre, las venas,
tala inconsciente y “estética”
figurita del “debería ” con ramitas del “es que, así es”.
—Córtale más.
                                                                      (“Pecaditos”)
—Que sea perfecto, el mejor, tendrá buen precio, irá al cielo.
Salta, rueda, hazte el muerto, si, así ¡el muerto!
¡No puedes!
                      Calla, shh, al cabo ni le duele, no lo nota, por eso esto se hace desde pequeño.
¡Mírate! Te ves tan bonito.

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INFINITO
Rayo Rincón

Miró el carbón de sus ojos
en ella brota un manantial volátil
mujer de rutas peregrinas.
¿Qué parte en su boca incita a sonreír?
su casa de flores
 o su casa de galaxias  invisibles.
                           ¿Qué de ella ,danzara en las manos

de un artista?


*Imágen: Pita Amor, por Diego Rivera.

Contacto con Taller Literario Diezmo de Palabras: www.julioedgarmendez.com

domingo, 6 de marzo de 2016

MÁS PECADO SERÍA QUEDARNOS CON LAS GANAS


MÁS PECADO SERÍA QUEDARNOS CON LAS GANAS
-La divertida narrativa de Luis Eduardo Vázquez-

Integrante del Diezmo de Palabras desde algunos años y poseedor de un enorme sentido del humor y de la ocasión, Lalo Vázquez ha sido vendedor de autopartes, conductor de programas de televisión, modelo, cantante y cantautor, actor de teatro y cortometrajes. Tiene una manera muy directa y sencilla para narrar situaciones cotidianas desde su particular punto de vista. No hay eufemismos ni  metáforas, su narrativa es lineal y con los adjetivos justos. En eso radica su efectividad. Los cuentos aquí presentados son parte de sus recuerdos y vivencias, pero también pueden ser anécdotas de cualquiera. Al menos de cualquiera que se haya atrevido a vivirlas.  Lalo nos dice con mucho acierto, “más pecado sería quedarnos con las ganas”. Vale.
Julio Edgar Méndez


TÍTERE
Lalo Vázquez G.

Como todos los días al caer la tarde, muchos de los chiquillos de la cuadra se juntaban a jugar fútbol. Eran alrededor de veinte escuincles correteando una pelota. Todos los vecinos eran muy amigables y la cuadra era muy segura por lo que los papás de los niños no tenían ninguna desconfianza de que les fuera a pasar algo.
Un día, mientras todos los chamacos jugaban, llegó a su casa una vecina que trabajaba de enfermera y al estar parada frente a su puerta, metió la mano a su bolsa para buscar sus llaves y se dio cuenta de que no las traía. Su mamá y su hijo, quienes vivían con ella, no estaban en el domicilio. Ellos normalmente regresaban a las diez de la noche, por lo que decidió pedirle a un chamaco vecino,  llamado Lalo, de los que jugaban futbol, “pues su casa estaba pegada a la de ella” que si no le hacía favor de meterse a la casa por la azotea, que se descolgara por la barda, que no pasaba nada, que ella tenía muchas macetas y que podrían amortiguar el golpe, que no importaba que se rompieran varias.
El chiquillo, de más o menos doce años, obediente, ni tardo ni perezoso se metió a su propia casa y se subió a la azotea. Caminó por una barda de unos seis metros de largo y llegó a la azotea de la casa de la enfermera, quien tendría unos 30 o 35 años de edad, llamada María Elena, que lo esperaba en la puerta de su casa.
Desde la azotea se asomó a la casa pero la oscuridad de la noche no le permitía distinguir nada, por lo que optó por descolgarse. Pero de lo que nunca se acordó la enfermera fue de que en el lugar donde se iba a descolgar se encontraban los tendederos de alambre y cuando el niño se soltó, los alambres lo hicieron quedar como títere: los brazos, las manos, la entrepierna, cuello y cabeza se le enredaron para hacerlo caer en las macetas que tenían helechos, los que sí muy atinadamente amortiguaron la caída. Eran tres macetones grandes de esos que tienen adornos de espejos. Al estar en el suelo y espantado por no ver nada, volteó hacia donde quedaba la puerta y solo se veía un hilito de luz por debajo y,  por el otro lado de la puerta, la enfermera gritando desde afuera:
—Lalo, Lalo, ¿estás bien? Abre, abre rápido.
Atontado por los golpes caminó entre la tierra, las plantas y pedazos de maceta rotos, alcanzó la puerta y pudo abrir. Inmediatamente entró la enfermera y prendió la luz y le dijo:  —¿Cómo estás, pues qué te paso?
El chico le dijo que se había atorado con los tendederos y ella dijo:   —Si, cómo es posible que nunca me acordé de los tendederos, pero ven conmigo.
Lo tomó del brazo y lo llevó a su recámara, un cuarto pequeño con una cama matrimonial y una colcha color rojo sangre. 
—¿Te duele mucho?, -preguntó la enfermera-, ¡a ver, quítate la ropa, voy a revisarte! A lo que el muchacho accedió, pero con un miedo en el corazón por temor a que le fuera a poner una inyección. Se quitó su camisita y se bajó los pantalones y ella le dijo: —Quítate todo por favor y recuéstate en la cama, en lo que tú te desvistes me voy a cambiar el uniforme.
El chiquillo se quitó sus zapatos con mucha pena ya que le apestaban sus patitas,  y se quitó los calzones y con más pena al descubrir que traían la famosa marca tan conocida, los hizo bolita y los metió debajo de la cama. Se recostó y se quedó derechito observándose los golpes que tenía en todas partes del cuerpo producidas por los alambres, en eso entró la enfermera vestida con un camisón  blanco, completamente transparente, un liguero y medias blancas de seda y sin ropa interior. Al pobre escuincle hasta los ojos se le torcieron, le empezó a latir el corazón a mil por segundo. Ella se sentó al borde de la cama, sus caderas rozaron la cintura del chico, comenzó a revisarlo y al poner sus manos sobre su cuerpo inmediatamente surgió una erección. De inmediato se dio cuenta María Elena. Sobándole el pene le dijo: —Estás muy lastimado, pero ahorita te voy a curar -se le acercó y le dijo- déjame checarte la cabeza. Lo tomó de la cabeza y le pegó los pezones a la boca, el chico no sabía qué hacer, era la primera vez que tenía unos pezones tan cerquita, estaba completamente paralizado, la enfermera continuó:  —A ver, vamos a ver. Le manoseó el pene para luego hacerle sexo oral, después abrió sus piernas se le subió encima y así pasó un rato hasta que la enfermera se acalambró y terminando le dijo: —Bueno, vístete, yo creo que para que te compongas bien te voy a tener que seguir curando. Mañana cuando me veas llegar te vienes a la casa para curarte.
El muchacho salió de la casa de María Elena con la sensación de miedo y con muchas ganas de orinar. No entendía cómo era esa curación, pero pensaba que si era de esa manera, la enfermera sabría muy bien el por qué.
Así siguió yendo a la curación durante los dos meses siguientes. Meses en que la enfermera lo hacía como títere. No lo dejaba juntarse con niñas y cuando ella le gritaba su nombre, él tenía que acudir inmediatamente, hasta que por fin un día la mujer y su familia se mudaron del barrio y nunca más se supo nada de María Elena. De igual manera el chamaco nunca le platicó nada a nadie de aquellas extrañas curaciones.


PRIMERA CITA
Lalo Vázquez G.

Antes de salir de casa se arregló y perfumó el pelo y la camisa. Luego se desabrochó el pantalón y se aventó un chisguete de perfume en las partes pudendas; salió corriendo pues era la primera vez que salía con esa hermosa mujer que, aunque estaba muy guapa, él sabía muy bien que tenía un carácter muy especial, más bien tirándole a malhumorada o mejor dicho, media mula. Pero como la chica aceptó pasar todo el día juntos, él no podía llegar tarde, así que a las nueve en punto ya estaba en la puerta de la casa de su conquista. Sonó el claxon del auto y la chica sacó la mano por la ventana haciendo una seña de “espérame tantito”. Espera que se prolongó casi una hora, pero cuando salió la dama, él pensó que sí valió la pena el tiempo perdido. Apareció con una minifalda azul marino y una blusa blanca escotada, que la hacía lucir muy sexi. Saludó y se dirigieron a desayunar a Sanborns. Ella pidió unos huevitos “a la albañil” con su jugo y cafecito con pan y él, para no dejarla morir sola, pidió lo mismo. Al terminar salieron de ahí rumbo a la Alameda a caminar. A ella se le antojó un elote y más adelante una nieve de chocolate. Se acercaron a ver la exposición de pinturas y después a los columpios. Cuando menos acordaron ya era la hora de la comida. Él le comentó que  sabía de un lugar donde preparan unos mariscos deliciosos y se dirigieron al lugar mencionado, y sí, la comida se veía apetitosa. Ella pidió unas tostadas de ceviche y un “vuelve  a la vida”, él solo un coctel de camarón y una cerveza para calentar motores y, entre bocado y bocado, tuvieron una amena plática y ahí se dio cuenta de que tenía posibilidades de llegar más lejos con su nueva conquista. Salieron del restaurante y llegaron al centro para ver algunos grupos de danza que bailaban  al aire libre. Después dieron una vuelta por los portales, él le compró un globo, le tomó la mano y ella lo aceptó. Como casi caía la noche el frío se hizo presente, se subieron al auto, avanzaron varias cuadras, de pronto se pararon sobre el Bulevar para saborear un rico beso. Ella, para enfriar la situación, le comentó de unas pacharelas que vendían por ahí cerca y que sería buena idea ir a cenar, él aceptó. Como el lugar apenas abría encontraron variedad de guisados. Ella pidió dos de tripas con frijoles y salsa, una de barbacoa con chile verde y una de queso con nopales y chile y su refresco de tapa rosca; él, solo dos de nopales. Al terminar de cenar, él ya con más confianza le pasó el brazo por el hombro. Subieron al auto y en un beso de amor él preguntó:  —¿Y ahora, qué hacemos?
Ella le contestó: —Llévame a donde quieras, pero que sea pronto.
Él rápidamente se detuvo afuera de una farmacia, se bajó y compró condones y le volvió a preguntar: —¿A dónde sea? Y la chica contestó: —Sí, pero rápido.
Se metió al primer motel que encontró, al llegar al cuarto la chica se metió rápido al baño. Mientras tanto él se quitó la ropa y se acostó en pose sexi a esperar que saliera su chica. La muchacha salió del baño y al verlo, le gritó: —¡Llévame a mi casa inmediatamente¡  Al ver la cara que puso y sin preguntar nada, se volvió a vestir. Se subieron al  auto y se fueron de ahí. Ninguno de los dos habló durante el regreso a casa. Al llegar a su casa la chica se bajó del auto dando un fuerte portazo y sin despedirse, se fue. Jamás le volvió a dirigir la palabra.


EL PADRE
Lalo Vázquez G.


—¡Lo hubiera hecho madre!, ¡lo hubiera hecho de todos modos!, si no hubiera sido con usted, seria con otra persona. Pero no se culpe usted, madre, hasta cierto punto soy yo el culpable por insistirle tanto. El cuerpo es débil, a veces uno no puede contenerse. La humanidad piensa que si uno es sacerdote no tiene derecho a hacerlo y hacerlo hasta llenarse es peor todavía. Realmente no podríamos llamarlo pecado porque no lo cometemos regularmente, usted y yo sabemos bien que es solamente de repente. Pienso que no es tan malo disfrutar de este bello placer de la vida, además no sería tan grave nuestra condena, en el remoto caso de ser condenados. ¡Madre!, tres no es pecado, es simplemente un número de buena suerte, recuerde usted que no somos los únicos que lo hacemos dentro de este convento, hoy me tocó a mí convencerla, pero en unos días seguramente será usted la que quiera convencerme, por eso es mejor relajarse y disfrutar el momento y así los dos quedaremos muy satisfechos, usted seguirá siendo la misma monja y yo el mismo padre. Más pecado seria quedarnos con las ganas y desaprovechar esta oportunidad que nos brinda Dios. Ande, madre, sin remordimiento, cómase su hamburguesa.

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