domingo, 20 de enero de 2013

YO YA HE VISTO OTROS VIENTOS...


Sol del Bajío, Celaya, Gto. 20 de enero de 2013
DIEZMO DE PALABRAS
YO YA HE VISTO OTROS VIENTOS...

“Sólo hay una cosa en el mundo peor que hablen de uno, y es que nadie hable de ti”.
Oscar Wilde

         “Yo ya he visto otros vientos y afrontado otras tempestades”, dijo Marco Tulio Cicerón hace más de dos mil años. Desde entonces a la fecha, los vientos no cesan y las tempestades no faltan. Se dice que las personas pequeñas sienten tristeza o pesar del bien ajeno. Dejan de vivir por estar pendientes de la vida de quien consideran su adversario, se sienten agobiados por los triunfos de aquél o de aquella. En la literatura, como en los pasillos de los centros culturales, las letras forman palabras, no siempre visibles, a veces tangenciales y cargadas de tinta negra y amarga. Se urden estrategias, se enhebran aspiraciones, se cuelan como ratas sus pequeños planes. Se descubren...
En el taller literario de los martes, a donde continuamos invitando a todas aquellas personas interesadas en la lectura dirigida y en la escritura desmenuzada, tenemos la fortuna de contar con la experiencia de un escritor reconocido internacionalmente; premiado muchas veces, leído por miles, con obra traducida a otros idiomas y que incluso se estudia a nivel de doctorado en letras hispánicas en algunas universidades. Herminio Martínez, Cronista de la ciudad de Celaya, nos honra con su ejemplo. A pesar de su condición de salud, que mejora efectivamente cada día, nos alienta, nos estimula, corrige y aconseja sin esperar algo a cambio más que la satisfacción de ver a tantos aspirantes a escritores alcanzar pequeños o grandes logros, según las propias perspectivas. Pueden soplar vientos o tramas ceñidos de culebras, ya han sido vistos, ya han sido vencidos.
Julio Edgar Méndez


LAS PALABRAS
Octavio Paz

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
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LOS HERALDOS NEGROS
Por César Vallejo

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

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A TI, REVOLUCIÓN
Por Herminio Martinez

1
¿Quién lee el periódico a estas horas
en que todos sabemos que amaneció nublado
y no hay otra noticia que el sollozo
de los que ven perdida la hipoteca?
¿A quién consolarán tantas reuniones?

Lo que nos interesaría ya se sabe:
Un ministro conmina a las naciones,
un empresario pone cara de ángel,
un boxeador golpea con su retiro,
un cardenal opina sobre el sexo,
una pintora cree que ha reencarnado,
anuncian con gran ruido las memorias
de un poderoso ex funcionario público,
le habla el zodiaco a su feligresía,
la sociedad se yergue en cada página
donde algunos preguntan con la frente
si Dios será un cigarro o un vehículo.

Está el planeta con su luz de neones
y todo lo demás que conocemos:
que los intelectuales se acometen,
que el dinero crea hombres de la nada,
que es más feliz el salteador corriente,
que hay un país donde la muerte ha puesto
su trono entre la gente con más hambre,
que la contaminación se ha incrementado
y que pronto veremos cómo caen
pájaros, hombres y ángeles a tierra.
El banco ya subió sus intereses.
Y un policía muy poco te consuela
cuando vas a sudar al urinario.

¿Qué importa si el tamaño de la dicha
acrecentó el volumen de los jueces
y a los demás les hizo el mundo de ámbar?
Hay que pagar, sangrando, la hipoteca
para que pronto pasen los veinte años.

El hombre es pobre. Es cierto.
El funcionario, erecto en su grandeza,
se asoma a contemplar el universo,
mientras acá nos llegan los ronquidos:
esas voces opacas de los poros,
la suma que encadena reflexiones
-como reses a un palo- a la desgracia.
Papeles a caballo y por micrófono
cuando el esplendor busca sufragios.
Papeles que dan frío más que esperanzas.
Papeles con los lunes llenos de hoyos.

Uno podría dar sombra y caracoles,
pero llega en misión el freno negro
y pone a tu silueta de rodillas:
papel para pagar los intereses,
papel para pagar la indiferencia,
papel para pagar una hora de agua
y la multa atrasada del vehículo
o el impuesto que sólo come carne.

Papel para pagar el avalúo,
papel para cubrir la dura deuda
que dura más en cuanto más se paga.
Cúmulo de jamón y de gusanos
que rebasó las cuentas de tu lápiz.
¿A qué andar jubilosos, pues, entonces,
con todos los periódicos que avisan
que el Presidente regresó de un viaje?

2
Hay algo en el azul de esta mañana.
Algo que no se ve pero se siente
agazapado en cada transeúnte.
Delante de las frondas del descanso,
en el trono esplendente del prestigio,
detrás de la presencia imponderable
que es el poder sentado junto a un águila.
Un algo que nos mira y nos acecha
desde ciertos señores que están rotos
del hígado y por eso amargan tanto.
Hombres de cascabel y de corbata
con brillos en la punta de sus pómulos.
Un algo que es enorme por lo grueso
y feroz por la forma de su imagen.
¿Qué será? Me preguntan azorados
los que al igual que yo lo desconocen.
¿Acaso el mal carácter que anda en muchos?
¿La espuma neurasténica de tantos?
¿Será la envidia con su piel rugosa?
¿La hipocresía creyéndose importante?
No se puede saber si es una especie
letal por la manera de su aliento,
que se come a la vida de un mordisco.
Uno se cansa de buscarle el rabo
y él se endereza más en sus cubiles
donde oficia el ritual de su progenie.
Hay algo en el azul que nos ahuyenta
con el hollín que emerge de su entorno
y la sangre quemada de sus párpados.
Un destino con ojos y mandíbulas,
una verdad con uñas en la imagen,
una lengua salida del estiércol
a hablar de los demás con muchos dientes
y canas en la sien, desde el periódico.
Es algo con facciones de político
y protervo perfil de catedrático,
inconfundible por su ser de rata,
metido en el tamaño del encono.

3   
¿Desde cuándo el dolor ara en tu pecho
con pardas yuntas de gobernadores?

¿Desde cuándo los hijos se te enarcan
sobre la ardiente flor de la diarrea?

¿Cómo plancharle el entrecejo al viudo
y al huérfano zurcirle el entusiasmo?

¿Cómo quitarle una puntada al triste
y enderezarle el muelle al paralítico?

¿Cómo besarle el sabañón al sucio
y bajarle algún nardo de la luna?

¿Cómo sacar del túnel al minero
y lavarle lo verde hasta encontrarlo?

¿Cómo darle un pulmón al que se asfixia
en cualquier avatar de la carencia?

Se sufre cuando anuncian los ministros
que ya vas en el tren del alfabeto.

Se sufre cuando baja el Presidente
a rascarse la patria con discursos.

Déjalos deletrear tu calavera
cuando hablen de sí mismos en su altura.

Cuando a los diputados se les prenda
el foco de tu nombre en la tribuna
y el alcalde, sentado en sus razones,
diga que ya te hicieron una clínica,
ponles una criatura ante los ojos,
de ésas que no ha probado aún la historia,
y que lo juren, entonando el himno,
por las tierras a cuadros de sus feudos.

lunes, 14 de enero de 2013

VENTANAS ABIERTAS A OTROS MUNDOS


Sol del Bajío, Celaya, Gto. 13 de enero de 2013
DIEZMO DE PALABRAS

VENTANAS ABIERTAS A OTROS MUNDOS

“El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento;
antorcha del pensamiento y manantial del amor”.
Ruben Darío

Una persona acostumbrada a la lectura, puede leer un promedio de 50 páginas, durante una hora, de un libro que le resulte muy interesante, aunque  hay quienes son capaces de leer hasta 100 páginas o más. Si usted no tiene la costumbre y le interesa comenzar a desarrollar este buen hábito, ya sea de forma personal o en sus hijos, puede comenzar con media hora diaria de lectura; pongamos que con un promedio de 20 páginas mínimo. Si comienza con libros de cuentos –infantiles o de adultos-, podría usted leer al menos dos o tres cuentos diarios. Si se trata de una novela, lo que es muy recomendable para engancharse a la lectura y continuarla, entonces podría leer un libro de 200 páginas en aproximadamente 10 días, dedicando solamente media hora diaria. ¿Qué se puede hacer para fomentar y desarrollar este hábito de la lectura? Busque libros que le atraigan por el tema. Pida que le recomienden algunos títulos sus amistades, sobre todo aquellos a quienes usted conoce como lectores habituales. Pero si aún le parece una meta difícil el leer un libro de 200 páginas en 10 días, puede intentar leer un libro al mes. Si empieza ya mismo en enero, para fin de año habrá usted leído 12 libros, lo cual, le aseguro, habrá valido la pena. La Encuesta Nacional de Lectura 2012 en México, arrojó un promedio anual de 2.94 libros leídos por persona, pongamos 3 para no ser tan precisos. Si usted lee 12 libros este año 2013, superará ese promedio en un 400%. Pero principalmente, usted o sus hijos disfrutarán de historias interesantes y divertidas, de otras formas de ver la vida; aprenderán cosas nuevas y vivirán grandes aventuras a través de las ventanas abiertas que son los libros.
En el Diezmo de Palabras, nuestro maestro Herminio Martínez nos recomienda cada semana un libro. Esta ocasión, hemos preparado una lista de lecturas muy fáciles de conseguir y que recomendamos para este año. Por supuesto usted tiene la última palabra y las librerías y bibliotecas que hay en Celaya son muy completas, vaya a visitarlas y ojalá este año sea de buena lectura.

LIBROS PARA LOS PEQUES Y JUVENILES
Sería bueno empezar con los clásicos, como los cuentos de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm: Blancanieves, La Cenicienta, Hansel y Gretel y La Bella Durmiente. De Charles Perrault: La Caperucita Roja, El Gato con Botas. De Hans Christian Andersen: El Patito Feo, La Sirenita, El Soldadito de Plomo. De Oscar Wilde: El Príncipe Feliz, y para los adolescentes pueden comenzar con El Ruiseñor y la Rosa, El Cumpleaños de la Infanta y, sobre todo, El Fantasma de Canterville, donde el fantasma es la victima de los sustos.
Pero también hay autores modernos para niños y jovencitos: Manantial de Cuentos Infantiles, de Herminio Martínez, Tomo 1 y 2 son una colección de cuentos muy amenos para leerse a los peques o que ellos los lean fácilmente. Ruidos en la Panza, de Mónica B. Brozon, Alguien en la Ventana y Memorias de un Amigo Casi Verdadero, entre otros títulos, han colocado a esta autora como una de las mejores escritoras para niños a nivel mundial; o los libros de Francisco Hinojosa: La Peor Señora del Mundo o Una Semana en Lugano. De Vivian Mansour, La Mala del Cuento o el divertidísimo Familias Familiares. También hay cuentos de autores de Celaya y Guanajuato: Cuentos de Magia y Misterio e Imagicuentos, con geniales ilustraciones de artistas de nuestro estado.
Los adolescentes pueden interesarse por los libros de Harry Potter, de la autora inglesa J.K. Rowling. La trilogía de J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos. Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach es una buena opción. Los que ya tienen la costumbre de la lectura quizá se animen por algunos clásicos de piratas como Sandokan, de Emilio Salgari; Los Tres Mosqueteros, de Alejandro Dumas; los libros de Julio Verne son imprescindibles. Drácula, de Bram Stoker, un clásico de siempre. Los libros de Antonio Malpica son excelentes para una noche de espantos: Siete Esqueletos Decapitados y Nocturno Belfegor. Ya se puede iniciar con lecturas incluso como Demian, de Herman Hesse; las versiones largas de La Iliada y La Odisea. O el siempre infaltable libro de El Principito, de Saint-Exupéry. Pero hay muchos más títulos que usted puede descubrir o seguramente conoce y recomiende para jovencitos.

PARA LOS NO TAN JÓVENES
Para los adultos, hay libros insustituibles: Cien Años de Soledad, de García Márquez; Don Quijote de la Mancha, de Cervantes Saavedra; El Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde; Rayuela, de Julio Cortázar; El Alquimista, de Paulo Coehlo; Los Miserables, de Víctor Hugo; El Perfume, de Patrick Süskind; los cuentos de José Luis Borges; Metamorfósis, de Franz Kafka; La Divina Comedia, de Dante Alighieri; El Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz; La Jaula del Tordo, de Herminio Martínez; Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Aura, de Carlos Fuentes; Confabulario, de Juan José Arreola o los escritores de la generación del “crack” mexicano: Jorge Volpi y su libro en Busca de Klingsor o Ignacio Padilla, con El daño no es de ayer. Una vez más, usted tiene la última palabra, o en este caso, lectura.

El día de hoy les dejamos con un cuento sobre sirenas y pescadores. Forma parte del libro Cuentos Pequeños, Grandes Sustos, publicado por Ediciones La Rana, de Guanajuato. Que lo disfruten.

UN PESCADOR, UN BOTE Y UNA SIRENA
Por Julio Edgar Méndez

Primero fue el sonido de un barco en la soledad del mar oscuro; después, la callada carita de una luna sonriente comida a la mitad por los soñadores hambrientos. Las olas iban de un lado al otro como diciendo: “Ya voy, ya voy,  espérame”. Entonces llegó la voz que quería escuchar. Era un silbido suavecito que salía de en medio de las aguas hasta convertirse en un canto. Aumentaba en volumen hasta que parecía salir de su propia cabeza, pero no lo molestaba, era un susurro agradable, como el canto de una madre, y que, sin embargo, le daba miedo. Igual que otras noches anteriores, este miedo empezaba a subir por su pecho, trepar por su cuello, besarle la boca, abrirle los ojos que él quería cerrar sin que el terror se lo permitiera. Y como otras noches, desde que la había descubierto rodeada de algas brillantes, con el pelo casi blanco y enmarañado alrededor del cuerpo, los ojos amarillos y profundos, la boca roja llena de blancos dientes afilados, una nariz extraña pero en un rostro muy bello, estaba aquella sirena.
La parte de ella que lo miraba desde el agua, era sólo una cabeza cuyos reflejos lunares la hacían brillar como perla en medio de su propia sombra acostada sobre  el mar. A veces se había acercado al bote para que él pudiera apreciar su cuerpo entero mientras nadaba a su alrededor. No tenía cola de pez como en los cuentos que todos cuentan, ella era igual que cualquier mujer, excepto por el cabello, un cabello que parecía formado por hebras gruesas de oro blanco. Y como otras noches, ella cantaba suavecito dentro de su cabeza y él se quedaba tieso hasta que de pronto el sol pintaba el horizonte de rayas naranjas, rosas, violetas, azules. Nunca la veía de día. Ni siquiera sabía si podría verla cuando él quisiera. Hasta ahora, su trabajo como pescador había sido muy simple aunque a veces también peligroso; sobre todo cuando el mar se enfurecía y trataba de ahogar a todos los pescadores de aquellas costas, como para reponer con sus muertes la muerte de tantos peces que noche a noche caían en sus redes. Pero ahora, Juan, el pescador, salía cada noche por un rumbo distinto a los demás para ver si encontraba de nuevo a la sirena que lo tenía atrapado sin anzuelo.

La primera vez que la vio, se encontraba alejado del resto de los pescadores porque la red de su barca atrapó varios peces grandes que iban en alguna migración y lo arrastraron más allá de la bahía donde se sentía seguro. Ahora estaba en zona un poco desconocida y de noche lo era más aún, cuando el mar aparenta dormir y sólo se esconde en espera de comer barquitas y grandes barcos. Juan intentaba zafar su red de todo el banco de peces que intentaban romperla, cuando le pareció ver un rostro en el agua. Del susto soltó la red y los peces se la llevaron mar adentro. Tenía miedo de volver a asomarse por la borda de la lancha, pero pensó que tal vez sería un cuerpo ahogado. Se inclinó sobre el borde y se asustó más cuando vio que ahora toda la cabeza estaba fuera del agua. Pero no gritó, se quedó sin habla, casi sin respirar, con el terror a lo desconocido que se apodera de nuestros huesos y sentimos que el tiempo ni siquiera avanza. La sirena -porque era una sirena, no tenía la menor duda-, lo veía con sus grandes ojos amarillos llenos de pestañas largas que parpadeaban lentamente. La piel no tenía escamas como decían las historias, sino parecía una piel suave, como de durazno, delicada. Y comenzó de pronto a silbar muy quedito, casi sin mover los labios. Quedito. Poco a poco el sonido aumentó hasta que el pescador perdió el sentido. Cuando despertó, su lancha estaba atada al muelle y los demás pescadores lo veían extrañados. Comenzó desde entonces su fama de borracho y mal pescador. Por las noches no pescaba nada y por las mañanas contaba historias que nadie creía. Pero a Juan no le importaba. Sólo quería que llegara la noche para salir en pos de su criatura marina. Porque a él le parecía bella. Lo llenaba de miedo verle acercarse, pero más miedo le daba perderla. Que no llegara a su cita alguna noche lo hacía desvariar sobre cómo vencer su miedo, para hablarle de amores y sueños de amores. De sueños.
        
Pasaron así varias semanas, hasta que Juan estaba en los puros huesos. Ya casi no comía, aparte de que no pescaba nada, no tenía hambre. Por las mañanas dormía en su bote y por las noches se internaba en la parte del mar que todos los otros pescadores temían. Estaba solo, solo con sus temores, solo con esa voz dentro de su cabeza, solo con su sirena. Ella nadaba suavemente alrededor de su lancha, mientras Juan escuchaba relatos de mares remotos, tenebrosos abismos, profundidades llenas de horrores desconocidos, de monstruos y bellezas marinas que nadie jamás ha visto. Todo dentro de su mente, imágenes que lo petrificaban y lo hacían sentirse como una estatua de arena sobre su propio cuerpo. Poco a poco sentía que se iba desmoronando, una arenita caía desde sus cabellos hasta que todas se precipitaban hacia abajo, hacia el mar. Entonces comenzó a sentir que nadaba, el agua entraba y salía a través de su cuerpo. Ahora la luna se veía abajo y no arriba. El cielo no tenía estrellas, tenía olas. Ahora la sirena estaba a su lado, frente a sus ojos, con las piernas atadas a sus piernas, con su cabello enmarañándose en todo su cuerpo de pescador ya sin miedo. Porque ya no sentía miedo, ni estaba tieso, ahora se sentía vivo por primera vez, toda la naturaleza crecía dentro de él mismo. El mar era él, el cielo era él, los cantos de la sirena ya no eran para él, eran él mismo, ella era él mismo, Juan ya no era Juan, era un pequeño pedazo de todo el universo dentro del estómago de un ser tan horrible, como la horrible boca que lo despedazó en segundos con todo y su bote.

domingo, 6 de enero de 2013

LOS REYES MAGOS NO SON EGOÍSTAS

Sol del Bajío, Celaya, Gto. 6 de enero de 2013

DIEZMO DE PALABRAS
LOS REYES MAGOS NO SON EGOÍSTAS

Y como fue nacido Jesús en Bethlehem de Judea en días del rey Herodes, he aquí unos magos vinieron del oriente a Jerusalem,
[του δε ιησου γεννηθεντος εν βηθλεεμ της ιουδαιας εν ημεραις ηρωδου του βασιλεως ιδου μαγοι απο ανατολων παρεγενοντο εις ιεροσολυμα]
Evangelio según Mateo 2:1   

Los verdaderos reyes de este día y de todo el año, son los pequeñines.  El genial escritor irlandés, Oscar Wilde, lo sabía muy bien y escribió para ellos bellísimos cuentos que han pasado a formar parte de la gran literatura universal. En el taller literario Diezmo de Palabras nos reunimos aspirantes a escritores, pero más importante aún, deseamos formar a grandes lectores. La mejor manera de hacerlo, es iniciar desde la infancia. Por esta razón, este día feliz para los niños, puedes leerles el cuento que acompaña esta edición mientras disfrutan sus regalos, o saborean una sabrosa rosca y un vaso de chocolate. Y para nuestros lectores interesados en la literatura un poco menos infantil, tal vez encuentren interesante la siguiente información: Los Reyes Magos de Oriente (o simplemente Reyes Magos) es el nombre por el que la tradición denomina a los visitantes que, tras el nacimiento de Jesús de Nazaret, acudieron desde países extranjeros para rendirle homenaje y entregarle regalos de gran riqueza simbólica: oro, incienso y mirra. Los Evangelios solo hablan de ‘magos’, en ninguna parte se indican sus nombres, ni que fuesen reyes, ni que fueran tres. Estas creencias fueron agregadas varios siglos después y se han mantenido en la tradición popular. En algunos países existe la tradición de representar a los reyes trayendo los regalos que los niños les han pedido en sus cartas durante la noche anterior a la Epifanía. En el idioma griego en que fue escrito el Evangelio según Mateo, se usa la palabra μαγοι, que se traduce como mago, en el sentido literal, pero como sabio en significado. Así que seamos sabios también nosotros y dejemos a los niños disfrutar este día, que a nadie hace daño tener ilusiones y sueños de un mundo mejor.
Julio Edgar Méndez


EL GIGANTE EGOÍSTA
Oscar Wilde

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
PROHIBIDA LA ENTRADA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer. Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira y dijo:
-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.



A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...